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José Luis López Bulla Trabajo digno y sindicalismo en la globalización productiva
José Luis López Bulla


Escribe Isidor Boix




1.- Notas sobre la globalización  


Algunas referencias a la globalización me parecen necesarias para entender mejor algunas consideraciones sobre la acción sindical en tal marco.

No se trata de un fenómeno nuevo, quizás sí lo sea en su intensidad y en algunas de sus manifestaciones, pero las tendencias a la internacionalización productiva, y con ella la del comercio, a la deslocalización, arrancan con la propia industrialización. Pero hemos pasado de la deslocalización en una comarca y en un país, a tal fenómeno en un conteniente y ya en el mundo global. Deslocalización que, no se olvide, lleva aparejada relocalización, desarrollo industrial en otras zonas, con al mismo tiempo riesgos de empobrecimiento global si esta tendencia se desarrollara de forma unívoca, pero por suerte atemperados por las exigencias, y conquistas, de derechos laborales desde los nuevos centros de producción globales.


Algunas cifras ayudan a entender las actuales dimensiones de la globalización, concretamente en relación con el protagonismo de las empresas multinacionales. Según recientes estimaciones de la Confederación Sindical Internacional, las empresas multinacionales ocupan en toda su estructura productiva y de distribución (cabecera y filiales, junto con sus proveedores, contratas y subcontratas, hasta el trabajo domiciliario) aproximadamente al 50 % de los trabajadores del mundo (aunque solamente el 3% del total en plantilla propia), producen sobre el 60 % del total de bienes y servicios, y protagonizan el 80 % del comercio entre los países del planeta.


Una fácil conclusión resulta además de estos datos: el respeto, la conquista, de los derechos del trabajo en las cadenas de valor de las multinacionales del globo tiene una evidente fuerza expansiva, constituye una decisiva contribución a la defensa de los derechos humanos en general y de la dignidad del trabajo en particular.


2.- Sobre la crisis


La crisis tiene indudablemente responsables, sectores sociales que la han provocado y de la que se han beneficiado; actores de la política nacional e internacional cuya gestión la ha facilitado. Acusar a las políticas “neoliberales” de todo ello resulta fácil, pero sólo clamar estas certezas es de dudosa utilidad. Me interesa más en este momento considerar qué respuestas, propuestas y acciones, con escasas variantes, hemos dado a tales pecados desde las organizaciones sindicales nacionales e internacionales, así como desde la “progresía” política.


La primera respuesta fue un “no a la austeridad”, y en ocasiones “que paguen los culpables”, como si el desarrollo del mundo se produjera en función de un supuesto código ético administrado por poderes extrahumanos, por un Dios que pudiera corregir los desaguisados de la Humanidad. Lo cierto es que en los países desarrollados, el primer mundo (o “el Norte”), parece haberse producido una recuperación (aunque con nubarrones no despejados) en cifras macro, un nuevo crecimiento desordenado, pero con un elevado coste traducido en un deterioro del estado de bienestar, en un retroceso en los derechos ciudadanos y laborales, con un indudable avance de la cultura de la insolidaridad expresada en los renacidos nacionalismos impregnados de xenofobia, en la respuesta al drama de los refugiados y a las migraciones de diverso origen. Un panorama en el que sin duda también ha incidido muy negativamente el terrorismo internacional.


La crisis ha potenciado en la práctica la insolidaridad sindical interregional e internacional, camuflada detrás de pomposas declaraciones. Así se han mantenido por parte de muchos sindicatos las reticencias a una negociación colectiva supranacional, europea, también a los bonos europeos, y se han impulsado medidas antidumping contra las exportaciones a Europa desde diversos países, esencialmente asiáticos, que, independientemente de estudios posiblemente correctos, hubieran debido estar precedidas de una discusión intersindical con las organizaciones sindicales de los países productores.


No quiero salir de este tema sin dejar constancia de mi opinión, expresada ya en diversas ocasiones desde el inicio de la crisis, sobre lo que hubiera tenido que ser la respuesta sindical. Partiendo la realidad de la crisis, que nadie cuestiona, entiendo que la “austeridad” era una necesidad, pero no cualquier austeridad. Asumirlo significaba plantear qué austeridad, cuánto, dónde y cómo. Con qué controles y garantías, con qué contrapartidas de presente y de futuro. Esto es por otra parte lo que se ha hecho en España en empresas con fuerte implantación sindical. Y parece que en este mismo sentido se ha llegado a acuerdos con participación sindical en algunos países nórdicos. Sin embargo a partir de tales experiencias, en general silenciadas, no se ha elaborado política sindical alguna, y tampoco han habido desde la izquierda política propuestas en tal sentido, ni en el ámbito español, ni en el europeo, ni en el internacional.



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