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José Luis López Bulla La socialdemocracia que viene...
José Luis López Bulla



Por POUL NYRUP RASMUSSEN y UDO BULLMAN




“Nada viene de nada. Y muy pocas cosas duran. Por tanto, centraos en vuestra fuerza, y en el hecho de que cada periodo exige sus propias respuestas, y uno ha de estar dispuesto para la tarea si algo bueno ha de venir de ella.”
Willy Brandt, Congreso de la Internacional Socialista, Berlín, 15 Septiembre 1992.


Willy Brandt pronunció estas inspiradas palabras menos de un mes antes de morir, después de una vida excepcional de lucha por los valores progresistas en Alemania, en Europa y en todo el mundo. Nos recuerda algo esencial que deberíamos guardar siempre en nuestros corazones y nuestras mentes: que la mejor respuesta a los desafíos de ayer puede no ser adecuada hoy, y menos aún mañana. También nos dice, como lo hizo a lo largo de su vida y en todas sus acciones, que las mejores respuestas que podemos proporcionar, como progresistas, son las más difíciles: las que merecen que se luche por ellas.


En nuestro viaje hacia lo que esperamos sea un mundo mejor, más justo y pacífico, hemos llegado ahora a una encrucijada entre el viejo mundo de la posguerra y un mundo nuevo.

Las cuestiones básicas por las que debemos luchar permanecen: son la justicia social, la solidaridad e igualdad, la sostenibilidad, la libertad y democracia, además de la paz. Pero el ritmo imparable y acelerado del cambio en sus formas múltiples y más radicales, su a menudo impredecible aparición, y la escala abrupta de las diferentes crisis, más la presión siempre creciente sobre prácticamente todo lo que los progresistas hemos construido y conseguido a lo largo de muchos decenios, no tienen precedentes.


A lo largo de los tres últimos decenios, la humanidad ha desencadenado una poderosa y duradera dinámica de cambio en los campos económico, social, cultural, y político. Esta dinámica, sus interacciones y los impactos que causa en la sociedad y en nuestro planeta, nos están conduciendo a un mundo cada vez más veloz, donde se autogeneran desarrollos crecientemente transformadores. Los peligros graves se multiplican, tanto por lo menos como nuevas oportunidades fascinantes para nuestro futuro.


Desde una perspectiva política, dirigir este mundo en transformación a mejor mediante un sistema basado en valores tales como la igualdad, la justicia social, la libertad y la paz, está resultando una tarea increiblemente compleja,  y cada vez más difícil de llevar a cabo.


Solo si inventamos una nueva forma de política transformadora progresista podremos los socialdemócratas, en el futuro, garantizar este sistema de valores en lo que se ha convertido ya en un mundo super complejo en transformación. De otro modo, si fallamos más y más en esta misión, la socialdemocracia corre el peligro de un retroceso estructural que puede convertirla en un movimiento político minoritario, y en definitiva en una forma marginal de expresión política.


El hecho, triste y profundamente preocupante, de que en la mayoría de nuestros países, menos y menos jóvenes están dispuestos a comprometerse con nosotros porque no ven en la socialdemocracia una parte esencial de la política del futuro, debería ser una llamada de alerta brutal para todos nosotros.


UN MUNDO EN TRANSFORMACIÓN


El mundo en el que vivimos está sufriendo una profunda metamorfosis. Este proceso, que va mucho más allá de la mera globalización del comercio y la inversión, ha producido por otra parte beneficios impresionantes. Con cientos de millones de personas salvadas de la pobreza extrema, no puede haber duda del inmenso potencial para el progreso mundial que supone la globalización.


Sin embargo, en ausencia de unas normas globales suficientemente progresivas, la globalización también está exacerbando algunos de los efectos más devastadores del capitalismo. De hecho, a menudo tenemos la sensación de que nuestros sistemas y prácticas políticas -los estados nación, las actuales formas de integración regional y global, y la sociedad civil organizada- se están mostrando cada vez más incapaces de gestionar el cambio global en beneficio de los ciudadanos. Aunque esta incapacidad para gestionar el actual cambio transformador es una mala noticia para todos los movimientos políticos -tanto progresistas como conservadores y centristas-, resulta particularmente arduo para la socialdemocracia de hoy en día.


La socialdemocracia, como movimiento político, debe su existencia a la constatación de que la historia pocas veces, si ha habido alguna, trabaja en beneficio de la gente común, a menos que sea guiada y modelada por una intervención política resuelta y basada en los valores. Fueron sin duda los días iniciales de la revolución industrial, cuando los menos cosechaban los beneficios de la modernización económica mientras los más sufrían privaciones y explotación, los que nos enseñaron esta lección. Con todo, la socialdemocracia consiguió superar aquel desafío. Nuestros éxitos -plasmados en logros como el estado del bienestar -cambiaron el curso de la historia y además permitieron que la era industrial se desarrollara a partir de una base socialmente sostenible.


La promesa de empoderar a ciudadanos y comunidades frente a la historia es el fundamento de nuestra identidad política. Nuestra visión, en consecuencia, ha sido siempre más ambiciosa y clarividente que la de nuestros rivales. Los socialdemócratas no tratamos de ajustar la sociedad a imperativos dogmáticos, sino que intentamos modelar la historia misma para que la sociedad se convierta en dueña de su propio destino. Pero, tan pronto como fallamos en esa aspiración, perdemos nuestra identidad. Peor aún, a menos que la socialdemocracia consiga cumplir su promesa de modelar la historia, la sociedad estará expuesta a los erráticos movimientos de un desarrollo humano sin protección adecuada, y en consecuencia se verá amenazada en su misma existencia. Por desgracia, eso exactamente parece ser lo que está sucediendo hoy como parte de la metamorfosis en curso.


En la economía del mundo de hoy, por ejemplo, las dinámicas financieras y económicas son crecientemente impredecibles, y las crisis capitalistas cada vez más devastadoras y frecuentes. El cambio económico tiene características más perturbadoras cada vez. Vemos con frecuencia que se cierran industrias con un buen funcionamiento y con beneficios; que miles de trabajadores pierden sus empleos de buena calidad y se ven empujados al desempleo o a un trabajo precario. Como los sistemas nacionales de redistribución se están mostrando cada vez más inadecuados -en medida no desdeñable debido al auge global del incumplimiento y la evasión fiscal-, la sociedad se ve más y más dividida entre ganadores y perdedores. Mientras los conservadores pretenden zafarse con el argumento de que los mercados tienen inevitablemente tendencia a generar procesos ocasionales de cambio estructural y de dolorosa consolidación, los socialdemócratas serán creíbles solo si tienen éxito en combatir con eficacia las privaciones sociales consiguientes.



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