Bruselas, nuevamente el terror
Llevo un par de horas devanándome la sesera buscando un tema sobre el que escribir en este blog. No lo encuentro porque tengo la cabeza en otro sitio: en Bruselas. Leo los periódicos, me viene una noticia, pero me pregunto qué importancia tiene esto si lo comparamos con la tragedia de Bruselas. Claro, no importaría que no escribiera nada, al menos hoy. Pero me he impuesto –tal vez con cierto narcisismo-- la tarea de escribir diariamente por pura disciplina. Cuestión distinta es la utilidad de los textos que pongo en circulación, pero eso ya es harina de otro costal. En todo caso, tener disciplina –al menos esta tan agradable de la escritura-- es recomendable sobre todo a partir de ciertas edades.
Sintiéndolo mucho hoy no he encontrado tema. Entonces, por qué no escribir sobre Bruselas. Por la sencilla razón de que me sobrepasa, porque si lo hiciera diría cuatro vaguedades, cuatro tópicos. Porque no tengo respuestas. Y, peor todavía: porque no sé qué preguntas hacerme sobre el particular. Entiendo que esto es lo más duro: no saber qué preguntas hacerme. A partir de ahí me inquieto. Ese velo de ignorancia en las preguntas es el primer peldaño para delegar, que es una manera de dimitir de buscar los grandes y pequeños interrogantes sobre tan gravísima situación: «lo de Bruselas» y lo de cualquier problema de nuestros días.
Se me viene a la cabeza el consejo de Ludwig Wittgenstein, que algunos han creído acertado: «sobre aquello que no puede ser expresado debemos guardar silencio». Tal vez era una llamada de atención a los charlatanes. Pero, posiblemente, entiendo que hubiera sido más acertado expresarlo de otra manera: cuando no sepas qué decir debes callarte y seguir dándole vueltas a la cabeza. Eso es lo que haré.

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