Alguien llamó «macarra» al Hernando del PP
Una diputada de IU ha llamado «macarra» al portavoz del Partido Popularen el pleno de la investidura fallida del hombre de Pontevedra (1). No comparto ese estilo, ni siquiera dirigido a ese Rafael Hernando, que es bronco entre los broncos, cimarrón entre los cimarrones y uno de los primeros tabernarios de este país. Un estilo que, por lo demás, está alejado de la austera sintaxis de los Anguita y Alberto Garzón.
Nadie se imagina a Marcelino Camacho, Gregorio López Raimundo o Santiago Carrillo usando un lenguaje tan pobretón dentro o fuera del Parlamento. Tampoco a Togliatti y Berlinguer, Thorez y Duclos. Es más, sí alguno de sus correligionarios hubiera hablado de tal guisa, ellos se lo hubieran reprochado severamente.
Llamarle macarra a un diputado lo entiendo de esta manera: a falta de argumentos fuertes se recurre a la estridencia para hacerse notar; es la desesperada lucha por buscar un titular en los medios, sabiendo que hay un sector de incondicionales que prefiere la invectiva de mostrador de taberna a un argumento razonado. Que la lucha política no es ajena a un lenguaje áspero lo sabemos desde los discursos de Demóstenes hasta nuestros días. Pero toda aspereza o va acompañada de razonamiento o es pura farfolla que no deja huella, que no establece pedagogía alguna. Más todavía, en no pocas ocasiones ese lenguaje no es otra cosa que la expresión de la exasperación. Así pues, cada vez que alguien desde la izquierda utiliza ese lenguaje vitriólico pierde la oportunidad de razonar políticamente. Que es –o debería ser— su cometido.
Por supuesto, esta salida de tono de la diputada es irrelevante en el cuadro de tantos problemas que tenemos. Pero no es baladí la exigencia de que se entre en el camino de abordarlos, y tengo para mí que sin discursos razonados no hay manera de resolverlos. Desde luego, a través de la inútil y facilona invectiva, desprovista de hilo político, se crean más escombros.
Permítanme una anécdota de mis tiempos de mozalbete. Estábamos reunidos clandestinamente en el comité local de Mataró del PSUC con un miembro del Comité ejecutivo del partido, Josep Pardell, de nombre clandestino Sitges. Cincuenta años de partido le contemplaban. En un momento dado, durante mi intervención, dediqué una rastra de insultos al alcalde franquista de nuestra ciudad, Pedro Crespo. Cierto, se llamaba igual que el alcalde de Zalamea, inmortalizado por Calderón de la Barca. Pardell me cortó en seco: «Aquí estamos haciendo política; esto no es una taberna». Corría el año de 1966. Lo entendí y me propuse una severa corrección de mi lenguaje.
Recomiendo vivamente a la diputada que lea (o vuelva a leer) los Discursos de Bruto y Marco Antonio. (Julio César, de Shakespeare).

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