Titular notícies
José Luis López Bulla El asesinato de mi abuelo a traición. (Un homenaje al diccionario)
José Luis López Bulla


Cuando yo era niño chico acompañaba a mi padre adoptivo, el maestro confitero Ceferino Isla, el gran restaurador de los famosos dulces santaferinos llamados piononos, al cementerio el Día de Difuntos. Nuestro objetivo era saber si nuestros muertos seguían allí y llevarles las flores correspondientes. Como es natural fuimos a visitar la tumba de mi abuelo, Pepe López Vázquez. Puse atención en la leyenda de la tumba: «José López Vázquez, muerto de forma aleve». Comoquiera que yo no conocía qué quería decir eso de «aleve» le pregunté al maestro qué cosa significaba. Se quedó de piedra y me respondió como lo hacen los dirigentes políticos cuando les interrogan sobre cualquier particular. Allí había gato escondido, me dije porque no era normal que no hubiera respuesta. Más tarde, ya en casa, me voy a un diccionario y consulto: «aleve» es alevosamente, a traición. O sea que a mi abuelo alguien se lo había quitado de en medio. En plena cena inquiero: «Vamos a ver, ¿quién mató a traición a mi abuelo, que yo me entere». Mi madre adoptiva se lleva las manos a la cabeza y grita «¡Animas benditas del Purgatorio, Animicas mías!». El maestro confitero con una mirada imperativa para la presumible bofetada de su mujer que se avecina. Ha caído en la cuenta de que el chivatazo proviene del diccionario.


Andando el tiempo tuve conocimiento pormenorizado del alevoso asesinato. Y, como homenaje al abuelo Pepe López Vázquez, lo dejé escrito en Cuando hice las maletas [Península, 1997].  Y así lo dejé escrito:


«... Bien lo sabía mi abuelo Pepe López Vázquez que, durante muchos años, había transportado pescado –boquerones, sardinas y japutas, éstos eran los pescaítos del nombre feo— desde Motril a Santafé en una recua de burros, atravesando todos los vericuetos de Sierra Nevada; eso duró hasta que lo quitaron en en medio un día aciago, allá por el año de 1912. El viaje de ida a la costa era más liviano y mi abuelo podía viajar encima de cualquier acémila; el de vuelta ya era más complicado, pues los serones y los capachos estaban llenos de pescados, así que el buen hombre desandaba el camino a pié. Y de esa manera debía dormir, mientras sus manos se cogían a la cola del último burro, según la técnica antigua de los contrabandistas del campo de Gibraltar.


» Mi abuelo, pasados los cincuenta años, era muy atrevido con las mujeres, y eso le perdió.  Efectivamente, chicoleaba con una vecina, cuyos apellidos encadenados tenían resonancias medievales. En cierta ocasión, la pareja creyó estar a salvo de miradas indiscretas y aprovechó el momento como era de esperar. Desde luego ignoraron algo elemental: en el pueblo, en cada instante, todo se sabe. El caso es que el marido burlado cargó la escopeta como corresponde, atravesó la casa de puntillas, abrió los postigos con muchísimo cuidadito, apretó el gatillo sin acordarse de la Virgen del Pincho y la bala rompió el alma de mi abuelo. No hubo que lamentar más víctimas, menos mal. De esa manera, el marido aseó su frente y con la ayuda de la Justicia pagó lo  que debía.   Ningún poeta local  tensó su lira para las desventuras de mi López Vázquez. La familia tejió sobre el particular un hondo silencio que todavía dura».


Cuando presenté el libro en Santafé nadie de mi familia estuvo presente, hecha la excepción de mi prima Conchita. No me perdonaron que le diera cuatro cuartos al pregonero, siguiendo la enseñanza de que los trapos sucios se lavan en casa.  



Moralejas. Tengan siempre un diccionario a la altura de los niños chicos, es una fuente de información.  Y, sobre todo, entre un diccionario y una escopeta elijan lo primero: no vayamos a pollas, que el agua está muy fría.   

Últimes Notícies