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José Luis López Bulla (2) EL SINDICATO DE LOS DERECHOS
José Luis López Bulla


Nota editorial. Publicamos la segunda parte del capítulo «El sindicato de los derechos» del libro La sinistra di Bruno Trentin. Recordamos que las anteriores entregas se publican correlativamente en http://theparapanda.blogspot.com. 


Iginio Ariemma



Una visión innovadora de la democracia y los derechos


Bruno Trentin tiene una visión de la democracia no exactamente herética, pero sí totalmente innovadora. Y ello por dos motivos sustanciales. Porque considera la democracia como condición indispensable y factor del desarrollo, incluso económico; y, en segundo lugar, porque entiende que la soberanía popular en sus presupuestos fundamentales –esto es, el sufragio universal, el principio de mayoría, la separación de poderes y la autonomía de las diversas instituciones--  es el resultado de las libertades y los derechos. O, mejor dicho, de la posibilidad de autodeterminación y auto tutela  individual y colectiva. Así pues, es una concepción de la democracia que viene de abajo, de una sociedad civil organizada y reformada, en la que el movimiento sindical puede y debe desarrollar un papel de primer orden. En el centro de todo ello está la libertad, ya que el trabajo es un instrumento (quizá el principal) «de autorrealización de la persona humana, un factor de identidad y globalmente de cambio».      


La libertad viene prima es el título de su último libro y es una selección de sus escritos de 2004. La libertad es lo primero significa que no puede ser reenviada a “después”. No puede ser que lo primero sea la conquista del poder político y después la libertad; ni tampoco que lo primero sea  el conflicto distributivo de las rentas y después la libertad. Incluso con respecto a los planteamientos igualitarios, lo primero es la libertad. Ser libres significa contar con espacios de autonomía y autorregulación, que no son regalos sino conquistas. De donde se infiere que la libertad contiene intrínsecamente la conflictividad. Esta es la originalidad de su visión que, en cierto modo, refleja su raíz azionista.  


Bruno siempre tuvo una clara aversión crítica a la concepción verticista del poder de matriz leninista. Cada vez estoy más convencido de que su horizonte fue el del esbozo de Constitución que su padre, Silvio, le dictó en la clínica Monastier pocas semanas antes de morir, cuando Bruno contaba con diecisiete años. Era una Constitución muy avanzada que tiene como objetivo la construcción de una república de clara marca federalista. Que mira a Europa y se funda y articula en los consejos de empresa y de territorio en las diversas Regiones.  Lo que Silvio Trentin prefigura es un Estado que intenta compatibilizar liberalismo y comunismo a partir de los grandes principios de la libertad de la persona y la propiedad colectiva, de la autonomía de las diversas instituciones democráticas y la justicia social. Este texto que descubrimos no hace mucho tiempo, con la escritura y los galicismos de la mano de Bruno, es su utopía, el modelo imaginario al que siempre fue fiel.



La nueva frontera de los derechos culturales


Bruno no tiene una visión abstracta o vaga ni mucho menos retórica de los derechos. Hoy estamos asistiendo, sin embargo, a una inflación reivindicativa, incluso sindical, de los derechos difusos con el riesgo evidente de  frustrar y empañar los verdaderos derechos que deberían estar relacionados con la autotutela colectiva.  Se reserva –es verdad--  el derecho a la utopía tras la muerte histórica del comunismo. Pero de un modo medio en serio medio en broma. «El derecho a la utopía no se condena al infierno», dice en el informe al XII Congreso de la CGIL. Brunosabía perfectamente que «los derechos son históricamente relativos», pero igual que  Norberto Bobbio creía que el actual es El tiempo de los derechos (es el título del libro de Norberto Bobbio, publicado por Einaudi en el mismo periodo, a finales de 1990) del que la izquierda social y política se hizo portador. El artículo primero de la Declaración universal de los derechos del hombre de 1948 se afirma: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros». Atención: «libres e iguales en dignidad y derechos», no iguales como realidad de hecho, natural o empírica y objetiva, lo que no sería verdad. «La declaración –escribe justamente Jeanne Hersch, que ha dedicado buena parte de su vida al estudio de los derechos humanos--  llama a una tarea  social, política e histórica: «mejorar las, en el curso de la historia, las ocasiones de la libertad responsable» (1). 


En el programa fundamental del XII Congreso de la CGIL, los derechos que se proclaman no son obviamente los civiles y políticos, sino los sociales: tanto los derechos individuales (en el trabajo, la formación, la salud, un salario justo, en la maternidad y paternidad, en el conocimiento y la información en los centros de trabajo) como los colectivos (a organizarse sindicalmente de manera voluntaria, la negociación colectiva, la participación en las decisiones de la empresa).  Para Trentin los derechos económico-sociales, empezando por el derecho al trabajo y a la libertad del y en el trabajo tienen el mismo alcance que los derechos civiles y políticos con el fin de garantizar la igualdad de oportunidades a todos los ciudadanos. Son las precondiciones, habría dicho Piero Calamandrei, mediante los cuales cada uno de nosotros afirma y ejerce su propia libertad.


Bruno Trentin, en los últimos años, busca traspasar la tercera frontera de los derechos: la de los culturales. El derecho al conocimiento y a la formación permanente  a lo largo de toda la vida es su objetivo. Bruno estaba convencido de que nos encontramos en la tercera revolución industrial tras la del siglo XIX y la fordista del pasado siglo. No le gustaba utilizar palabras poco claras como sociedad terciaria, posfordismo, postindustrial. Es una revolución que tiene muchos aspectos: su expansión y la rapidez del progreso técnico, la informática y el mundo de las telecomunicaciones, la primacía de la inversión inmediata, a menudo especulativa con relación al de larga duración, el cambio de poder entre los accionistas y el management, la afirmación del «capitalismo total y personal» que no ahorra ni siquiera la vida del trabajador en el trabajo y en el consumo por usar una expresión de Marco Revelli.  


¿Cómo y dónde buscar una nueva subjetividad social y política que pueda construir una alternativa y conjurar «la segunda revolución pasiva», como la define siguiendo los ecos del pensamiento de Gramsci? En el centro de su investigación continúa presente el nexo entre libertad y trabajo. Pero entre los dos adquiere particular importancia un tercer concepto: el saber. Las perspectivas que el sindicato del siglo XXI ofrece a las nuevas generaciones no puede ser el de un trabajo cualquiera –dijo en Chianciano--  sino el de transformar la calidad del trabajo y construir una nueva relación entre trabajo y conocimiento. El conocimiento es fundamental no sólo para tener más libertad y auto determinación sino para conjugar libertad y responsabilidad. Y, por consiguiente, para formar nuevas clases dirigentes a todos los niveles. El punto más alto de esta elaboración está en la lectio doctoralis cuando la Universidad de Venecia en 2002 le confirió la dignidad de Doctor Honoris causa [http://baticola.blogspot.com.es/2006/07/trentin-doctor-honoris-causa-en-la.html, nota del traductor].


Polemizando con quienes predican el fin del trabajo, Trentin dice que no estamos ante el final del trabajo sino ante una mutación de la calidad del trabajo, de su papel y de sus relaciones. «Los grandes cambios en curso –escribe Trentin— que acompañan el agotamiento de la era fordista señalan la caída del concepto de trabajo abstracto, sin cualidad –la idea de Marx y el parámetro del fordismo— para hacer del trabajo concreto y pensado y de la persona que trabaja el punto de referencia de una nueva división del trabajo y de una nueva organización de la empresa».  La introducción de las nuevas tecnologías, la rapidez y frecuencia de los procesos de innovación y reestructuración «tienden a convertirse no ya en una patología sino en una fisiología de las empresas» y cambian el trabajo haciéndolo más flexible en varios aspectos. Pero, dice, ojo con convertir la flexibilidad del trabajo en una ideología. Eso sería no comprender que debe ir acompañada de una recualificación permanente del trabajador, de un nuevo contrato social  que, ante todo, garantice una formación permanente durante todo el ciclo de la vida, además de la seguridad en el salario presente y futuro. De aquí la importancia del saber y, en especial, de la relación entre trabajo y conocimiento para evitar tanto la emergencia de nuevas desigualdades y nuevas jerarquías entre quienes poseen el saber y quienes no lo tienen  como para extender las posibilidades de liberación de la persona humana. Sobre la base de estos principios, en los últimos años Trentin trabaja por un nuevo estatuto de los trabajadores que ponga al día e innove lo que se aprobó a principios de 1970.



El aliento europeo



Estamos convencidos, al igual que Bruno, de que el futuro del sindicato de los derechos se juega en Europa, porque el punto de partida no pude ser el nacional. Pero las cosas no van bien. Asistimos a una proliferación de reivindicaciones nacionalistas en materia de trabajo, a planteamientos contractuales diversos según los Estados e incluso de territorio, a luchas fraticidas y sin esperanza en la defensa del puesto de trabajo, a prácticas de dumping social apoyadas por sentencias del Tribunal de Justicia. Todo ello sin ningún intento serio de construir no ya de plataformas sino por lo menos contactos, embriones de programa a nivel europeo. Después de la ampliación de Europa a los países ex comunistas del Este y el fracaso de la Constitución europea la señal que prevalece es la deconstrucción política. Se mantiene la unificación del mercado, la moneda única. Pero falta un gobierno unitario de los procesos económicos y sociales. El tratado de Lisboa (2000), que tenía una robusta estrategia de construcción de la sociedad del conocimiento –sobre el que tanto había trabajado Trentin— se convirtió en agua de borrajas.


Aumenta el escepticismo entre la población, tanto que un ilustre y atento conocedor de nuestro continente como Jürgen Habermas, con la idea de parar la deriva, ha propuesto un referéndum para que los ciudadanos digan si están a favor o en contra de la unión política europea.


Notas  


1)    I diritti umani da un punto di vista filosofico, Mondadori, Milano 2008, p. 76



Traducción José Luis López Bulla

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