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12/07/2011 - El discurso

A Max le molestan las corbatas. Siente que el nudo le ahoga lentamente y que la tela se retuerce entre su nuez como las culebras rodean a sus presas. Hace tanto calor que los adoquines se funden como la manteca en el fogón. El alcalde suda como si hubiesen abierto las esclusas del cielo justo sobre su cabeza. Los chicos del coro se han aburrido de esperar y corretean por la plaza en una nube de polvo. El ramo de flores languidece junto a la fuente. Ni las abejas parecen interesadas. Hace casi una hora que la ministra debía haber llegado.

Mientras las campanas de la iglesia tocan alocadamente, el alcalde se desploma como un árbol tronchado. Las mujeres que habían estado observando la escena desde el fondo de la plaza corren a socorrerlo. Unos le quitan los zapatos, otros lo trasiegan hasta la acera y los chicos del coro le mojan la cabeza con el agua de la fuente. Pero el alcalde no reacciona. El farmacéutico llega sin resuello y sin camisa, rescatado de una larga siesta. Decide llamar a los servicios de urgencia y no puede disimular un gesto contrariado, que Max anota en su registro de alarmas. Pocos minutos después una ambulancia se lleva de forma apresurada al desdichado alcalde, blanco como un lirio en primavera.

El sol ya ha dibujado la mitad de la elipse que traza en el cielo. Los chicos del coro han ido desertando poco a poco. Las mujeres situadas en el fondo de la plaza han desaparecido como las hormigas antes de una tormenta. El capellán juega al cinquillo en el bar. Cuando al final llegan dos audis con los cristales tintados, sólo Max espera en la plaza, recoge disimuladamente las flores mustias de la acera y las ofrece con una sonrisa forzada a la ministra. En unos minutos, la política, entallada en un vestido muy corto corto y unos zapatos muy altos, corta la cinta, descubre una placa conmemorativa a la entrada de la escuela, lee con desgana un discurso y entra apresuradamente en el audi que se aleja entre una gran nube de polvo.

Max se ha quedado solo frente a la placa. Afloja un poco el nudo de la corbata y sube a la tarima. Con gesto solemne se acerca al micro y arenga sobre la educación, sobre el conocimiento, sobre la verdad y la ignorancia, sobre la igualdad y, por fin, sobre la vida y la muerte. Es, seguramente, el mejor discurso que jamás haya sido pronunciado. Mientras Max desciende satisfecho de la tarima, el móvil le tranquiliza: el alcalde se recupera de la lipotimia. Empieza a llover y las palabras se mojan de silencio.

11/07/2011 - El maletín
El agosto se filtra por las persianas del despacho. El ventilador va negando con la cabeza, a un ritmo lento, como un sabio japonés. Cuando encara la mesa, las hojas tiritan durante un instante, pero enseguida recuperan el reposo. La puerta está cerrada aunque se puede oir el sonido acompasado de las teclas de un ordenador. Como un concierto tosco. Como un réquiem.

- Nuestra empresa lleva más de diez años en el sector. Hemos trabajado en todas las capitales de provincia de la comunidad. Tenemos todas las normas de acreditación europeas y, además, hemos conseguido una mención extraordinaria en la Feria Sostenible de Milán. Está usted hablando con la mejor empresa española del sector de la limpieza. (Y siempre que dice sector convierte la ce en una sonora ge).

- Entonces estoy seguro que ustedes no tendrán ningún problema en el concurso.

- Pero usted sabe igual que yo que los concursos no son del todo fiables. Que a veces, hay una mano negra que sitúa una de las empresas por encima de las otras.

- Le garantizo personalmente que eso no ocurrirá. El concurso seguirá las normas que hemos definido. Le doy mi palabra.

- Palabras, palabras... Llevo mucho tiempo en este negocio y sé que las palabras son sólo eso, palabras. Y más entre los políticos. Mire. Me gusta hablar claro. Todas las empresas son más o menos iguales. ¿Sabe usted por qué nosotros gestionamos más ayuntamientos que ningún otro?.

A Max no le interesaba lo más mínimo.

- Porque tratamos bien a las personas que confían en nosotros. Al final, una empresa de servicios es eso: confianza y buen trato. Nosotros sabremos tratar bien a su ayuntamiento y, sobre todo, sabremos tratarle bien a usted. Denos su confianza y le aseguro que encontraremos la forma de agradecérselo.

Llega un momento en el que el humo del bar llena todo el espacio. A Max le encanta ese aroma de chorizo frito que parece colgado del techo como un nido de murciélagos en lo alto de la cueva. Ha bebido cuatro cervezas y se siente un poco mareado. Pide la cuenta alzando el dedo entre la nube de cabezas que le rodea.

- ¿Hoy no me invitas, Max?.

- Voy muy justo este mes, Andrés. La próxima.

La noche ha teñido de añil las callejuelas del centro y ha barnizado de frío las esquinas. Max se para frente a una lata que rueda por la acera, se agacha y la introduce con destreza en la papelera. Sonríe. Hay días por los que vale la pena ser concejal. Y su silueta se pierde entre la bruma.

10/07/2011 - La entrevista
Los focos son como seis grandes soles que llenan el estudio de haces de blanco. Parecen espigas de luz. Max se siente abrumado mientras una estilista con un escote imposible le embadurna la cara con una capa de maquillaje. Prueba el micrófono y el regidor le suplica una vez más que no lo toque, que se limite a hablar de forma natural. "Ésta es su cámara", le comenta un zagal con los pantalones caídos, que muestra orgulloso la marca de su slip. ¿Mi cámara? piensa Max. ¿Y para qué quiero yo una cámara?.

La realizadora del programa tiene unos tacones tan altos que parece el elefante que Dalí escondió en Púbol. O mejor, aquellos equilibristas del Circo que se pasearon por el pueblo alzados en unos inmensos zancos. Habla tan deprisa que Max apenas entiende nada. "Cuandosenciendalocho, entrasted ysesientenelsofadeladerecha yespera quelesaludeMamen. Nohablestaquenoselodiga ynomirelacámara". Mamen es la presentadora. Parece que se ha escapado de un cuadro de Modigliani. Es tan esbelta que diría que está a punto de evaporarse. Los focos siguen calentado el plató, casi en ebullición.

Empieza el programa. Mamen sonríe. En el escenario, unos sofás con forma de labios se van ocupando por políticos sometidos al acoso impenitente de la presentadora. Critica los impuestos, las retribuciones, los maletines, las obras, los servicios. Y mientras se mofa de los incautos políticos locales, el público ríe al son de un realizador que mueve los gestos como un director de orquesta. Hundidos en los sofás los cinco alcaldes intentan mantener la dignidad mientras improvisan frases exculpatorias.

Finalmente, entra Max. Mamen le espera como un verdugo ante el cadalso, con su capucha negra y su enorme hacha afilada con restos de sangre. Incluso le parece ver el capellán balbuceando unas últimas oraciones. La corbata le aprieta tanto el gaznate que siente que el aire apenas fluye por un desfiladero angosto, demasiado estrecho. Los focos parecen fuera de control y ahora queman el aire como si se tratase de un globo aerostático. La boca está seca como la mojama, como los barrizales en verano.

Cuando es Fiesta Mayor, toda la comarca acude al reclamo de las atracciones, de los conciertos en la plaza y los animados correcalles. Apenas queda rastro de la Feria del ganado, que antaño reunía hasta 3.000 reses. Hoy es una modesta carpa donde se sitúan un concesionario de coches, varias carnicerías, la cooperativa o la Junta. Cuando entra Max, es recibido con todos los honores. Palmadas en la espalda, sonrisas de complicidad y parabienes que desbordan la timidez del concejal. Todos repiten una y otra vez la secuencia que ha hecho famoso, por un día, al modesto pueblo de la meseta. La feliz ocurrencia del concejal más célebre de la región.

- Es usted el representante de una mancomunidad de municipios que se han unido para promocionar turísticamente su región. Se han gastado (mira de reojo el telepronter) casi 100.000 euros en la atracción de visitantes. Señor... (vuelve a mirar el telepronter), señor Max ¿pero quién va a querer ir de vacaciones a una localidad como la suya?. ¿Qué atractivo puede tener su comarca?.

Max iba a hablar de campos, de iglesias, de la vida rural, de la gastronomía o de los canales. Pero no pudo reprimir su respuesta instintiva.

- Pues que es un lugar donde personas como usted nunca irán de vacaciones.

- Damos paso a unos minutos de publicidad.

08/07/2011 - El milagro
Escondida entre las velas, Estrella ruega entre sollozos. Implora con ojos devotos a la figura hierática de María que mira al horizonte. Ha vuelto a beber, es cierto. Y ya no le regala aquellas caricias espontáneas. Pasa las tardes hundido en el sofá, atrapado entre imágenes vacías. Pero todo puede volver a ser como antes. Sólo hace falta un milagro. Un pequeño milagro.

El alcalde llega tarde. Se disculpa con una excusa ininteligible. Max ha llegado el primero. Luego, el secretario junto con el profesor de turismo, quien ha preparado la prueba. El alcalde preside el concurso. Abre con un gesto solemne los sobres con las pruebas y el secretario lee con parsimonia las normas del examen. Max constata la mirada de complicidad del alcalde con aquella joven de piernas inversamente proporcionales a la longitud de la falda.

El ventilador esparce las motas de polvo que el haz de sol ha convertido en gotas de oro. La joven morena se mira las uñas mientras repasa con desdén las preguntas. A su lado, un chico aún por hornear y lapidado por el acné no puede evitar deslizar su mirada hacia aquellas piernas infinitas. De hecho, doce de los trece aspirantes apenas pasan de los 20. Al fondo de la sala, Eduardo no ha levantado su mirada del papel desde que empezó la prueba. Hoy no ha bebido. Está cansado de ver los ojos tristes de Alba, su hija, cuando llega de madrugada con unas copas de más. Hace dos años que cerraron la empresa y hace casi un año que se cansó de vagar por las oficinas de empleo. Con cincuenta años y los pulmones anegados por el polvo, las puertas siempre están cerradas.

Eduardo conoce la región como la palma de su mano. Cada árbol. Cada hormiguero. Cuando era un niño, había convertido las rocas en un campamento. Desde el gran olmo había dado su primer beso. Entre esos campos de trigo descubrió los ojos de miel de Estrella y sus manos de harina. Y cuando Alba aún se dejaba abrazar, la acompañaba por el encinar hasta la poza. Por eso, cuando Estrella le comentó que el ayuntamiento convocaba una plaza de turismo pensó que podía ser su última oportunidad. ¿Quién conocerá mejor que él la comarca?. Pero las preguntas le hablan de yield management, de coopetencia, de sostenibilidad o de branding. Ni una sola referencia al Campanar del Carmelo, al Otero o al Olmo Viejo.

Por la noche, Max y el capellán juegan al cinquillo en el viejo casino, entre tragos de orujo y caladas de Ducados. La mayor parte de los campesinos han desertado y apenas restan algunos viejos frente a un vaso de vino.

- Mmmm. Murmuró el capellán. Proporcionar las respuestas de un examen en un concurso público. Sin duda es un delito grave.
- No se queje capellán. Usted ha roto el secreto de confesión. En todo caso, yo me las vería con la justicia terrenal. Pero usted debe rendir cuentas a la justicia celestial.
- Paso.
- ¿Cómo que pasa?. ¿No tiene usted el siete de espadas?. Ponga la carta y deje de hacer trampas.

La noche ha ido cerrando uno tras otro los restos de luz que aún tiritaban entre las rendijas de las ventanas. Es madrugada y Eduardo se levanta furtivamente mientras Estrella simula estar dormida. Arropada por el batín, mira sigilosamente cómo Eduardo estudia unos mapas de la comarca con la determinación de un mariscal de campo. Estrella vuelve a la cama y deja un reguero de lágrimas por el pasillo.

07/07/2011 - La boda
En la sala de plenos una empleada barre los restos de las palabras de la sesión del jueves. El ujier ultima los preparativos, con la cara huraña y los ojos dormidos. Es sábado y se perderá su partida de petanca. Precisamente hoy quería demostrarle al bocazas de Emilio que lo de la semana pasada sólo fue un golpe de suerte.

Max tiene en la carpeta toda la documentación. Saluda al novio, sudado como si acabase de salir del océano. Está inflado como un dirigible a punto de surcar el cielo de Berlín. La novia no parece una novia. Lleva vaqueros y una camiseta de Marina d'Or, ciudad de vacaciones. Los zapatos rojos de tacón no disimulan las medias un poco roídas. A pesar de todo, Max se siente fascinado por sus inmensos ojos verdes y su piel de porcelana. Con un gesto firme, acomoda a la extraña pareja en las dos sillas dispuestas frente a él.

Nunca ha oficiado una boda. No está nervioso pero sí incómodo. Abre la carpeta con un gesto solemne y lee unas palabras que ha encontrado hace unas horas en el google. Luego intenta dar un aire digno a la lectura de los artículos 66, 67 y 68 del Código Civil. En la biblioteca, encontró unos versos sobre el amor, sobre la sinceridad, sobre la vida en común y sobre el cariño. "Déjame anotar en mi cartera, la gracia de mi rama verdecida, mi corazón espera, también hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera", declama con el mejor de sus tonos. Los novios le observan con la mirada perdida.

Por fin, Max pregunta al novio si desea casarse con la novia. Aunque Max se da cuenta que apenas le ha entendido asiente con la cabeza. Luego éste le habla a la novia con un gesto cariñoso. Max reconoce el idioma: es checo. Lo sabe porque durante tres años trabajó con un encofrador de Praga que solía hablar con su compañero en esa incomprensible lengua. La novia asintió. Max sonrió complacido, abrazó a los novios y les invitó a que firmasen el registro.

Los lunes siempre se celebra la Comisión de Gobierno. El alcalde está explicando su propuesta para el Parque Central y Max se entretiene dibujando espirales en el orden del día. Una secretaria le rescata del aburrimiento y le pide que salga un instante.

- Ayer abrieron un locutorio en la calle del Castillo. No tienen licencia. El inspector se ha dado cuenta y les ha abierto un expediente. Al parecer, el dueño del locutorio estaba muy enfadado. No hablaban en castellano, pero hemos conseguido un intérprete. Este señor afirma que usted le concedió la licencia a él y a su hija, el sábado mismo.

06/07/2011 - La piscina


Max llega puntual a su cita. La moqueta huele a espliego. Mientras espera, hojea las revistas que se amontonan en la mesita de cristal, hundido en un sillón. Entran y salen lívidas secretarias, tan esbeltas y hurañas como en un desfile de moda. Las puertas no paran de abrirse y cerrarse, cargadas de sonrisas y palmaditas en la espalda. Frente a él, un individuo inflado como un inmenso lechón sostiene grácilmente el móvil entre el hombro y su cabeza, mientras repasa un diario deportivo con manchas de café.

- El Consejero de deportes no puede recibirle. Quizás yo pueda ayudarle

El joven sonríe de forma desmedida y la hilera de dientes blanquísimos contrasta con una tez particularmente oscura. Sin renunciar a su inmensa sonrisa, le acompaña por el laberinto de despachos, y guiña un ojo a una secretaria que le responde con gesto frívolo. El despacho es tan pequeño como un confesionario. Sin dejar de sonreir, el joven anota con letra críptica las explicaciones de Max.

- La Consejería nos ha asignado una partida para una piscina. En realidad, nosotros no la necesitamos. ¿Ve? (Max enseña las fotografías que él mismo realizó pensando en la entrevista). Al lado de la ciudad, discurre un río que siempre tiene un caudal aceptable. Desde principios de abril, los fines de semana comemos en la riba, nos bañamos y bajamos río abajo donde el agua ha abierto una poza enorme. Nosotros la llamamos La bañera de la señora. Incluso en diciembre es costumbre empezar el año con un baño en las aguas del río, si no están heladas.

- ¿Entonces quiere renunciar a la subvención de la piscina?

- En realidad, lo que necesitamos es un nuevo silo. La Consejería de Cultura convirtió el viejo silo en un centro polivalente y ahora tenemos que almacenar el grano en la capital de la comarca, que está a más de media hora de los campos. Queremos un silo; no una piscina.

El joven sonríe mientras le explica que la Consejería de deportes no puede destinar sus recursos a obras que no sean deportivas. Le mostró después los estudios que habían realizado para asignar la dotación de subvenciones. No era sólo la piscina de su municipio, sino la piscina de una AHD (área homogénea de distribución) que estaba formada por seis núcleos de población. El joven le entregó una carpeta con las condiciones técnicas de la piscina, los formularios de la subvención y un catálogo a todo color de la empresa concesionaria.

En el taxi que le lleva a la estación, Max empieza a calcular las onzas de grano que cabrán en la piscina que construirán a partir de septiembre. Y sonríe. La ciudad ya tiene su nuevo silo.

05/07/2011 - Max concejal
Hoy 17 de junio no ha llovido, y Julio no se ha atrevido tampoco a declarar su amor a Elena, y Enrique se duele de la sesión de quimio, y Maruja se ha quedado dormida en la butaca y ha soñado que él volvía, y Dani el herrero ha decidido cerrar la empresa, y Manuel se ha frotado el muñón, y Maria del Carmen ha resuelto otro sudoku sin demasiados problemas, y Lucía sospecha que su cabeza ya no es la de antes mientras vaga por la escalera sin acertar a encontrar su piso, y David no entiende nada de integrales, y Plinio hace planes para irse a Cuba y encontrar una novia con quien hablar en las tardes de invierno, y Ana se maquilla con desdén porque las arrugas hace tiempo que hablan por ella. Y Max ha sido escogido concejal.