Aprendí hace tiempo que lo que puede ser tolerable ingenuidad real en la veintena es, pocos años después, inaceptable manipulación entreverada de soberbia. Por más que quiera jugar al despiste con una sonrisa pro-forma en sus labios secos (la mentira y el temor drenan la boca), no hay un átomo de ignorancia en su labor política. Usted no da puntada sin hilo, y ayer todos los comentaristas coincidían en esa habilidad tan suya, innata (quizás también) pero cultivada como pocas. Sin embargo, nadie vio ni mucho menos habló de que las labores de zurcido no duran nada en telas tan apolilladas como las de su partido. No podrá hacerse su traje de alcaldesa con los andrajos que quedan de su partido en Madrid. Confío en la dignidad de los madrileños y madrileñas… Y porque además ya no queda nadie que le pueda convertir las calabazas en carrozas, cuando el personaje de cuento que más le cuadra -y desde hace tiempo- es el de Cruella de Vil (y toda la ciudadanía de bien huye de convertirse en sus dálmatas).
No le tolero, Sra. Aguirre, de sexagenaria a sexagenaria, que diluya su arrogancia de ex-condesa y ex-grande de nada en una petición de perdón que no se concreta en dimisiones, que queda en eso mismo, en un brindis al sol, en un adorno más a manera de floripondio, como esos que se pone en el vestido para desviar la vista de quien la observa de su mirada poco clara. Y me asquea, Sra. Aguirre, que compartiendo un calendario que no nos ha ahorrado el horror de la violencia (y la hemos sentido tan cerca) ayer pretendiera usted subirse a lomos de todas las víctimas, y llamara en nombre de los muertos a los que se les arrebató la indignación y la palabra, en nombre de todos los intolerablemente asesinados, a votar por un partido cuya deriva avergüenza, día a día, a los demócratas.
Sra. Esperanza Aguirre, crezca usted. Deje de fingir ese modo pizpireto sobre un chapapote de corrupción que se ha nutrido en sus despachos. Reconoza que lo del Tamayazo no fue una travesura más (nunca olvidaré su sonrisa mientras el PSOE de la Comunidad de Madrid llamaba desesperadamente a Tamayo y Sáez) ni cómo Concepción Dancausa se sacó del bolsillo (oh, milagro!) un inesperado discursito de aceptación para presidir la Asamblea, ganada después del Tamayazo, por 55 votos a 54. No puedo olvidarla rodeada constantemente de corruptos, implicados nada presuntos, maestros en la estafa y el engaño, empresarios que escamotean derechos y salarios y mentirosos compulsivos que combaten el sector público cuando siempre han vivido a cuerpo de rey con nuestros impuestos. No puedo olvidarla abroncando a enfermeras, ni ridiculizando trabajadores públicos, ni demostrando cómo su ideología retuerce la verdad al quejarse de lo poco que se trabaja en la enseñanza… La recuerdo con Güemes (el yernísimo de Carlos Fabra) y Lasquetty intentando dejarnos sin sanidad pública en Madrid. Y siento náuseas.
Una última opinión de sexagenaria a sexagenaria, desde el gusto por la historia y la política que, al parecer, ambas compartimos con tantas divergencias y matices: Sra. Aguirre: abandone la presidencia del PP y deje de entrometerse en el futuro de esa Comunidad. Como usted dijo, tiene familia, nietos, y una vida privada (?) a la que dedicarse. Deje que los jóvenes puedan atreverse a construir su ciudad, su comunidad, su país, sin tener que sortear sus añagazas, sus trampitas y sus bronquitas. No pida a nadie más que repita con usted lo que cree que le da ventaja, cuando de hecho se descubre como ventajista. Y eso no es nada “british”. Quería usted ser la Margaret Thatcher madrileña, pero se está quedando como un triste remedo de La Chata.