1.-- El resultado del referéndum turco huele a chamusquina. O si lo prefieren: algo huele a podrido en Turquía. Pero no se preocupen demasiado ustedes, Unión Europea --«sola, fané y descangayada»-- no dirá esta boca es mía. Tomará nota, burocráticamente, de la situación turca, mirará de soslayo hacia un punto indeterminado y a otra cosa, mariposa. Erdogán lo sabe y, además, es consciente de su posición geoestratégica. Mas todavía, de un lado, tiene la llave de la gigantesca diáspora de personas que huyen de Siria; y, de otro lado, sabe que su país es un importante mercado de la Unión Europea.
La UE --«un gallo desplumao mostrando al compadrear el cuero picoteao»-- ni siquiera intentará sacar pecho, vigilada como está por ese preocupante triunvirato de Trump, Putin y Erdogan. Seguirá a trancas y barrancas su deambular, camino hacia ninguna parte.
2.-- Ahora bien, que huela a podrido en Turquía no puede esconder que el resultado del referéndum no ha sido un paseíllo triunfal. Ha salido por los pelos. A pesar de ello, Erdogan ha afirmado que seguirá adelante. Lo primero, la restauración de la pena de muerte. Y después, lo que le venga en gana. A saber, la eliminación legal de cualquier tipo de disidencia. Y es que con una miaja de diferencia –con la mitad de la población frente y contra la otra-- se puede ´constitucionalizar´ lo que le salga de la cruz de los pantalones.
Algo de eso se ha enunciado, con parecido desparpajo, en estos pagos. En resumidas cuentas, Erdogán hay más de uno. Me lo dijo, tiempo ha, mi viejo amigo Javier Sánchez del Campo que, en la foto, mira aparentemente el pasado en el teatro de Mérida.