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José Luis López Bulla La petulancia dogmática de Pablo Iglesias El Joven
José Luis López Bulla



Pablo Iglesias  ha pronunciado un discurso de marcado carácter económico para responder al que ayer dio el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en el debate sobre el estado de la nación en el Teatro Bellas Artes de Madrid.  “Hacía falta que la oposición respondiera al Gobierno. Por eso estamos aquí”, afirmó bombásticamente el líder de Podemos (1).


Repetimos para quienes leen en diagonal: «Hacía falta que la oposición respondiera al Gobierno. Por eso estamos aquí».


Los niveles de narcisismo de Pablo Iglesias El Joven están llegando a la petulancia. La cosa no sería tan grave si no es por la densidad de dogmatismo que progresivamente va acumulando en su zurrón. Curiosamente petulancia y dogmatismo son dos características de lo que, con razón, Podemos critica a la clase política española y, en sus palabras, «la casta». Sin embargo, este Iglesias sólo ve la viga en el ojo ajeno y nunca el tablón en el suyo propio. Digámoslo claramente: Iglesias utiliza la misma técnica de la vieja política, esto es, la auto referencialidad. Él y sólo él es el cristiano viejo; el resto son los marranos. Es el yoísmo de los dirigentes a quienes critica. Y de la misma manera que el rey Sol afirmó que el Estado era él, Iglesias brama engoladamente que la oposición es él, y nada más que él.


Entiendo que a Pablo Iglesias no le gusten Alberto Garzón, Joan Coscubiela y Pedro Sánchez. Pero negarles la potencia de sus discursos opositores es, por este orden: 1) un disparate esperpéntico; 2) una ceguera de primer orden; y 3) una actitud, en este caso, de niñato consentido. Así es que dejemos las cosas en una mezquina toponomástica electoral.


Sin embargo, la desventaja del dirigente de Podemos estriba en que ya no es el intermediario entre lo que ocurrió en el  debate del Estado de la nación y la ciudadanía; fueron las cadenas de televisión quienes dieron buena cuenta de los planteamientos de un sector de la oposición.  Que sin pelos en la lengua acorraló y dejó en cueros vivos el discurso del Presidente del Gobierno.


Quienes oímos determinados discursos en el Parlamento sólo podemos decir que Iglesias se acerca a la estafa afirmando que él –y sólo  él--  es la oposición. ¿Se trata de un error? Tal vez, pero desde hace demasiado tiempo sabemos que cuando un error se repite demasiadas veces, se trata ya de otra cosa.  En todo caso, lo que demuestra es, a mi entender, que Pablo Iglesias no acierta a ver la (concreta) relación de fuerzas y sólo se atiene a la que, de manera abstracta, establece su propio caletre. Que es algo que se le puede perdonar, con un cierto esfuerzo de bondad, a un politólogo, pero no a un dirigente político. 


En resumidas cuentas,  Pablo Iglesias El Joven aprende aceleradamente los peores vicios de la vieja política. Lo peor es que este aprendizaje acaba contaminando la hipotética esperanza de renovación de la política. Aunque, quizá, la cosa sea más sencilla: las esperanzas de novedad de Podemos tal vez sean exageradas.


«Niño, ¡Que te vas a caer al río!», le dijo García Lorca a Narciso 






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