Animando a Jeremy Corbyn, nuestro amigo inglés

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Homenaje a Jeremy Corbyn

Ya me gustaría tener la suficiente capacidad de observación y análisis para saber, al menos aproximadamente, qué tipo de partido es el Labour, esa extraña cosa británica que tiene como inveterada costumbre proponer un tipo de renovación que cada vez más se orienta a la derecha y, en sentido contrario, cuando alguien se propone resituarle en la izquierda seria, sus cofrades le ponen trabas, le organizan una continuada difamación, una grita descomunal. Ahí está el jarrón chino de Tony Blair que, como todos los ex, molesta para disimular su soledad. Sí, ese Blair que acabó siendo una «Thatcher con rostro humano», según la ácida palabra de Manuel Vázquez Montalbán.

Sabemos que un outsider, Jeremy Corbyn, está queriendo reorientar el viejo partido, una organización que, para disimular su olor viejuno, se disfraza de new, new, new cada dos por tres. Pero lo chocante de ese disfraz es que se corresponde con un paso atrás. A eso precisamente se está enfrentando nuestro Corbyn con decisión. Pero no sólo es Tony Blair quien está organizando un sidral de considerables proporciones: «si ese hombre gana sería el Apocalipsis». Ahí está el aparato del partido, el potente sector de chichinabo y las franquicias de ambos para impedir que Corbyn sea elegido como responsable de la organización. Según una joven pizpireta, emulando a los capataces de Blair, Corbyn propone «viejas recetas a viejos problemas». Así pues, la más tosca descalificación, provinente del new, new, new, se ha puesto en marcha al tiempo que nos deja a todos en la más absoluta ignorancia de qué propuestas nuevas convienen a los nuevos problemas del mundo de hoy. Obviando, además, qué propuestas nuevas deben hacerse para afrontar los viejos problemas que subsisten.

Dicho lo cual, y tras esas informaciones, estoy en condiciones de intuir qué es el Labour: una partida de politicastros que se comportan como el tristemente famoso perro del hortelano.