(2) VICTORIAS Y DERROTAS DEL SINDICATO
Nota editorial. Nota editorial. Publicamos la segunda parte del capítulo «Turín y la experiencia consejista» del libro La sinistra de Bruno Trentin. Recordamos que las anteriores entregas se publican correlativamente en http://theparapanda.blogspot.com. En la foto están Adalberto Minucci y Enrico Berlinguer.
El sindicato de los consejos
Torino fue ciertamente la incubadora principal de los consejos de delegados. Obviamente pesó la herencia de Gramsci. Pero el proceso no fue fácil. Sobre todo, el Partido comunista turinés, a través de Adalberto Minucci, estuvo muy atento a la problemática obrera. En 1956 Minucci preparó en L´Unità turinesa una vivaz discusión sobre la organización del trabajo de la FIAT, sobre los delegados y la reducción del horario. El problema de los consejos, sin embargo, no era fácil porque a nivel nacional las resistencias y la hostilidad eran fuertes. Lo testimonia el seminario de la dirección del partido en 1970. Resistencias y hostilidades que llevaban a la parálisis y al inmovilismo o al maximalismo al querer traer a colación, a través de los consejos, una especie de nueva cogestión, como aquella fallida del periodo del 45 al 49, como parece que sugiere Agostino Novella. Esta posición tuvo, obviamente, influencia también en Torino. Por otra parte, estaba la contestación de izquierda no menos insistente y errónea mientras se intentaba construir la representación de los delegados, entre los trabajadores, y los contenidos de la negociación. Los grupos extremistas, a partir del más consistente, Lotta Continua, rechazaban la novedad de los delegados (los delegados bidón); otros, como el PSIUP turinés y el Manifesto, los consideraban como los instrumentos, los motores de la construcción de un movimiento político de masas y como organismos de contrapoder al capitalismo y, por tanto, debían estar fuera de la influencia del sindicato.
La herencia ordinovista no sólo pesó en positivo, también lo hizo en negativo. Alguien imaginó que podía volver a darse un proceso revolucionario como el del bienio 1919 – 1920, que la guerra de posiciones –sin embargo, sugerida por Gramsci-- debía transformarse en guerra de movimientos. En aquella época yo era el responsable del partido en las fábricas. Rebuscando entre las cartas del Istituto Gramsci piamontés encontré dos escritos míos sobre los delegados. Uno (de marzo de 1970) es una especie de circular dirigida a todas las organizaciones del partido en las fábricas y del territorio que sigue e ilustra las decisiones de la conferencia de Génova de la FIOM, FIM y UILM. En ella se establece que los delegados eran los instrumentos de base del sindicato unitario. El segundo (otoño del mismo año), escrito a mano con un título presuntuoso, «Los delegados y la estrategia del PCI», no se me alcanza a saber por qué llegó al Istituto Gramsci. En este papel la orientación era más libre, aunque es un texto incompleto, y se establece gramscianamente una dialéctica más amplia y autónoma entre los delegados y el sindicato. Lo he recordado para explicar lo abiertas que eran entonces las reflexiones y la búsqueda sobre los consejos de delegados.
¿Hay algunas diferencias o acentos diversos entre Trentin y el grupo dirigente de la Camera del lavoro? Francamente, en aquellos entonces no me dí cuenta. He vuelto a leer las dos ponenencias que, a caballo de 1970 y 1971, Trentin y Garavini presentaron sobre la «historia de la FIAT» en la Unione culturale torinese, presidida por Franco Antonicelli y no he encontrado diferencia substancial alguna. Garavini, años después, en 1999, haciendo la recensión de L´autunno caldo, de Trentin, escribió en La revista del Manifesto que Trentin identificó de manera muy rígida los consejos de fábrica con el sindicato, e insinúa que fue excesivo el acento que puso en la lucha por el poder en la fábrica. Una mayor autonomía de los consejos –escribe Garavini-- les habría librado de la estrechez de las confederaciones sindicales evitando que la lucha por el poder «se agotara paso a paso sobre todo en el discurso de la moderación salarial». En eso ve Garavini la causa fundamental del «éxito parcial y transitorio de los consejos».
Seguramente Bruno Trentin fue tenaz, coherente y tal vez intransigente partidario del sindicato de los consejos. Forzando un poco la cosa decía que no hay un consejo de fábrica que haya nacido sin la iniciativa del sindicato. Sobre todo temía la deriva espontaneísta de los consejos como testimonia el acuerdo en la FIAT donde el «Consiglione» de la Mirafiorise troceó en tres comités (destajo, cualificaciones profesionales y medio ambiente) cada cual con poder de negociación. Temía que la deriva espontaneísta llevase a la ingobernabilidad de la fábrica y, finalmente, al corporativismo. Trentin era decididamente contrario a la cogestión, ya que la conflictividad, regulada de manera democrática, era portadora de libertad y desarrollo.
Los consejos de fábrica –dirá en Florencia en el seminario sobre los dos bienios rojos (20 – 22 de septiembre de 2004) no tenían como objetivo «la socialización de la empresa, sino el cambio de la relación entre gobernados y gobernantes». En aquella ocasión no niega el carácter libertario de 1968 y del otoño caliente. No obstante, sin rodeos pone en guardia del autogobierno no del trabajo sino de la empresa por parte de los obreros, de la «ilusión que un consejo pueda gestionar una fábrica de millares de trabajadores dependientes». Sin embargo, decía: «No es una ilusión que se abra una negociación permanente con la dirección de la empresa sobre cómo debe gestionarse». Para poder funcionar, los consejos deben ser plurales en su interior y, sobre todo, deben formar parte de un sindicato renovado que responda no sólo a los afiliados sino a todos los trabajadores; de un sindicato que hace bandera de la autonomía programática y de la unidad; un sindicato que considera prioritaria la «reforma institucional de la sociedad civil» (3).
A la búsqueda de las razones de la derrota de los años setenta
El golpe de gracia al sindicato de los consejos fue tras la derrota en la FIAT en 1980. Pero las señales de alarma sonaron antes. Trentin vuelve a menudo sobre las causas del progresivo desgaste de estos organismos y señala dos causas principales.
La primera es interna: no haber sido capaces de seguir y controlar las transformaciones del proceso productivo y no dar una respuesta positiva a la crisis del fordismo que las luchas obreras del otoño caliente había sacado a la luz. Según Bruno, en relación a esto, se desarrolló un igualitarismo abstracto que, con su nivelación, no sólo dio armas de división a la patronal sino que además negó la libertad en el trabajo y del trabajo, gestionado de manera abstracta y niveladora. Ya en el 62, en el seminario sobre el capitalismo, había situado como uno de los problemas de fondo la alianza con los técnicos. Con los años fue decayendo el control obrero y ello condujo a la burocratización de los delegados y del sindicato de los consejos sofocando la democracia consejista. Este análisis es substancialmente común en Trentin y el grupo dirigente turinés de la Camera del lavoro. El libro Gli anni della FIAT, de Emilio Pugno y Sergio Garavini (1974) fue escrito también para relanzar los consejos, de los que ya se veían los primeros gérmenes de cansancio y crisis.
Obviamente pesó mucho el estancamiento de la unidad sindical. En la raíz de las ideas compartidas no estaba tanto la experiencia común, sino algo más profundo, posiblemente difícil de captar: la pasión de todos ellos, si podemos decirlo así, por el trabajo asalariado, por el oficio, por el ejercicio de las capacidades profesionales y técnicas. No puedo olvidar el modo, orgulloso y fantástico, de Emilio Pugno cuando hablaba de su trabajo en Aeritalia, bajo una campana de vidrio o, más tarde, cuando describía la importancia de los procesos productivos de los microprocesadores. Entre Trentin y Pugno los consejos de delegados –dirá en Florencia en el seminario sobre los dos bienios rojos— podían emerger diferentes valoraciones sobre la lucha salarial (en junio del 69, el momento culminante de la derrota de la línea salarialista y antidelegados de Lotta Continua las incertidumbres afectaban más al partido que al sindicato), pero nunca oí a ninguno de los dos hablar del obrero-masa o aceptar que todos fueran de la segunda categoría.
La segunda razón de la derrota concierne a la llamada «salida política de las luchas» que se había convertido en sofocante, pues en todas las reuniones se planteaba por los dirigentes sindicales. Recuerdo una reunión, pedida por los dirigentes de la Camera del lavoro al partido. Fue en el sótano de un hotel donde se hospedaba el secretario general. Si recuerdo bien la reunión fue en 1972, antes del compromiso histórico. Berlinguer escuchó atentamente las peticiones y las intervenciones (como mucho éramos unos diez). Preguntó a Pugno y a los demás que si creían posible una alternativa de izquierda lo que había que plantearse en la situación actual era luchar por introducir elementos de socialismo, pero sólo en una perspectiva de alternativa democrática.
Trentin, en La città del lavoro, escribe que la izquierda tuvo una «reacción de baja intensidad», y en las discusiones sobre la perspectiva y la salida política entre los vértices siempre manifestó desconfianza y quizás una infravaloración. En la entrevista audiovisual de 1998, de donde salió el film de Franco Giraldi, dice que la falta de perspectiva política fue decisiva para determinar el desgaste y la derrota. Substancialmente estoy de acuerdo. Fue evidente el desfase –o, mejor dicho, la desconexión-- entre las luchas obreras y las fuerzas democráticas, a pesar de la excepcional duración de ello mucho más alargado que el mayo francés y el de los otros países ccidentales. Recuerdo la propuesta de Berlinguer del compromiso histórico (octubre de 1973), tras la represión chilena contra el gobierno de izquierda de Allende. Era una propuesta que Bruno consideraba, así formulada, como verticista. Por lo demás siempre fue muy neta la aversión crítica de Bruno hacia una concepción verticista del poder, de matriz leninista.
Siempre estuve convencido que su horizonte era aquel esbozo de Constitución que su padre, Silvio, pocas semanas antes de morir (marzo de 1944) le dictó en una clínica de Treviso. Bruno tenía entonces diecisite años. Era una Constitución muy avanzada que tenía como objetivo la construcción de una república de clara marca federalista, que mira a Europa; que se funda y articula en los consejos de empresa y territoriales. Es lo que prefigura un verdadero Estado de los consejos, intentando conjugar liberalismo y comunismo. De hecho se abre con la afirmación de grandes principios de la libertad de la persona, la autonomía y el federalismo institucional; de la propiedad colectiva y la justicia social. Así habla el texto original, autógrafo, depositado en el Centro Gobetti de Torino. Este proyecto insrtitucional y socio-político ha sido para Bruno su permanente utopía, el modelo imaginario de sociedad en la que pensaba. Está presente en todos los momentos importantes de su vida sindical y política: en las ponencias de los seminarios del Istituo Gramsci (1962), «Scienza e organizzazione del lavoro» (1973, en Torino), Da sfruttati a produttori (1977), en La ciudad del trabajo [http://metiendobulla.blogspot.com, n.del t.] (1977) y en sus últimos escritos. Ello no quiere decir que Trentin no investigase lo que entonces se llamaban los objetivos intermedios. En los años setenta se discutía en el interior del PCI y de la izquierda sobre el proyecto a medio plazo de renovación de la sociedad y del Estado hacia el socialismo. La investigación tenía una meta concreta: la conquista de reformas estructurales en estrecha relación con las instituciones representativas y la creación de nuevas formas de democracia obrera y de base.
La política de austeridad –propuesta en 1977-- fue parte integrante de dicho proyecto, tal como se dice en el discurso de Berlinguer a los intelectuales y en el «proyecto a medio plazo» en el que yo colaboré. En ello Bruno mostró interés e incluso manifestó su acuerdo porque veía un intento de proponer una política basada en el nexo entre saneamiento y elementos de socialismo, que iba más allá de la entrada en el «puente de mando». Pero estimaba que había una insuficiente valoración del papel de los sindicatos de trabajadores y, en general, de la sociedad civil. Vittorio Angiolini, en el seminario «Trentin e il futuro del sindacato dei diritti» sostuvo que Bruno tiene una visión herética de la democracia porque antepone la conquista de la libertad, es decir, la posibilidad de autotuela y autoafirmación. En otros términos, liquida la idea de que «la afirmación de la democracia, del sufragio universal y la posibilidad del pueblo de decidir por mayoría sea lo primero y el único camino y no sólo la precondición de la garantía de cualquier libertad o derecho» (4). Es, por ello, una democracia que viene de abajo, de la sociedad civil reformada, cuya soberanía popular es fruto y síntesis de las libertades y derechos individuales y colectivos. Por el mismo motivo, según Bruno, los derechos sociales no deben venir después de los derechos sociales, porque tienen el mismo alcance con el fin de garantizar una igualdad de oportunidades a todos los ciudadanos. También la libertad en el trabajo y del trabajo es un derecho de ciudadanía porque, a través de ello, la persona se realiza y afirma. Algunos han visto, en este modo de pensar, una concesión excesiva las teorías liberales. Sin embargo, Bruno siempre estuvo muy atento a distinguir entre individuo y persona. Seguía así las enseñanzas de su padre y de las corrientes cristianas más modernas.
En el centro de su reflexión no está el individuo sino la persona que trabaja, que busca su propia identidad en el trabajo, que tiene un proyecto de vida y es fuente de relaciones humanas y sociales. La pepara la rsona es el individuo que deviene valor. En cierto sentido el trabajo socializa la libertad y es la primera condición para la libertad equa. El sindicato de los derechos fue propuesto por Trentin a finales de los años ochenta tras ser elegido secretario general de la CGIL. Parte de esta reflexión porque debe conquistar los espacios –los derechos-- para que todos los trabajadores ejerzan su propia libertad. Para Trentin el sindicato de los derechos es una, como se decía entonces, una renovación en la continuidad ya que continúa tanto las enseñanzas de Di Vittorio cuando había pocas fábricas y muchos jornaleros y parados como la experiencia del sindicato de los consejos.
Es indudable que el movimiento obrero sale derrotado de los años setenta. Todavía no están claras las razones de esta derrota. Todavía no tenemos un balance puntual compartido de las cosas realizadas gracias a las luchas obreras (Estatuto de los derechos de los trabajadores, reforma de las pensiones y la sanidad, afirmación de relevantes derechos sociales…) y las no realizadas. Particularmente la falta de reformas estructurales que dejaron el país como antes si no peor, el espesor antidemocrático sobre el que se instaló el anticomunismo berlusconiano. Sobre la derrota pesó seguramente el terrorismo, pero no basta para explicarlo. Pocas semanas después de la muerte de Vittorio Foa he releido La Gerusalemme rimandata; Foa me dijo que este era el libro que más quería. En efecto, es un gran libro. Lo escribió después de 1980 cuando ya tenía setenta años en una investigación que hizo en Londres durante más de cuatro años. Es el relato de las luchas de los obreros ingleses en las dos primeras décadas del siglo pasado para afirmar el derecho al control obrero mediante los consejos de los shop stewards. La clase obrera consiguió una victoria, pero después fue vencida. Para Foa, Jerusalem --es decir, la tierra prometida-- es la libertad del trabajo y en el trabajo. Después de aquella derrota prevaleció en todo el mundo la teoría del socialismo de Estado, aunque fracturada en dos mitadas: en la forma prevista por los partidos comunistas o en la laborista y socialdemócrata. No prevaleció, escribió Foa, «la clase obrera que trabaja per sé» (5).
La ciudad del trabajo de Bruno Trentin, en mi opinión, tiene la misma inspiración: entender mejor las razones de la derrota del otoño caliente y de los consejos, buscar un nuevo papel central en el trabajo, dando una respuesta a la crisis del fordismo que ayude a los trabajadores a promover y favorecer su autonomía y unidad. Y a evitar la segunda «revolución pasiva» tal como se dio en los años 1919 – 1920. Sin embargo, Bruno veía que ya estaba presente; y, según él, sería más grave y dura que la primera que Gramsci había estudiado y analizado.
La «ciudad del trabajo» es su utopía, su «ciudad del sol». La fascinación del pensamiento y la herencia de Bruno Trentin, en mi opinión, están sobre todo en esto: buscar, siempre investigar con tenacidad y sin dogmatismos; en construir la utopía, el proyecto, las propuestas concretas y las soluciones que transformen y mejores diariamente, ante todo, la vida de los trabajadores. Ha trabajado hasta el final: un nuevo estatuto de los derechos de los trabajadores, que tiene en el centro la calidad y autonomía del trabajo, fijo y flexible, la formación permanente para todos y para toda la vida; un welfare community cuyo objetivo principal no es solamente la seguridad, sino el derecho al empleo y al conocimiento; el control de la organización del trabajo por parte de los trabajadores; el envejecimiento activo… Verdaderamente, Bruno siempre buscaba dar un paso más adelante y, como se dijo, alzar el listón de los logros. Por eso, cuando se habla de abstracción o, incluso, de fuga hacia delante me parece equivocado, si se entiende la política –una cosa cada vez más rara-- como un diseño para el futuro, como proyecto que tiene como objetivo la promoción de la libertad y la igualdad.
(3) Bruno Trentin. Intervención en el seminario de Florencia (22 – 22 de noviembre de 2004) en I due bienni rossi, 1919 – 1920 y 1068 – 1969. Ediesse, 2006
(4) Vittorio Angiolini, in Il futuro del sindacato dei diritti, cit., pp. 35-59.
(5) Vittorio Foa, La Gerusalemmerimandata, introduzione di Pino Ferraris, Einaudi, Torino 2009.
Traducción José Luis López Bulla

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