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José Luis López Bulla No confundir «ocasión» con «cambio de ciclo»
José Luis López Bulla
Tras las recientes elecciones se ha abierto una «ocasión». Una ocasión para limpiar la pocilga e iniciar un camino de regeneración de la vida democrática. El primer peldaño de esta ocasión es la redistribución del poder tanto en los ayuntamientos como en las comunidades autónomas y la posibilidad que todo ello abre para aplicar una serie de políticas (que serán parciales) de protección de los sectores menos favorecidos.


Sin embargo esta ocasión no es, todavía, un «cambio de ciclo». Este empezará cuando la ocasión adquiera fisicidad y se concrete en la limpieza de la pocilga y se pongan en marcha nuevas políticas que serán una aproximada expresión de lo prometido en la campaña. No se trata de una pejiguería: alerto de no confundir ocasión con cambio de ciclo. Éste vendrá, repito, cuando la ocasión se materialice concretamente.  Porque los cambios de ciclo no existen en abstracto. En suma, ahora estamos ante la expectativa de cambio de ciclo que nos puede deparar esta ocasión.


Pongamos que la ocasión empieza a dar sus frutos y que se ha interpretado hasta las penúltimas consecuencias que el «virus del cambio» --Echeniquedixit— está haciendo de las suyas. Así las cosas, hay que interpretar los grandes movimientos de cara al inmediato futuro. Por ejemplo, que la izquierda ha aparecido muy fragmentada, casi atomizada frente a una derecha rabiosa y otra que está agazapada.  


Centenares de plataformas locales y regionales han aparecido en la escena y puede que tal atomización haya sido parcialmente responsable de esta ocasión que puede llevarnos al cambio de ciclo. Pero el próximo desafío ya no tendrá características cantonales, sino generales. Con otras normas y otros códigos. La atomización ya no será útil sino a todas luces contraproducente. Digámoslo sin reparos: el próximo proceso electoral requiere una gran pulsión unitaria y de reagrupamiento. Que tengan una potente visibilidad y que sea visto de esa manera unitaria. Vayamos, pues, al grano.


¿Qué impide la realización de un encuentro auto convocado de todas esas fuerzas, objetivamente dispersas todavía, para explorar las condiciones de una gran confederación o federación de izquierdas para preparar el terreno del próximo proceso electoral? Oído cocina: auto convocado quiere decir exactamente eso, auto convocado en las formas y en el fondo. Sin alardes pueriles que estropeen la cosa. Como se diría enérgicamente en la Vega de Granada: no vayamos a pollas, que el agua está muy fría. Sin alardes pueriles quiere decir que nadie ostente un protagonismo autoproclamado e hiriente para el conjunto de las islas de la izquierda.


Afirmaba Platón, en su La República--   que la preocupación  de la medicina no es la clase médica, sino la salud pública. De aquí saco una inferencia: el objetivo de la política no es el político sino la ciudadanía.


Ahora bien, si traemos bajo el brazo algunas de las enseñanzas de Bruno Trentin, diríamos que las izquierdas no sólo deberían abordar el poder institucional sino también la reforma de la sociedad. La verdad sea dicha: eso son palabras mayores. De ahí que sospechemos que los taifatos de izquierdas no estarían suficientemente pertrechados para tan necesaria operación. Y como decíamos anteriormente, si estamos ante un momento de necesarias pulsiones unitarias, la coalición de izquierdas que debería ponerse en marcha para las próximas elecciones  tendría que dar un paso más allá y configurar el salto de todas esas islas, un tanto desconectadas todavía, hacia un archipiélago: un archipiélago de la izquierda.


Habrá fuerzas políticas que serán renuentes a esta gran transformación. Alguna que otra se aferrará a sus raíces. Dispensen esta cruda reflexión: «las personas no tenemos raíces», dijo un avisado George Steiner.  Y añadía: «las personas tenemos piernas». Y cerebro, añadiría un servidor. Sólo los árboles tienen raíces. Pero si hay quien se asuste de tamaña idea, le puedo aclarar que, en todo caso, las raíces que motivan una identidad están –mejor dicho, deberían estar--  en constante movimiento. Un movimiento que dan las piernas y la cabeza.  Quien se aferre, pues, a una identidad estática, al margen de las grandes transformaciones en curso, se verá «sola, fané y descangayada», como dejó cantado Carlos Gardel.  



    

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