El televidente peligrosamente adicto
Un conocido está a punto de sucederle lo mismo que le pasó a don Tammaro Promontorio de Modugno, el personaje central de la ópera de Antonio Paisiello, que en España conocemos como El Sócrates imaginario.
Don Tammaro Promontorio da Modugno, un rico terrateniente, ha perdido la cabeza a causa del exceso de lecturas de los filósofos antiguos y ahora se cree él mismo un filósofo. Toma así como modelo la vida de su autor predilecto, Sócrates, imitándolo en sus costumbres. Da nombres griegos a las personas que lo rodean, es feliz de ser maltratado por su esposa, como lo era su ídolo, y por el mismo motivo decidió tener una segunda mujer y casar a su hija con el barbero, que finge ser su seguidor. Para impedir que lleve a cabo sus locos proyectos, los parientes fingen una aparición de las Furias con el fin de espantarlo y luego le hacen beber un somnífero, haciéndolo pasar por la famosa cicuta que mató a Sócrates. Al despertar, la locura de Don Tammaro ha desaparecido.
A mi conocido, sin embargo, no le ha dado por los filosofeos como a don Tammaro; su afición empedernida son los programas televisivos que conocemos como tertulias. Si por un casual la programación de esos chicoleos coincidiera en el tiempo, él la grava para no perdérsela. Y es tanta su pasión que se siente identificado con todos los que hablan sean de la familia zoológica que sean. Aplaude a Inda y Farreras, ovaciona las marhuendades y sus acólitos, y con la misma devoción jalea a los contrarios de los anteriores. Mi conocido, pues, aplaude al hombre de Pontevedra, al presidente de la Gestora, a Ciudadanos y a Pablo Iglesias el Joven. Nuestro hombre es, pues, la concordia de la confusión.
Pues bien, ayer a hora temprana vi a mi conocido, rodeado de loqueros y embutido en una camisa de fuerza, a punto de entrar en la ambulancia camino del Manicomio de guardia. Me acerqué y le pregunté que a dónde iba. Encantado de la vida me respondí que le llevaban a participar en una tertulia de la Sexta noche.

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