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No sean ustedes excesivamente melindrosos; tampoco sean empecinadamente escépticos (en todo caso, pueden serlo al por menor). No dejen de votar porque, en su opinión, no haya una candidatura que contemplen sus sueños. Vayan, pues, a votar aunque consideren que tal o cual candidato no es de total agrado. Si yo hiciera tal, lo más seguro es que me quedaría estúpidamente en casa evocando las idealizadas nieves de antaño que, a decir, verdad nunca fueron tan blancas como nos dijimos a nosotros mismos e hicimos correr al resto de la parroquia.

Votaré por dos razones: la primera, entiendo que si no lo hago me auto incapacito para seguir metiendo bulla a diestro y sinistro; la segunda, porque –como dejó cantado mi amigo Jimmy Fontana-- «gira, il mondo gira nello spazio infinito», contradiciendo a los snobs del nihilismo. Por cierto, ¿quién se acuerda ahora de que Jimmy fue militante de las Juventudes comunistas italianas? De manera que, aunque tartamudeando, iré a votar a mis lejanamente conocidos de Izquierda Unida.

Lo hago esencialmente para que mi voto sea contabilizado a favor de Alexis Tsipras. Este luchador, en mi opinión, no merece que un servidor sea remilgado a la hora salir de casa camino de la urna, ni (menos todavía) quedarme en casa refunfuñando contra tal o cual candidato de poca confianza o sobre ciertos chichinabos de academia.

En resumidas cuentas, mis reservas mentales no le interesan a nadie, y menos aún no computan ni siquiera en el Almanaque Zaragozano. Cuentan, eso sí, a la hora de hacer el arqueo de caja. Cuentan, sobre todo, para que doña Correlación de Fuerzas lo tenga en cuenta.

Apostilla. Querido snob: no pienses en la lista. Piensa en Tsipras. Queda dicho, votaré a Izquierda Unida.