Su Altabajeza en el banquillo
Algunos sectores de la Judicatura se pusieron alegremente bulliciosos tras la sentencia contra el juez Baltasar Garzón, especialmente por su inaudita severidad. Entendieron que era un aviso en clave de acollonamiento a los magistrados que simplemente querían hacer justicia al margen de las contingencias político--partidistas. Se felicitaron, pues, los togados de antiguo bigotillo horizontal y gramática carajillera. Se equivocaron cuando aplaudieron al considerar que el espacio del año-luz cúbico de su vieja subalternidad a la caverna seguía incólume. Erraron al pensar que, tras lo de de Baltasar Garzón, se reduciría el perímetro de la justicia independiente.
Se me objetará que todavía hay mucha mugre en el palo del gallinero de la Magistratura. Claro que sí. Pero ese no es el dato. La novedad es otra: el detergente de no pocos jueces, tanto en la huerta como en el secano, está limpiando el ecosistema. La decisión unánime de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca de no aplicar la llamada «doctrina Botín» a la chozna, tataranieta, bisnieta, nieta e hija de reyes, Cristina de Borbón; el encarcelamiento de personas de altísimo ringorrango institucional; el encausamiento de rinconetes y cortadillos, ligados directamente a los poderes institucionales y económicos muestra con la claridad del Lucero del Alba que la caverna tiene, cada vez, menos gente que le escriba. Lo viejo se empequeñece; lo nuevo avanza, y lo hace cualitativamente: la sangre llamada azul está compartiendo banquillo morganáticamente con la plebe. Muy grave es, efectivamente, la corrupción en nuestro país; pero lo nuevo es que sobre ella está cayendo la ley sin contemplaciones. Por lo tanto, con el mismo júbilo que el famoso molinero prusiano podemos gritar: «Jueces hay en España». Perdón, juezas y jueces.
Y mientras esto sucede, se me vienen a la cabeza los casos de centenares de sindicalistas –entre ellos los 8 de Airbus-- que están a la espera de juicio.

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