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José Luis López Bulla Isma y Dani: Un trabajador en día de huelga general es un latido en la ciudad
José Luis López Bulla



Laura Rozalén,

Estudiante de doctorado en la Universitat de Barcelona


Un trabajador en día de huelga general es un latido en la ciudad. Golpea el asfalto con furia y sin resignarse. La sístole tensa el aire: “Compañeros”... La diástole reclama: “no vayáis a trabajar”. Un trabajador será todos los trabajadores del mismo modo que en una abeja siempre anida la promesa de un panal.


         Con nuestros años habremos vivido ya dos o tres huelgas. Algunos veíamos a nuestros padres moverse como en día de guardar y preguntábamos: “madre, ¿qué es huelga?”. Dando pacientes explicaciones que no comprendíamos, nos alzaban sobre los hombros, sobre el río rojo de Vía Laietana, y nos tomaban fotos, y nos daban bocadillos, y pedíamos que no acabara ese raro día de fiesta. Otros, descubríamos el mensaje críptico de pintadas en la pared: números, iniciales juntas… ¡No trabajes, hoy es huelga! sin saber bien qué significaban y a qué respondían. Pero sabiendo que algo escondían, algo que no se nombra en todas las comidas familiares, algo que se esconde a veces en el trabajo de padre, un gesto torcido al inquirir en voz alta un: ¡ya te contaremos! Eso, sí lo sabemos.


         Por eso, entendemos sin comprender bien que una huelga es todas las huelgas, pero no todos los trabajadores somos los mismos. Y llega el momento en que el músculo se afina y dices a la familia: “mañana noche no me esperes, voy con unos amigos...”. Con la conciencia del que cree que el derecho no nos da, siempre y en todo lugar, eso que llamamos Libertad, pero sí impide un trabajo esclavo, una vida precaria. Con la inocencia de las muchachas en flor que se llenan de pegatinas como guirnaldas para decorar una nueva convicción, un silbato que entona una vieja palabra; envueltas en pancartas, bailando al son del que ya se hace mayor. Por eso, algunos decidimos levantarnos el 29 de mayo de 2012, igual que se levantaron antes, sintiéndonos peces al sol enzarzados en una red, nodos conectados y desconectados que se relacionan, a menudo por primera vez, y se retroalimentan. Tensa el ambiente un grito: “a la huelga, compañeros”... Ahora nosotras vamos a trabajar, pero no será en precario, ni en la comparsa de apuntes en el aula, ni dando cuidados, ni limpiando la casa, ni siquiera yendo al tan prematuramente conocido INEM. Trabajaremos haciendo la huelga, que es luchar por nuestra dignidad.


         Pero..., siempre hay un pero. La dignidad de una huelga se paga cara en este tiempo, del mismo modo que parece un rito de sangre huir ante los que te pegan en catalán. No se salva nadie, muy pronto comprendemos también. Y como ser joven parece sumergirte en una minoría de edad mental, como ser estudiante en protesta te reduce al círculo de los pesados que siempre están con la misma murga, como los alborotadores que, aunque estudien, siempre molestan al orden rutinario del saber...


         Cuando amanece un grito se sostiene en el aire, uniendo ciudadanía. Yo me levanto defendiendo mis derechos, que es la defensa de los tuyos, de tus derechos. Soy una trabajadora que late en el asfalto, sintiendo en el nervio la fuerza de cada cual que vino antes, bombeando la sangre de aquella gente que gritará después. Somos nosotros, nos veo. Nos reunimos en asamblea en la facultad y urdimos protesta, nos concentramos en la sede distribuyendo las tareas, llamamos a las madres en la puerta del colegio, bajamos persianas porque hoy no se consume, amigo…, ni para echar el café que nos salve de nuestra vigilia. Silbamos al esquirol que aún no comprende que somos todo y que, aún así, nos falta el resto. Andamos en fila india, corremos, nos agolpamos en marea, nos sumamos a desconocidos porque hoy, por un día, nos sabemos juntos. En el ritual del caminar a calle abierta, una se encuentra con episodios que se mezclan con el cansancio de la noche y la tensión de la esperanza de un día de fuerza. Conforme avanzamos en grupos nos cruzamos con señoras mayores emperladas que toman el café de la mañana en Passeig de Gràcia y zurean en su fleur de societé, deshaciéndose del molesto ruido de los estudiantes como quién expulsa las miguitas del mantel. En el abanico de su vanidad se saben bien arriba y pisan fuerte abajo con sus tacones Bhlannik. Pero también hay un taxista, fumando desde la ventanilla de su atasco, embebido de COPE y banderas bajadas, que se tropieza en bufidos cuando se corta la Ronda Litoral, y confunde en ese gentío de manifestantes un enemigo que, no nos engañemos, normalmente se sienta detrás. ¡Ah! El Corte Inglés..., al demonio con él: hasta que la última jubilada no comprenda que no ha de entrar ni para perfumarse con las muestras de préstamo, que nunca podrá pagar, no se ganará esa batalla. Todo ello es parte de la geografía humana de la ciudad, de la escalera social de colores que  comenzamos a conocer, no sin cierta ingenuidad, la ingenuidad del recién llegado…


         Hoy hablamos de un caso particular, el de Isma y Dani, que se constituye en categoría general. Ya los conocemos: estudiantes aplicados de la facultad de ciencias, miembros del club de robótica y de la asociación de magia. A veces, militantes de una baraja de siglas cercanas o lejanas. Con los tiempos que corren, casi cualquier abreviatura de tal o cual grupo o grupúsculo organizado nos despierta un atisbo de humanidad. El día 29 de marzo de 2012 se producen las escaramuzas en el recinto universitario, en la Diagonal, donde el saber se pone en puntos suspensivos durante unas horas con la intención de conocer qué significan los derechos de ciudadanía, que el derecho de huelga no es un delito. Después, su detención… Van directos al calabozo, luego, la prisión preventiva en Quatre Camins, como una doble bifurcación en sus vidas, durante más de un mes… Luego, el rosario de firmas, las vistas, los abogados, un aluvión de citas, una campaña que les lleva de El Vendrell, de Terrassa a Madrid y de vuelta a casa… Casi nueve años les piden. Vamos para juicio. El próximo lunes, 9 de marzo, en una sala judicial, rodeados de apoyos de sindicatos, partidos y movimientos ciudadanos, Isma y Dani verán la cara a la Ley. Quedaran pendientes de lo que será visto para sentencia. Luego se verá.


         Pero lo cierto es que un encausado es el grito de dolor en nuestro enjambre. Y aunque hoy hablamos de ellos, de Isma y Dani, somos nosotros, nos veo. Mañana podemos hablar de cualquier latido más.



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