GARCÍA MÁRQUEZ EN LA CÁRCEL DE SORIA
Nota. En la foto se encuentran el coronel Aureliano Buendía y su encantadora esposa. Leí “Cien años de soledad” en la prisión de Soria a mediados de 1970. Alguien se la mandó a mi maestro Ángel Abad, fundador de Comisiones Obreras de Cataluña junto a un inmenso paquete de libros para el estudio y solaz diversión de quienes nos encontrábamos en aquel lugar penando por nuestras abiertas osadías de combatir el franquismo. Vale decir que todavía no había llegado a nuestra cofradía suficiente información de quién era aquel señor, Gabriel García Márquez, que firmaba el libro. De manera que Cien años de soledad no tenía apenas lista de espera para leerla. Por otra parte, una novela nueva no era precisamente el género preferido de los presos, siempre más atentos a novelas consagradas y precedidas de una fama de izquierdas. Más todavía, el prestigio de los libros en aquella cárcel era directamente proporcional a la dimensión de su carácter plúmbeo. Por ejemplo, afamados fueron los tratados de Economía de cierto Nikitín o de filosofía de un tal Afanasiev, responsables ambos de los cinco duros de ideología pesudomarxista de la que, ufanos, hacíamos gala. Lo que ponía de los nervios a Ángel Abad.
Me dijo Ángel: «Agénciate el libro de García Márquez. Dentro de poco habrá hostias entre nosotros por ponerse a la cola. Aprovéchate ahora que no es conocido aquí». Durante una semana no participé en ningún partido de frontón, ni juegos de dominó u otros por el estilo. Me metí de lleno en la novela de García Márquez que me atrapó de tal manera que, por la noche, soñaba con que todos los Buendía venían a la cárcel a echar una partidita de tute con nosotros, los presos.
Semanas más tarde, Ángel Abad propuso que en los planes de estudio que organizábamos los presos Cien años de soledad fuera un libro de texto de Gramática, sintaxis, ortografía y redacción. Todos salimos ganando con aquel estudio.

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