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José Luis López Bulla EN EL CAMINO DE DAMASCO A LOMOS DE UN CABALLO ESPERANDO LA CAÍDA.
José Luis López Bulla


Escribe  Lluís Casas



Después de una larga temporada recorriendo los más intrincados paisajes internos, vuelvo a dar la lata con el permiso de un editor cada día más tolerante con las insuficiencias de los redactores ocasionales y con el amplio abanico de la vida.


Para volver a empezar, me doy la opción de evitar comentar el estado político del entorno (nada alentador intelectualmente y más bien tocado por la comedia del arte) y me fijo en algunas informaciones que me llegan de variados centros de poder relacionadas con el choque entre la nueva política y la tozuda realidad.


La nueva política, término del que abjuro públicamente, ha insistido y aplicado, así que ha podido, unas “normas” de decencia sobre los sueldos y la consideración que conlleva el cargo público, así como sobre las llamadas malas prácticas de lo que denominan partidos tradicionales, la casta u otros adjetivos que tratan de delimitar la existencia de una alternativa de nuevo cuño. Esa presión ha llevado a la acusación  (¿de casta?) de un alcalde por un tubo de pasta de dientes. No se trata de un ocasional defecto de este o de otro. Se ha dado en Barcelona, en Madrid, en valencia y allí en donde los cambios electorales profundos se han manifestado. La llegada de unas fuerzas de izquierda cabreadas con la crisis y con la desfachatez política imperante en muchos ámbitos ha producido un análisis de sectarismo de corte basto que da alegrías y amarguras.


Eso solo es una anécdota, pero en las negociaciones para alcanzar acuerdos electorales la depuradora de la nueva política ha enterrado y menospreciado currículos de políticos de juvenil aspecto, cuando menos totalmente honestos y con garantía tanto en dedicación como de cierta eficacia.


La nueva política incluso ha obtenido grandes beneficios de partidos constituidos y con larga tradición en forma de “money”, acceso a los medios, imagen de capacidad probada, experiencia administrativa y de gestión, red de contactos y bases expertas en cotizar, en realizar campañas, en colgaduras de pancartas, etc. Esos beneficios más que evidentes no se han “publificado”, pensando, tal vez, que eran un flanco al descubierto para la pérdida de la virginidad, en cambio han servido para crecer en votos y en estructura. Algunas alcaldías de cierta relevancia son prueba de ello.


Un asunto que aún colea y hace todavía víctimas es el debate salarial para alcaldes, concejales, diputados, etc. Se ha mantenido hasta hace poco una peculiar interpretación sobre la “dignidad” del emolumento político, considerando (como la derecha más neoliberal) que los trabajadores a tiempo completo, salario digno y sindicalismo activo son unos privilegiados a extinguir en beneficio de la igualación de rentas por abajo. Tesis más que expuesta por los líderes del empresariado más carca. Si el emolumento de la política es alto o bajo es siempre en relación a dos cosas: la primera es la valoración del trabajo realizado y otra es la combinación entre la riqueza social y la deseable independencia económica respecto a los grupos de poder económicos. Nunca debería ser la consideración de que si cobras poco eres más digno. Ahora, con la práctica, algunos descubren que los emolumentos por la actividad pública son necesarios para, por ejemplo, coger un taxi y llegar a la hora.


No hace falta añadir el profundo despiste acerca de ciertas actividades económicas promocionales y su influencia en variados campos, todas ellas (fríamente valoradas) de gran importancia. Es el caso del congreso de móviles en Barcelona, simple ejemplo. Despiste que fue rectificado a tiempo, pero que dejó la sensación de cierta incapacidad para delimitar lo real de lo figurado.


La consideración tan habitual en la nueva política de que la administración pública es un pozo de ineficacia, rellena de trabajadores poco dispuestos, con directivos corruptos y prebendas cercanas a las de la rancia aristocracia de sanguijuela, se desvanece con el uso y el conocimiento que da ahora el mando en plaza (si hay sensores personales en estado de alerta). La administración es, como la sociedad, una compleja organización en la que abundan los buenos tipos y en la que existen zonas oscuras y pasadizos ocultos. Nada nuevo para quien ha ido por la vida  con la mente despejada y la vista atenta, pero una materia desconocida para los que se dejan llevar de la cómoda simplificación.


Pasados ya unos meses con la nueva política asumiendo responsabilidad y la experiencia acumulada, las cosas parecen que tienden a una cierta racionalidad y al manejo de un instrumental de análisis un poco más sofisticado que el simple epíteto abrupto o de la confrontación terminológica. La huelga del metro ha sido una oportuna vacuna a lo simple. La decisión de si apoyar o no una candidatura y de los tejemanejes que comporta también está ayudando a asentar a muchos de los que levitaban.


Todo ocurre como siempre.  Una vez al mando, los tenientes recién salidos de la academia militar tienen la sensación de que son novedad, que están hechos para cosas nuevas y mejores y que el futuro es una tierra por descubrir sin ningún adjetivo adjudicado.

Después se encuentran adscritos a un regimiento con soldados de carne y hueso, con material del siglo pasado y con normas que lindan con el siglo de las luces y  las sombras.

Quien de ellos tiene una inteligencia práctica, aparta de momento lo aprendido y lo imaginado y trata de sacar provecho de lo que hay. Descubriendo a la vez que lo disponible no está mal del todo.

Otros intentaran hacer con la arena de la playa una construcción ciclópea que a medida que crece se deshace. Su mundo imaginado y su falta de realismo práctico o mágico los lleva a su propia destrucción. Desgraciadamente acompañados por otros a los que han hecho víctimas del espejismo.


Ahí está la disyuntiva para los ideólogos y los políticos que alcanzan la vara de mando y la obligación de hacer además de decir. Es aquello que para construir la nueva sociedad necesitamos al “hombre nuevo”. Una contradicción insuperable, si no es a base de tomar al “hombre existente” como sujeto.


Como la capacidad de aprendizaje del ser humano puede ser infinita a poco que desaparezcan los filtros, la nueva política se librará de palabras huecas y dará paso a lo de siempre: se construye con lo que se tiene, que ya es mucho.


Lluís Casas, “the revenant”, sin oso.



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