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11/01/2018 - FRANCO NO HA MUERTO

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 15 de Noviembre de 2017.

En un editorial reciente, titulado “Franco ha muerto” del rotativo El País (12.11.17) se indicaba que la afirmación hecha por Pablo Iglesias, Irene Montero y Pablo Echenique de que las personas encarceladas por la Audiencia Nacional tales como los dirigentes de Ómnium Cultural y de la Asamblea Nacional Catalana


15/12/2017 - Franquismo o fascismo

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 15 de diciembre de 2017.

Este artículo hace una exposición detallada de un debate, que ha ocurrido en círculos académicos, sobre la naturaleza del Estado español y la dictadura que le precedió. Frente a los autores que consideran la dictadura como meramente autoritaria hay otros, como el profesor Navarro, que sostienen que fue una dictadura totalitaria, lo cual tiene relevancia para la definición de lo que se conoce como "cultura franquista", que persiste todavía en muchas dimensiones del Estado.


04/12/2017 - La desmemoria histórica de los nacionalistas españolistas por un lado, y de los independentistas por el otro

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 4 de diciembre de 2017.

Este artículo, a la vez que critica a aquellas voces, provenientes en su mayoría del nacionalismo españolista, que niegan que los dos Jordis y los consellers del gobierno independentista sean considerados como presos políticos, también critica al gobierno independentista por haber silenciado a los presos políticos de la dictadura que fueron brutalmente represaliados durante el fascismo y que han sido ignorados en la exposición sobre la represión instalada en la cárcel Modelo de Barcelona.


21/11/2017 - Franco no ha muerto

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 21 de noviembre de 2017.

El artículo muestra la frivolidad del editorial de El País, que considera la democracia española homologable a la democracia alemana, asumiendo que hubo una ruptura con el régimen dictatorial anterior similar en ambos países. El artículo señala que no ha habido en España ningún proceso de desnazificación como ocurrió en Alemania.


27/04/2017 - No es posible recuperar la memoria histórica a través de la Ley de la Memoria Histórica

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna "Dominio Público" en el diario PÚBLICO, 27 de abril de 2017.

Este artículo es una crítica a los enormes obstáculos que se han estado aplicando por parte del Estado español a la recuperación de la memoria histórica, señalando que tales obstáculos tienen como objetivo impedir la corrección de las enormes tergiversaciones que se han hecho de la historia reciente de España. Es un tema de gran importancia que tiene muy escasa visibilidad mediática en nuestro país.


05/04/2017 - La pervivencia de la cultura franquista en el Estado español y en los medios: el caso Cassandra

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna "Pensamiento Crítico" en el diario PÚBLICO, 4 de abril de 2017.

Este artículo denuncia la incoherencia de la Audiencia Nacional, que define el atentado contra Carrero Blanco como un acto terrorista (tal como lo definió el régimen dictatorial liderado por el general Franco), a la vez que no ha dicho ni hecho nada sobre el enorme número de víctimas del terrorismo de Estado liderado por tales figuras. Por otra parte, el artículo señala y documenta la extensión de los actos terroristas de aquel régimen cuyo presidente fue el almirante Carrero Blanco, al que la Audiencia Nacional define como víctima.


01/09/2016 - La necesidad de romper con la inmunidad y el olvido. Las bienvenidas propuestas de la alcaldesa Ada Colau

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 1 de septiembre de 2016.

Este artículo acentúa la necesidad de corregir la historia tergiversada de España, incluyendo Catalunya, tergiversación que ocurre tanto por los nacionalistas españolistas como por los secesionistas catalanistas. El artículo aplaude las propuestas de la alcaldesa Ada Colau y denuncia las críticas recibidas.


21/07/2016 - La Novena de Beethoven y el golpe militar fascista del 1936

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 21 de julio de 2016.

Este artículo da datos tanto sobre el golpe militar, como sobre la Novena de Beethoven y las Olimpiadas Populares que no son de amplio conocimiento entre la gente joven en este país.


30/06/2016 - La depuración fascista de los maestros republicanos (continuación)

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 30 de junio de 2016.

Este artículo, en cierta manera continuación de otro artículo reciente, indica que, como parte de la recuperación de la memoria histórica y homenaje a las víctimas de la brutal represión, se necesita también conocer y denunciar a las personas e instituciones victimizadoras, responsables de aquel atropello.


24/06/2016 - Carta a los ciudadanos jóvenes (de todas las edades) de este país

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 24 de junio de 2016.

Este artículo conecta las movilizaciones de ahora con las movilizaciones de generaciones anteriores en el camino de construir otra España


24/05/2016 - Homenaje a los maestros represaliados por el fascismo

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 24 de mayo de 2016.

Este artículo, como se indica en su nota introductoria, es el discurso que el Profesor Navarro dio el sábado pasado en homenaje a los maestros republicanos represaliados por la dictadura. Lo que ha ocurrido en este país con los maestros de la escuela pública de la República es vergonzoso, y tiene que denunciarse el silencio hacia aquella brutal represión liderada por la Iglesia y la Falange.


05/05/2016 - El olvido de las otras víctimas del terrorismo
Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 5 de mayo de 2016. Este artículo hace una crítica de la doble moral que tiene el Estado español hacia las víctimas del terrorismo. En el artículo se contrasta la gran sensibilidad del Estado hacia las víctimas del terrorismo de ETA, con el comportamiento de olvido y nulo servicio hacia los desaparecidos (y sus familias) de la dictadura fascista y del silencio que la siguió. En España, cuando los grandes medios hablan de las víctimas del terrorismo, se asume inmediatamente que son las víctimas del terrorismo de ETA, olvidándose (deliberada y maliciosamente) de que el mayor número de víctimas del terrorismo en España fue causado por el terrorismo del Estado, consecuencia del triunfo del golpe fascista del 1936 que estableció una de las dictaduras más sangrientas que se hayan conocido en la historia del siglo XX en Europa. Según uno de los mayores expertos en fascismo en Europa, el profesor Malefakis, de la Universidad de Columbia, en EEUU, por cada asesinato político que cometió el régimen liderado por Mussolini, el régimen liderado por Franco cometió 10.000. Incluso dirigentes de la Gestapo nazi, en visita a España, […]


19/01/2016 - Las renuncias e incoherencias de la dirección del PSOE en la situación actual

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 19 de enero de 2016.

Este artículo critica la incoherencia que la dirección del PSOE muestra en su prohibición de que se establezcan los grupos parlamentarios de los partidos En Comú Podem, Compromís-Podemos y En Marea, incoherencia que aparece clara tanto en cuanto a su propia historia (donde en el pasado reconoció a otros grupos) como en la aprobación de grupos parlamentarios para Democràcia i Llibertat y para Esquerra Republicana.


07/01/2016 - El enorme coste del olvido histórico

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 7 de enero de 2016.

Este artículo analiza los enormes costes que ha significado para las fuerzas progresistas y democráticas de España la falta de recuperación de la memoria histórica.


14/12/2015 - El señor Pedro Sánchez no conoce la historia del PSOE

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 11 de diciembre de 2015.

Este artículo habla de un tema que hoy es de una enorme importancia en este país: la redefinición del Estado español, cuestionando el Estado actual, que no significó una ruptura con el Estado anterior, sino una modificación que mantuvo su insensibilidad social, por un lado, y su carencia de reconocimiento de la plurinacionalidad de España, por el otro. El artículo es también una defensa de la postura que sostuvo Pablo Iglesias en el debate de La Sexta, con una crítica del olvido histórico que presentó Pedro Sánchez.


26/05/2015 - El inicio del fin de las derechas

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 26 de mayo de 2015.

Este artículo hace un análisis de las últimas elecciones municipales y autonómicas de España, incluyendo Catalunya. Acentúa las enormes oportunidades, pero también los grandes retos, que las fuerzas progresistas tienen en España, incluyendo Catalunya.


01/01/2015 - Javier Cercas y su manipulación de la memoria histórica

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 1 de enero de 2015.

Este artículo critica la tesis del novelista Javier Cercas, que en su última novela ”El impostor” sostiene que en todo proceso de recuperar la memoria histórica hay una impostura, concluyendo que todos somos impostores.


20/06/2014 - Por qué no soy monárquico

Artículo publicado por Vicenç Navarro en el diario EL PAÍS, 29 de mayo de 2004

El Profesor Navarro recomienda la lectura de este artículo que publicó en el año 2004, y que continúa vigente hoy en día.

A raíz de la boda del príncipe de Asturias, señor Felipe de Borbón, y de la señorita Letizia Ortiz, hemos visto una gran movilización mediática y política encaminada a promover la Monarquía en España, intentando trasladar al príncipe de Asturias la simpatía popular existente hacia el monarca Juan Carlos, de manera tal que la población española, a la cual se supone más juancarlista que monárquica, se convierta también en felipista, garantizándose así la continuidad de la Monarquía en España. Ni que decir tiene que acato la Constitución Española y, por lo tanto, considero al Monarca como el jefe del Estado español. Ahora bien, la misma Constitución me permite ejercer mi derecho de intentar cambiarla, incluyendo el ordenamiento institucional que en ella consta, a fin de que España deje de ser una Monarquía para pasar a ser una República. Estas notas intentan explicar por qué desearía este cambio.

A partir del momento en que tuve que dejar España por razones políticas, debido a mi participación en la lucha contra la dictadura en los años cincuenta y principios de los sesenta, viví un largo exilio que me llevó a vivir en dos monarquías, Suecia y Gran Bretaña, y en una república, EE UU. Y aunque he sido muy crítico en mis escritos con la democracia estadounidense y no aconsejo tomar aquella democracia como un punto de referencia para la nuestra, sí que existe, sin embargo, un elemento muy positivo en ella: la cultura republicana en la que las distancias sociales entre el jefe del Estado y las clases populares son mucho más reducidas que en las monarquías, incluyendo la española. La cultura republicana transmite una sensación de que el poder deriva de la ciudadanía, puesto que si el jefe del Estado no les agrada, pueden cambiarlo por otro jefe de Estado. Es más, cualquier ciudadano puede aspirar a tal puesto de servicio público. Esta menor distancia entre el jefe de Estado y la ciudadanía que existe en las repúblicas versus las monarquías se reduce todavía más cuando tal jefe de Estado procede de las clases populares, sintiendo al presidente como alguien suyo. En EE UU pude ver, por ejemplo, cómo las clases populares se identificaron y apoyaron al presidente Clinton (hijo de una ayudante de enfermería) cuando sectores importantes del establishment estadounidense quisieron destituir al presidente. De ahí que valore enormemente esta sensación de poder y complicidad que existe entre el jefe de Estado y la ciudadanía en la cultura republicana. Nada asegura más el principio de responsabilidad democrática que el sentido de que el jefe de Estado es responsable frente a la ciudadanía y su servidor, siendo accesible tal cargo a quien la ciudadanía elija. De ahí que la Constitución estadounidense que comienza con las espléndidas palabras “Nosotros, el pueblo, decidimos…” ha inspirado a millones de ciudadanos de aquél y otros países.

En las monarquías, por el contrario, la distancia social es intrínseca en el sistema y se traduce en España en que el Rey llama de tú a todos los ciudadanos a los que se les exige referirse a él como de usted. Es más, existe un ambiente protocolario, cortesano y jerárquico que enfatiza esta distancia, como queda reflejado, por ejemplo, en que la puerta principal del Parlamento español sólo se abre cuando pasa por ella el Rey y no los representantes del pueblo. Otro ejemplo es que el himno nacional es en realidad una marcha real frente a la cual los ciudadanos se yerguen respetuosamente en silencio. Se reproduce así una cultura de vasallaje, a la que sectores de las izquierdas no son inmunes. Véase, si no, el blindaje mediático que la figura del Rey tiene en España, en la que voces críticas apenas tienen cabida en los medios de información y persuasión tanto públicos como privados.

A esta reserva que tengo hacia el sistema monárquico en general añado las que tengo a la Monarquía en España, institución que ha sido profundamente conservadora en la historia de nuestro país y que se ha caracterizado hasta muy recientemente por ser, junto con la Iglesia y las fuerzas armadas, sostén de la dictadura, responsable del retraso económico, político y cultural de nuestro país. Las repúblicas fueron las épocas que modernizaron más a España, modernización que no podría ocurrir sin alterar los enormes privilegios que tales poderes fácticos tuvieron en nuestro país y que siempre se revelaron frente a tales modernizaciones. La última vez que esta rebelión ocurrió fue en el golpe militar de 1936 y en el establecimiento de la dictadura que contó con el apoyo de la Monarquía, siendo el actual Monarca beneficiario directo de aquella dictadura, de cuyo dictador, el Monarca ha señalado una estima y respeto, considerándolo casi como su padre, no tolerando, según sus propias palabras, que se hable mal del general Franco en su presencia. Tal dictador fue el que interrumpió un régimen democrático instaurando un régimen brutal, enormemente represivo, durante cuarenta años de dictadura. Se me dirá, con razón, que el Monarca dirigió los elementos dentro de la nomenclatura franquista que facilitaron el establecimiento de la democracia. Pero aquel proceso fue un constante proceso de acomodación en que las primeras propuestas realizadas desde tal nomenclatura distaron mucho de ser democráticas, siendo la presión popular y las fuerzas democráticas (de las cuales las izquierdas fueron las más importantes) las que fueron forzando su democratización. La vocación democrática de sectores de la nomenclatura como la Monarquía era, en realidad, un intento de adaptación para asegurar su persistencia en las instituciones venideras. No hay que olvidar que tales sectores, incluyendo la Monarquía, incluso en los primeros años de la Transición, falsearon la historia de España, glorificando el golpe militar y la dictadura de los cuales ellos fueron herederos. Así, el 18 de julio de 1978, la Casa del Rey publicó el siguiente texto: “Hoy se conmemora el aniversario del Alzamiento Nacional, que dio a España la victoria contra el odio y la miseria, la victoria contra la anarquía, la victoria para llevar la paz y el bienestar a todos los españoles. Surgió el Ejército, escuela de virtudes nacionales, y a su cabeza el Generalísimo Franco, forjador de la gran obra de regeneración”. Una regeneración que condujo a 192.684 ejecuciones y asesinatos, incluyendo 30.000 que continúan desaparecidos (sin que la Monarquía o los gobiernos democráticos hayan ayudado a los familiares de tales desaparecidos a encontrar a sus seres queridos), y al gran retraso económico, social y cultural del país, como lo demuestra que cuando el dictador murió, España tenía el porcentaje más elevado de Europa (84%) de personas con escasa educación. No comparto, por lo tanto, la idea tan extendida de que el Monarca había sido durante todos aquellos años de la dictadura y de la Transición un demócrata clandestino que esperaba establecer la democracia. Otra lectura que encuentro más razonable es que el objetivo final era conservarse en el poder, adaptándose a la nueva situación que iba apareciendo como consecuencia de los cambios en las relaciones de fuerza entre las izquierdas y las derechas, proceso en el que las derechas impusieron elementos de continuidad tales como la Monarquía.

Pero esta continuidad ha supuesto un coste. La Monarquía, y su entorno, no es sólo un grupo profundamente conservador (ver, por ejemplo, las declaraciones a El Periódico, 8-7-2003, del que fue durante muchos años (1977-1993) jefe de la casa real, el general Sabino Fernández Campos, el cual subraya su coincidencia con Pío Moa, uno de los mayores apologistas del golpe militar y de la dictadura que implantó) muy alejado de la experiencia y cotidianidad de la mayoría de las clases populares (véase la excesiva opulencia de la boda real), sino que también actúa como inhibidor de la recuperación de la historia real de nuestro país, recuperación sin la cual no se puede establecer una cultura auténticamente democrática, estableciendo los valores republicanos en los que tal cultura se basa. No existe hoy en España conocimiento por parte de la juventud de lo que fue la II República, la etapa más progresista de España en la primera mitad del siglo XX, de lo que fue el golpe fascista militar, de lo que fue la dictadura, de lo que significó una transición inmodélica, del enorme sacrificio que supuso para millones de españoles que lucharon por la democracia y que hoy tienen que tolerar que se hable bien de Franco (en tantos y tantos monumentos franquistas en nuestro suelo), teniendo que saludar la bandera monárquica, cuyo único cambio con la del régimen anterior ha sido la mera eliminación de los símbolos fascistas, teniendo que aceptar, por otro lado, la ridiculización, cuando no la prohibición, de los símbolos republicanos. Véase si no la reacción cuando el Gobierno australiano tocó el himno republicano que fue cantado por millones de españoles en la época más modernizadora del país; ello creó una enorme agresividad por parte del establishment político y mediático conservador sin que hubiera voces importantes de las izquierdas mayoritarias que defendieran tal himno y lo que representó.

Y otro indicador de este respeto excesivo hacia las instituciones conservadoras -tales como la Monarquía y la Iglesia Católica- por parte de grandes sectores de las izquierdas es que todavía hoy el Estado español financia clases de religión, dadas por profesores nombrados por la Iglesia, que no describen objetivamente el papel negativo que la Iglesia tuvo en España (liderando durante la dictadura la represión en contra de los maestros que enseñaron valores democráticos, laicos y republicanos), sino que promueven la religión, haciéndolo de tal manera que tal enseñanza se convierte en mera propaganda religiosa. ¿Cómo puede hoy un Estado democrático financiar propaganda religiosa y subvencionar a la Iglesia católica, una institución enormemente conservadora, que nunca ha pedido perdón al pueblo español (como tampoco lo ha pedido la Monarquía o las fuerzas armadas) por haber apoyado a la dictadura? En realidad, todos estos hechos muestran que la Transición inmodélica supuso en realidad la abertura del Estado conservador español a las izquierdas en lugar del establecimiento de un Estado auténticamente democrático, sin miedos e inhibiciones, que permitiera el debate, análisis, crítica e incluso denuncia de aquellos intereses y poderes fácticos que redujeron el enorme potencial que nuestros pueblos tienen en España.

Soy consciente del papel positivo que jugó el rey Juan Carlos en el intento fallido del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 y que significa un distanciamiento hacia su propio pasado, comprometiéndose con la democracia, punto clave para explicar su popularidad (aupada enormemente por los medios de información y persuasión del país). De ahí que sea también consciente de que la petición de establecer en España una República hoy pueda leerse como poco realista y como un mero gesto testimonial. Ahora bien, lo que sí es realista, necesario y urgente es exigir un cambio en la relación entre la sociedad y la Monarquía, considerando al jefe de Estado como responsable a la ciudadanía, perdiendo este servilismo tan extendido en nuestro país hacia el Monarca, recuperando la cultura republicana tan necesaria hoy en nuestro país, sin subterfugios y otras racionalizaciones insostenibles como referirse al Monarca como el primer republicano del país y otras inexactitudes que traducen el desconocimiento de lo que es y significa ser republicano. La Monarquía no puede ser un obstáculo para recuperar la memoria histórica y la cultura democrática que el país necesita y todavía no tiene.

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15/06/2014 - Ana Bernal se pone seria (y republicana)

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Gran artículo de Ana Bernal Triviño en andaluces.es

“Si hay algo que durante estos días no he parado de escuchar, entre políticos y tertulianos, sobre el planteamiento del referéndum monarquía/república, han sido las palabras: “Seamos serios”. Alguno, para justificar su opinión, matiza con ahínco que es “republicano”, como si decirlo le confiriese una salvaguarda. Y, justo después, viene el “pero” y añaden que la monarquía española es “intocable”, y subrayan que hay que ser serios a la hora de plantear un referéndum… Como si sus solicitantes fuesen una panda de locos irresponsables e inmaduros, con hormonas en plena ebullición. Para ellos, lo que hemos visto hasta ahora es el camino del bien, el adecuado. No cabe cuestionar.

De acuerdo, seamos serios…

No sé si, cuando pronuncian estas palabras, más allá de reflejar su postura conservacionista, se dan cuenta del alcance de lo que dicen. Lo que sí es serio es lo que vivimos ahora. Es muy serio reconocer que la Constitución no ha funcionado, porque para muchos españoles se convierte en papel mojado cuando quieren reclamar sus derechos. Yo no he visto nada tan serio como que un niño pase hambre, el suicido de una persona desahuciada, familias completas en paro, abandonar España en busca de trabajo, recortes en sanidad, o que las élites de este país roben, repriman y condenen a la miseria con sus políticas, mientras se van con los bolsillos llenos.

Es muy serio que se quiera establecer una monarquía como una cadena perpetua para las siguientes generaciones, que ven en la Constitución un documento que sólo se puede modificar con urgencia para satisfacer al capital o que sirve para dejar atada, y muy bien atada, la dinastía monárquica y su continuidad.

Es muy serio que el dinero de todos los españoles vaya a costear la vida no sólo del jefe del Estado, sino de sus descendientes, sin una transparencia verdadera en las cuentas que justifiquen qué hacen con nuestro dinero.

Es muy serio e inquietante que el rey Juan Carlos, ese monarca campechano, tenga entre sus amistades a dictadores y empresarios de la cúpula del Ibex 35. Es decir, que en lugar de estar cerca del pueblo, su cercanía más contributiva está con el poder económico y político.

Seamos serios y reconozcamos que, cuando hablamos del rey, hablamos de la élite de este país y no de sus ciudadanos. Que la monarquía profundiza y mantiene las deficiencias de nuestra democracia, porque proviene de una legitimidad franquista. Que del pueblo que él menciona en los discursos de Navidad, no conoce ni una mínima parte de su necesidad y su lucha diaria.

Ninguna de sus iniciativas promovidas ha repercutido de forma directa en quienes más sufren esta crisis, ni ha ayudado a aliviar los efectos de los recortes en su pueblo. No ha mencionado una palabra de cuestionamiento a las políticas de la troika financiera y sus decisiones sólo sirven para amparar los negocios de alto nivel. Parece que si un político negocia con dictadores, favorece a multinacionales, gasta dinero sin justificar y tiene una amante, se inicia el linchamiento de la política, con la conocida frase de “todos son iguales”. Pero si quien realiza todas esas acciones es el rey, esa exigencia desaparece, se perdona y se difumina en el tiempo. Todo, aderezado con las defensas del establishment de turno.

El problema de España es que, cuando empezaba a ser un país serio, instruido y culto, hubo un golpe de Estado que lo terminó convirtiendo en el bufón de Europa, al que sólo conocían por los toros y el folclore. El problema es que no queremos ser serios y asumir que arrastramos la misma estructura putrefacta de antaño.

Dicen que los republicanos son una minoría. No. Reconozcamos que fueron una amplia mayoría, a la que aniquilaron y tiraron en cunetas. Si todos ellos y sus descendientes hubiesen estado en la construcción de este país, nuestra historia hubiese sido muy diferente. Es muy serio que seamos el segundo país con más desaparecidos después de Camboya, y que este rey de todos los españoles garantizase la impunidad de aquellos culpables. Los que hoy día permanecen en las fosas, en su memoria, también reclamarían una república. Y ojo, de izquierdas o de derechas. Porque aquellos a los que asesinaron sí que se tomaban en serio la libertad y la democracia. Así que lecciones de seriedad, dignidad y democracia, las justas, por favor.”



09/06/2014 - Javier Cercas, el Rey, y los republicanos

Artículo publicado por Vicenç Navarro en el diario digital EL PLURAL, 9 de junio de 2014

Este artículo responde a los insultos que Javier Cercas dedica a aquellos que creemos en la necesidad y urgencia del establecimiento de una República en España que sustituya a la Monarquía.

Recuerdo que una de las dimensiones de la actividad intelectual que más me sorprendió cuando me integré de nuevo a España (tras un largo exilio) fue la producción novelística y literaria existente en nuestro país. La veía enormemente sesgada hacia una visión muy poco crítica de la propia historia de España (incluyendo lo que se conoce como Guerra Civil). Incluso, cuando se intentaba dar una visión distinta de los vencidos y derrotados de la Guerra Civil de la ofrecida durante la dictadura, ello se hacía con un estilo y enfoque que, a pesar de estar bien intencionado, resultaba al final ser, si no ofensivo, al menos molesto, para aquellos que supimos de primera mano el tratamiento recibido y las consecuencias de haber sido vencidos. Uno de estos autores que reproducían esta visión era Javier Cercas. Hijo de los vencedores (según su propia declaración), escribió un libro donde el héroe era un republicano luchando en el frente, al cual Cercas intentaba humanizar, presentándolo como atrayente, tanto en lo profundo (no mató a un dirigente fascista cuanto lo tuvo a tiro, acto que Santos Juliá, de El País, definió nada menos que como el principio de la reconciliación) como en lo más liviano (cuando el republicano, estando ya retirado en una residencia geriátrica, pellizcaba el trasero de las monjas). En esta España postfranquista, el libro tuvo, sin embargo, un gran éxito. A mí, hijo de vencidos, no me gustó. Y me alegró leer que el hijo real del héroe protestó por aquella visión que quería ser positiva para el republicano, sin lograrlo. Hay vivencias que son difíciles de explicar si no son propias y se veía claro que Javier Cercas, aunque simpatizaba con el héroe republicano, no lo entendía, presentando una caricatura de él. Para una crítica del libro de Cercas, ver mi artículo “Los vencidos tienen distinta memoria histórica que los vencedores”, El Plural (05.07.10).

Cercas ha escrito ahora un artículo en El País “Sin el Rey no habría democracia” (02.06.14) presentando de nuevo una caricatura de los que pedimos que se establezca la República ahora en España. Este artículo no solo molesta sino que ofende a millones de ciudadanos republicanos que no simpatizan con su entusiasmo por el Rey o por la Monarquía. Ni que decir tiene que Javier Cercas aclara que él no es monárquico (por regla general, lo que está más de moda es decir “yo soy republicano, pero apoyo la Monarquía”). Pero el valor definitorio es el mismo. Esta autodefinición es necesaria para dar más credibilidad a una larga lista de argumentos para que aplaudamos al Monarca. En realidad, es tan predecible que uno se pregunta por qué El País ha publicado este artículo que reproduce a pies juntillas lo que los otros 42 artículos recientes sobre el Rey han dicho (sin publicar ninguno, repito ninguno) que dé otra visión.

La lista de alabanzas comienza aplaudiendo al Rey por traernos la democracia, por haber parado un golpe militar, por habernos traído, durante sus más de cuarenta años de reinado, los mejores años y de mayor libertad y prosperidad en nuestra historia moderna, y así un largo etcétera. Hasta ahí nada es nuevo. Es prácticamente imposible leer en los medios de información y persuasión españoles (conocidos por su escasa diversidad) alguna otra postura aparte de la de este tipo de alabanza y elogio.

Lo que sí es nuevo, al menos en las páginas de El País, es que Javier Cercas haga estas alabanzas, rodeadas de una enorme animosidad hacia aquellos que cuestionan cada uno de sus argumentos, insultándolos con una contundencia y, sobre todo, vulgaridad (con un estilo que nada tiene que envidiar a Losantos) infrecuente en las páginas del mayor rotativo del país. Define a los críticos y sus argumentos como “fantasiosos”, ”especuladores novelescos”, “mentirosos” y “mitad mentirosos” o “solemnemente estúpidos”, guardando el insulto más estridente para aquellos que perciben los males presentes en España como derivados de las limitaciones de la Transición. A estos nos llama (y me incluyo yo en esta categoría) “hipócritas”, “comodones” y, por si fuera poco, “locos”. Lo primero, lo de hipócritas, lo dice porque cree que en realidad no son los protagonistas de aquella Transición –entre los cuales pone al Rey en el centro- los responsables de la España actual, sino que somos nosotros (que asumo incluye a todos los españoles) los responsables de las deficiencias actuales. Le cito textualmente: “(…) por nuestra culpa, hemos sido nosotros, y no ellos, los que no hemos sido capaces de mejorarla”. En cuanto a lo de locos, lo justifica por querer ahora cuestionar la Monarquía, pues, y cito de nuevo, prefiere “mil veces vivir en una monarquía como la sueca que en una república como la siria”, asumiendo que los que queremos una República para España estamos tomando Siria como modelo (si lee el artículo usted mismo, verá que esto es lo que dice).

Puede que sea el resultado de haber vivido en el extranjero durante muchos años, pero estoy más que harto de los insultos que constantemente empobrecen el discurso político (y lo que se acepta como debate) en nuestro país. En ningún otro país de los que he vivido, Suecia, Gran Bretaña y EEUU, he visto este nivel de hostilidad y, francamente, mezquindad. Cuando leo este tipo de artículos intento ignorarlos y no contesto. Pero, puesto que el artículo de Cercas lo encuentro, por desgracia, representativo del pensamiento dominante en el establishment español, siento la necesidad de responderle.

La Transición dirigida por el Monarca fue la que configuró los parámetros que definen la situación actual

He escrito extensamente sobre las enormes deficiencias de la democracia española y del bienestar de la ciudadanía en este país, mostrando como el enorme retraso social de España y la baja calidad del sistema democrático se deben precisamente a la manera como se hizo la Transición, la cual se realizó bajo el enorme dominio de las fuerzas conservadoras (lideradas por el Rey), que controlaban el Estado. La evidencia de ello es abrumadora. Y queda documentado en mis libros Bienestar insuficiente, democracia incompleta: sobre lo que no se habla en nuestro país (año 2002) y El subdesarrollo social de España: causas y consecuencias (año 2006).

En estos libros muestro las fuerzas que dominaron la Transición y que, gracias a su dominio del proceso, determinaron la pobreza democrática y social de España. Los escasos recursos del Estado y la pobreza de su Estado del Bienestar son resultado del enorme dominio de las clases dominantes (expresión que nunca se utiliza, asumiendo erróneamente su inexistencia) sobre el Estado. Y lo mismo en cuanto a la pobreza del sistema político-mediático. Supongo que cuando Cercas utiliza el término “nosotros” se refiere a esta clase social, con la cual él parece identificarse, pues, si por “nosotros” él considera a la mayoría de las clases populares, entonces asume un sistema democrático muy distinto al actual, pues la gran mayoría de la ciudadanía no considera que las instituciones llamadas representativas la representen. El eslogan del 15-M “no nos representan” está ampliamente asumido por la mayoría de la ciudadanía. El término “nosotros” (si con él queremos decir “la ciudadanía”) tiene escaso poder en España, debido precisamente a un sistema político diseñado para optimizar el poder de unas clases (y un género) a costa de otras. La evidencia empírica de ello es enorme. Y el Rey y el establishment español que él lideró, fueron fundamentales para diseñar este sistema. La evidencia está ahí para el que quiera verla. Culpabilizar a las víctimas –las clases populares- de su situación es no conocer (o no querer reconocer) la enorme concentración de poder financiero, económico, político y mediático de este país, concentración que se ha facilitado en gran medida por el dominio de la estructura de poder heredada de la dictadura y liderada por el Monarca, que domina el Estado español.

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14/04/2014 - Por qué las izquierdas catalanas siempre han conjugado la lucha por la justicia social con la lucha por la identidad catalana

Artículo publicado por Vicenç Navarro en el diario digital EL PLURAL, 14 de abril de 2014

Este artículo señala cómo las izquierdas catalanas siempre han identificado la lucha por la justicia social en Catalunya con la lucha por la identidad nacional de Catalunya, situación que parece ser de difícil comprensión en muchas partes de España.

Una crítica frecuente que sectores de las izquierdas españolas hacen a las izquierdas catalanas es que están contaminadas con el nacionalismo catalán. La terminología y narrativa que se utiliza para hacer esa crítica varía, pero en el fondo esa es la acusación. No se dan cuenta de que en Catalunya la lucha por la justicia social ha estado siempre entrelazada con la lucha por el reconocimiento de Catalunya como nación. Es más, siempre fue esa izquierda catalana la que lideró el movimiento de reconocimiento de la identidad catalana que incluía la demanda de autodeterminación. La historia catalana así lo muestra.

Se está realizando precisamente estos días, en el castillo de Montjuïc, una exhibición sobre la Barcelona del periodo de posguerra 1939-1945 (Barcelona en Postguerra 1939-1945), presentada por el Archivo Municipal de Barcelona, que es de un enorme interés. Es, sin duda, una de las exposiciones más didácticas y bien hechas de las pocas exhibiciones históricas que se hacen hoy en Catalunya y en España. Su ubicación en el castillo de Montjuïc, de triste memoria en el imaginario colectivo de los barceloneses (es donde el President Companys de la Generalitat de Catalunya fue asesinado por los autodefinidos como nacionales), le da una especial relevancia.

Es curioso (y criticable), por cierto, que el excelente video que se presenta en la entrada a la exposición se refiera a las fuerzas militares que ocuparon la ciudad de Barcelona como los nacionales (tal como las fuerzas golpistas se definieron a sí mismas) en lugar de los fascistas, que es la definición correcta que desde el punto de vista científico debería utilizarse. Soy consciente de que en España este término raramente se utiliza, sustituyéndose por el de franquista, reduciendo el régimen que el golpe de Estado estableció a una dictadura caudillista, en lugar, como en realidad fue, de una dictadura totalitaria que quería configurar todas las dimensiones del ser humano, desde el sexo al idioma con el que las personas podían hablar y expresarse públicamente. Fue una dictadura semejante a la nazi alemana y a la fascista italiana, dictaduras que no se conocen como hitleriana o mussoliniana, sino como nazi y fascista. En cambio, en España pocos utilizan el término fascista, prefiriéndose definir a esa dictadura como franquista o caudillista.

El régimen que aquel golpe militar estableció fue, sin embargo, mucho más que caudillista. Y la exposición del castillo de Montjuïc lo documenta claramente. Muestra que fue una dictadura promotora de una ideología totalizante que abarcaba todas las dimensiones del ser humano, que incluía un nacionalismo extremo con connotaciones racistas (el día nacional se llamaba el Día de la Raza), que se autoasignaba un rol conquistador e imperialista, derivado de un mandato divino, instrumentalizado por la enormemente reaccionaria Iglesia Católica, con un canto a la fuerza física y a la militarización de la sociedad, al machismo (queda clara en la exposición la función subordinada de la mujer, bajo el dominio del hombre), y con un autoritarismo intolerante con la diversidad, monopolizando la visión de España, considerando como anti España a todos aquellos que cuestionaban el dogma nacionalcatólico dominante.

La exposición muestra claramente el error de la versión promovida por el establishment político y mediático español y grandes sectores de la academia (liderada por el que fue Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Yale, el Dr. Juan Linz, que fue el principal portavoz de tal postura claramente ideológica) que afirma que aquel régimen no era totalitario (es decir, no promovía una ideología totalizante), sino meramente autoritario. Aconsejaría a los defensores de esta teoría que vieran la exposición. La evidencia de que ese régimen era totalitario, promoviendo una ideología totalizante, el nacionalismo españolista (conocido como nacionalcatolicismo), es abrumadora. Y la exposición lo muestra. Fue la victoria de un nacionalismo sobre todos los demás, impuesto por una represión brutal en contra de aquellos que tenían una visión distinta de España, con un Estado plurinacional con el derecho de autodeterminación en sus naciones.

Es interesante también señalar que el término nacional, ampliamente utilizado por el fascismo, implica que representaban a la nación española, un supuesto altamente cuestionable, pues la mayoría de la población de los distintos pueblos y naciones de España no los apoyó. Y su victoria se debió primordialmente al apoyo de fuerzas extranjeras marroquíes, nazis alemanas y fascistas italianas. Ello aparece claramente en la exposición. El día 26 de enero de 1939 unos noventa mil soldados comenzaron a invadir y ocupar Barcelona. Los marroquíes entraron por el sur, los italianos fascistas por el norte y los nacionales españoles (el ejército de Navarra) entraron por las montañas, Collserola. Al frente estaban el General Yagüe y el dirigente fascista Dionisio Ridruejo.

La represión por parte del bando definido como nacional fue enorme, tal como documenta la exposición. Y su identificación con el nazismo y el fascismo fue clara y contundente, tal como muestra también la exposición. Las visitas del conde Galeazzo Ciano, Ministro de Asuntos Exteriores del gobierno fascista italiano, y de Heinrich Luitpold Himmler, jefe de las SS nazis alemanas, fueron el auge de estas movilizaciones pro nazis y pro fascistas del régimen. La salida de la División Azul de Barcelona hacia el frente de la invasión nazi de la Unión Soviética, con el fin de “luchar y derrotar al comunismo”, fue también un intento de movilización del sentido nacionalista e imperialista que el régimen deseaba. Y un punto también claro en aquella exposición es el eje central que la jerarquía de la Iglesia Católica (incluyendo la catalana) tuvo en el desarrollo de aquella ideología. Hay que felicitar a los autores de la exposición. Es una exposición que debería verse ampliamente.

Lo que la exposición no dice

Ahora bien, dicho todo lo anterior, también debe señalarse un defecto: la exposición presenta solo una parte de la verdad. Le falta la otra parte. La mal llamada Guerra Civil fue una lucha del nacionalismo españolista contra la nación catalana y su identidad y cultura, el cual impuso con sangre y fuego su visión exclusivista de España, reprimiendo brutalmente la otra visión de España, que fue perseguida, denunciándola como anti España y separatista. Pero la Guerra Civil fue también otro conflicto, que no aparece en la exposición y que disminuye su valor. El enemigo del fascismo no era solo lo que llamaban el separatismo, sino también los rojos. El régimen definía como rojos y separatistas a los que quería eliminar. Y rojo definía cualquier expresión de defensa del mundo del trabajo. Fue una lucha caracterizada por una enorme brutalidad. La represión se centró no solo contra la cultura nacional catalana, sino también contra la cultura obrera y contra la clase trabajadora. De ahí que los que lideraron la resistencia antifranquista, como el PSUC, siempre tuvieron muy claro que la defensa del mundo del trabajo era, en Catalunya, lo mismo que la lucha para recuperar la identidad catalana. La cultura e identidad catalana y el mundo obrero tenían el mismo enemigo: el fascismo y su versión nacionalcatólica.

Y esto es lo que falta en la exposición, resultado del sesgo nacionalista de la institución que la patrocina. Y es una lástima que ello haya ocurrido, pues gran parte de la represión que se muestra en la exposición ocurrió también en miles y miles de otros centros urbanos españoles. Solo al final de la exposición aparecen, en la pared que señala la salida, una serie de fotografías que simbólicamente muestran el esplendor, la excelencia y el lujo de la sociedad del Liceo (lugar y punto de referencia de la burguesía), rodeado por la miseria y la pobreza de los barrios obreros que lo rodean. Por primera y última vez se habla del conflicto de clase. Qué lástima que no estuviera al principio, en lugar de al final, mostrando la tan clara relación entre la opresión nacional y la opresión social en Barcelona y en Catalunya. Ello ayudaría mucho a entender por qué incluso hoy el Estado español –que conserva gran parte del aparato y cultura del Estado anterior–, gran responsable de que el gasto público social sea de los más bajos de los existentes en la UE-15, y que sea también el Estado que continúa negando la plurinacionalidad de España, sea un Estado impopular en Catalunya y crecientemente en toda España. Tal impopularidad es hacia el Estado español, y no (como maliciosamente acentúan las derechas y algunas voces de izquierda) hacia España. Las clases populares y, muy en particular, la clase trabajadora de todos los pueblos y naciones de España, también fueron víctimas del Estado fascista, del que, debido a lo inmodélica que fue la Transición, el Estado actual continúa teniendo algunas características heredadas. Su falta de aceptación de la plurinacionalidad de España y su escasa sensibilidad social son indicadores de ello. Una situación optimista es la creciente alianza basada en una hermandad y causa común entre los movimientos sociales y partidos políticos que protestan y rechazan al Estado español a los dos lados del Ebro. Uno de los momentos más emotivos en las Marchas de la Dignidad del 22 de marzo fue cuando el contingente procedente de Catalunya, con banderas catalanas incluyendo independentistas, llegó al punto de encuentro. En aquel momento los otros contingentes de otras partes de España les aplaudieron. Ahí se estaban estableciendo las semillas para una nueva España con un nuevo Estado, el que las fuerzas republicanas habían soñado antes de ser derrotadas. No es sorprendente, por lo tanto, que la bandera republicana, junto con las banderas de los distintos pueblos de España, fueran las más presentes en tales marchas.

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08/04/2014 - Las dos Españas: la monárquica y la republicana

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 8 de abril de 2014

Este artículo señala la existencia de dos visiones de lo que es España. Una está reflejada en el Estado monárquico actual. Otra, apoyada históricamente por las izquierdas, era el Estado republicano, que tenía otra concepción más democrática, plurinacional y solidaria que el Estado actual.

En España siempre ha habido, a lo largo de su historia, dos concepciones de España. Una, la España de siempre, continuadora de la España imperial, basada históricamente en la Corona de Castilla (lo que explica que la lengua oficial de España sea el castellano), con una visión jacobina del Estado, dominado este por la Monarquía, el Ejército, la Iglesia y los poderes fácticos –económicos y financieros– que dominan la vida económica y política del país. Esta España, centrada en Madrid, la capital del reino, es la que ha tenido y continúa teniendo como himno la Marcha Real, y como bandera la bandera borbónica. Su jefatura ha ido variando de monarcas a dictadores, y de dictadores a monarcas. Su Estado nunca ha respetado la plurinacionalidad de España. Un indicador de esta visión de España se conserva todavía en su sistema de transporte ferroviario, de claro carácter radial.

Ni que decir tiene que esta España ha ido variando con el tiempo y cambios notables han tenido lugar durante el periodo democrático como resultado de la influencia de los partidos democráticos y, muy en particular, de los partidos de izquierda, que han podido imprimir su propia marca democrática. Estos cambios, sin embargo, no han sido suficientes para hablar de ruptura con el Estado anterior, máxima expresión de aquella visión de España (ver mi artículo “No hubo ruptura durante la Transición”, Público, 20.03.14). Decir esto no quiere decir que el Estado democrático sea una mera continuación del Estado dictatorial (como se interpreta maliciosamente la observación de que no hubo una ruptura con el régimen anterior durante la Transición). Pero la evidencia muestra claramente que el Estado y su aparato tenían y continúan teniendo muchísimos elementos heredados del régimen dictatorial anterior, y que, obviamente, condicionaron y continúan condicionando en gran manera las políticas públicas del sistema político actual.

La otra visión de España es la republicana y pluricéntrica, que apareció (sin nunca poder desarrollarse), en sus inicios, sobre todo durante la II República, y que ofrecía el potencial de posibilitar otra España, una España más democrática, poliédrica, policéntrica y no radial, laica, plurinacional y federal. Ni que decir tiene que la II República no fue la máxima expresión de esta otra España. Pero sí que permitía poder desarrollar otra vía distinta a la visión de la España uninacional y radial. Esta otra visión apareció en los programas de la futura España democrática de la mayoría de los partidos de izquierda, incluido el PSOE, en la clandestinidad. Así, el PSOE tenía en su programa el establecer una España federal, en la que cada nación tendría el derecho de autodeterminación (lo que ahora se llama derecho a decidir), definiendo el tipo de articulación con el Estado español que deseara. Este respeto a la plurinacionalidad del Estado era una característica de las izquierdas.

De ahí que el PSOE, en una fecha tan reciente como octubre de 1974, subrayara en el Congreso de Suresnes que “la definitiva solución del problema de las nacionalidades y regiones que integran el Estado español parte indefectiblemente del pleno reconocimiento del derecho de autodeterminación de las mismas, que comporta la facultad de que cada nacionalidad y región pueda determinar libremente las relaciones que va a mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español” (Resolución sobre nacionalidades y regiones). Y más tarde, en el 27 Congreso del PSOE en diciembre de 1976, se aprobó que “el Partido Socialista propugnará el ejercicio libre del derecho a la autodeterminación por la totalidad de las nacionalidades y regionalidades que compondrán en pie de igualdad el Estado federal que preconizamos… La Constitución garantizará el derecho de autodeterminación”, manteniendo que “el análisis histórico nos dice que en la actual coyuntura la lucha por la liberación de las nacionalidades… no es opuesta, sino complementaria con el internacionalismo de la clase trabajadora”.

¿Qué pasó durante la Transición?

Pero este compromiso desapareció durante la Transición, y ello como resultado, en parte, de las presiones de la Monarquía y del Ejército. De ahí que la Constitución hable de España como la única nación, asignando al Ejército (que era sucesor, en aquel momento, del Ejército golpista que había realizado el golpe militar para evitar, entre otras cosas, el establecimiento de la plurinacionalidad de España) la misión de garantizar su unidad. Creer que la Transición fue modélica y que fue el producto del pacto entre iguales es de una inmensa frivolidad. Las derechas, herederas de los vencedores de la Guerra Civil, controlaban todas las ramas del Estado y la gran mayoría de los medios de información, mientras que las izquierdas acababan de salir de la clandestinidad. No era posible que fuera un pacto consumado entre iguales. Y no lo fue. Las derechas dominaron el proceso y el producto que este determinó: una democracia muy limitada que no resolvió el enorme retraso social de España (hoy España continúa teniendo uno de los gastos públicos sociales por habitante más bajos de la UE-15) ni tampoco resolvió su problema nacional.

Repito, para que no haya malentendidos, que durante el periodo democrático, y muy en especial durante la época de gobierno del PSOE, hubo un adelanto de gran valor e intensidad, sin que ello significara, sin embargo, una ruptura con el aparato del Estado anterior. Al no haber ruptura, se permitió que los grupos financieros y económicos, así como los establishments conservadores, continuaran siendo dominantes en las instituciones del Estado. La evidencia existente de ello es robusta y clara. Es este dominio del Estado por parte de las fuerzas conservadoras lo que explica la enorme subfinanciación del Estado del Bienestar. Y el tema nacional continúa sin resolverse. Es cierto que el Estado ha sido descentralizado en las CCAA, estableciéndose el Estado de las Autonomías, pero este Estado no ha resuelto el tema nacional. Su “café para todos” no es, como a veces se afirma, una forma de federalismo. Todo lo contrario, diluye, cuando no niega, la plurinacionalidad del Estado. Es más, aun cuando las CCAA significaron una descentralización, el Estado continuó siendo de una normativización muy centralizada. Referirse, pues, al Estado español como un Estado federal no se corresponde con la realidad. He vivido en varios países federales y España no es como uno de ellos.

Valga añadir que otra consecuencia del dominio conservador en el aparato del Estado ha sido la limitadísima democracia existente en el país, que se refleja tanto en la escasa proporcionalidad del sistema electoral (que sistemáticamente favorece a los territorios conservadores), como en las escasísimas posibilidades de favorecer otras formas de participación democrática, tales como referéndums y otras expresiones del derecho a decidir, tanto a nivel central como autonómico y municipal. La democracia española es claramente de baja calidad, lo cual se refleja, por ejemplo, en su abundante corrupción, inmunidad y escasa transparencia.

La situación en Catalunya: separatismo o redefinición de España

Por extraño que parezca, en Catalunya el separatismo, en cuanto al deseo de establecer una Catalunya independiente de España, ha sido siempre un sentimiento minoritario. ERC, por raro que parezca, no fue un partido independentista hasta hace poco. Y el President Companys, que fue ministro del gobierno republicano español, quería establecer un Estado catalán dentro de una federación española. La casi totalidad de las izquierdas catalanas (y las españolas) eran federalistas, no separatistas. Fueron las derechas y algunas voces de las izquierdas nacionalistas españolistas las que, intolerantes frente a cualquier otra visión de España que no fuera la suya, definieron a esas fuerzas políticas como separatistas o incluso anti España. Muchos de estos supuestos separatistas tienen banderas españolas republicanas y banderas catalanas en su tumba. Lo sé porque tengo familiares entre ellos. Murieron por Catalunya y por otra España distinta de la que tenemos. Por cierto, quiero aclarar que utilizo el término españolista de la misma manera que en Catalunya se utiliza el término catalanista. En ningún caso, la utilización de este término tiene una voluntad peyorativa. No utilizo el término español porque considero que a los que el establishment españolista define como nacionalismos periféricos o catalanistas son tan españoles como el españolista cree ser. La monopolización de España por el nacionalismo españolista es una de las raíces del “problema español”, que se relativiza llamándole el “problema catalán”.

De ahí que la gran mayoría de las izquierdas catalanas fueran siempre auténticamente federalistas. Y así lo habían sido las izquierdas españolas hasta que vino la Transición, que cambió su postura. Ello creó claras tensiones entre el socialismo catalán y el español. El primero quería una España policéntrica y no radial, que respetara el carácter nacional de Catalunya –es decir, que se la considerase como nación. El tripartito reflejó claramente esta postura en el Estatuto que promovió. Y ello no fue debido a la alianza con ERC (que había dejado de ser federalista y que se opuso al Estatuto de Catalunya), sino a la presión del PSC y de los herederos del PSUC (esta última siendo la fuerza política que mejor conjugó la lucha de clases con la lucha nacional). Fue el President Maragall (que siempre tuvo muy mala prensa en el establishment radicado en la capital del Reino) el que introdujo el Estatuto que representaba, en su versión original, la postura alternativa y distinta a la España radial. La respuesta de la dirección del PSOE fue decepcionante. Incluso se insultó al President Montilla y a una de las dirigentes socialistas más populares (Manuela de Madre), presentándolos como contaminados por el nacionalismo catalán. Tras esta respuesta estaba la defensa acérrima del nacionalismo españolista, que es el más fuerte, dominante y asfixiante de todos los nacionalismos existentes en España, y que incluso niega ser nacionalista. Los “cepillados” para adaptar el Estatuto a la sacrosanta Constitución y el veto de sus elementos clave por parte del Tribunal Constitucional del Estado español, eran el indicador para muchos catalanes de que Catalunya nunca alcanzaría a tener la personalidad deseada dentro del Estado español. El enorme crecimiento del independentismo en Catalunya explica el redescubrimiento del federalismo por parte del PSOE, proponiéndose un tipo de federalismo tardío e insuficiente.

Añádase a ello el sinnúmero de artículos en los medios del establishment español, centrado en Madrid, que constantemente insultan a las fuerzas soberanistas, algunas independentistas y otras no, definiéndolas como “insolidarias”, “victimistas”, “egoístas” y una larga retahíla de epítetos que muestran su grado de insensibilidad. Por lo visto, quejarse del enorme centralismo del sistema de transporte, o de que todas las instituciones del Estado central español estén en Madrid, o de que se necesite el permiso del ministerio para aprobar asignaturas en un programa docente, se presentan, predeciblemente, como características del “victimismo”. Y así un largo etcétera.

El hecho más llamativo de lo que ocurre en Catalunya

De ahí el creciente hartazgo en Catalunya. El fenómeno más llamativo hoy en Catalunya es el número creciente de personas que se sienten españolas y de izquierdas que no creen que el Estado español tenga la capacidad de transformarse en un Estado auténticamente democrático y federal, con una democracia auténticamente representativa y participativa, con amplias formas de democracia directa, como referéndums, con una política fiscal progresiva, y con un Estado social más desarrollado que el que tiene. Y de ahí que muchos de ellos votarían hoy por la independencia de Catalunya.

Por cierto, que este rechazo y hastío se da también en España, donde el 82% de la población no cree que el Estado los represente. El famoso eslogan “no nos representan” del movimiento 15-M está ampliamente asumido por la mayoría de la población española. De ahí que haya una gran simpatía y afinidad a los dos lados del Ebro en su lucha para cambiar profundamente Catalunya y España. Ayuda a ello el hecho de que la gran mayoría de catalanes no son antiespañoles. El grupo mayor de los distintos grupos que se definen por su identidad son los catalanes que se sienten también españoles. Pero desear (como lo desea la gran mayoría de la población que vive en Catalunya) el derecho a decidir para Catalunya no es ser antiespañol, como maliciosamente se presenta en gran parte de los medios. En realidad, uno de los aspectos más novedosos e importantes es la creciente movilización de la otra España, la España republicana, tan bien expresada en las excelentes Marchas de la Dignidad, donde ciudadanos de a pie de todos los pueblos de España (la España real, en oposición a la España oficial) expresaron su rechazo a este Estado (ver mi artículo “Las necesarias Marchas de la Dignidad”, Público, 25.03.14).

Ahora bien, como resultado de estas movilizaciones estamos viendo cambios muy significativos, de una enorme importancia, tales como que la tercera fuerza parlamentaria en las Cortes Españolas, Izquierda Unida, haya apoyado el derecho a decidir de la población en Catalunya, mostrando su coherencia con la postura de las izquierdas españolas, coherencia que no se ha dado en el PSOE. Esta situación (de que IU haya apoyado el derecho a decidir) ha desconcertado también a aquellos sectores del independentismo catalán hegemonizados por las derechas, que siempre presentan la cara antipática de España, siendo los portavoces de las derechas españolas más visibles en la televisión pública catalana TV3 que no las voces de las izquierdas (a la izquierda del PSOE). En realidad, las posturas de las direcciones del PP y del PSOE están facilitando el voto de respuesta, el independentismo.

Los errores de algunas izquierdas

Una última observación. Creerse que el movimiento popular demandando el derecho a decidir es resultado de una campaña de la derecha catalana para ocultar sus políticas regresivas es no entender lo que ha estado ocurriendo en Catalunya y en España. No hay duda de que el gobierno catalán así lo intenta. Pero el movimiento surgió mucho antes, precisamente durante el tripartito, y continuará mucho después. En realidad, el sentimiento de empoderamiento que le ha dado a la población el éxito de las manifestaciones explica que en caso de que el President de la Generalitat cediera y no convocara la consulta, quedaría desbordado por este movimiento, un movimiento que se está radicalizando, pues lo que le mueve cada vez más es cambiar Catalunya también. Y es ahí donde las izquierdas catalanas deberían presentarse como lo que son, como las auténticas defensoras de Catalunya, es decir, de las clases populares de Catalunya, mostrando la falta de credibilidad de las derechas catalanas cuando se presentan como las grandes defensoras de Catalunya, llevando a cabo políticas sumamente dañinas para esas clases populares. Pero esta labor constantemente se ve dificultada cuando las izquierdas españolas continúan estancadas en su visión españolista de España (habiendo abandonado sus raíces), dificultando la redefinición del Estado español para representar mejor a la España real. Dejar a las derechas la defensa de la soberanía de Catalunya es, llámese como se llame, un enorme error político y una renuncia a sus antepasados, pues fueron las izquierdas las que siempre lucharon en Catalunya y en España para que todas las naciones y los pueblos pudieran estar juntos voluntariamente y no por imposición. Si las izquierdas en España no dejan que la ciudadanía vote en una consulta, se disparará más y más el independentismo, alejándose del socialismo.

Un tanto parecido ocurre en España. Dejar a las derechas que se presenten como sus defensoras, monopolizando el concepto de España (que históricamente ha dañado tanto a todos los pueblos y naciones españoles), es un tremendo error, pues la España real, la España de las clases populares, de la pluralidad de naciones dentro de un Estado común, resultado de una voluntad libremente expresada por sus distintos pueblos, es la España que las izquierdas siempre defendieron. Negarlo es darle a la derecha un poder extraordinario.

Y una última petición. Los ánimos en España y en Catalunya están muy agitados y es casi imposible tener una conversación sin sarcasmos, insultos o notas ofensivas. Creo que, a lo largo de mi vida, he mostrado mi compromiso con Catalunya y con la España republicana, que heredé de mis antepasados. Defender esta postura, distinta a la ortodoxia, me ha significado una enorme avalancha de ofensas. La clara falta de cultura democrática en nuestro país hace difícil sostener puntos de vista distintos a los que se suponen oficiales. Pero invito a las izquierdas y fuerzas progresistas españolas a que consideren que hay muchas maneras de entender España, y creo que las que han sostenido los equipos dirigentes del PSOE durante muchos años dificultan el desarrollo del socialismo en aquellas partes del país que siempre fueron su granero. El federalismo que promueven tiene que estar basado en la decisión de los distintos pueblos y naciones de España sobre qué relación desean tener entre ellos. Es lo que llamaron en épocas anteriores y en sus programas autodeterminación y que ahora se llama derecho a decidir. Oponerse a este es continuar reproduciendo la visión de España que ha sido tan asfixiante para las clases populares de los distintos pueblos y naciones que ellos consideran periféricos. Así de claro.

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26/02/2014 - Los cambios del socialismo español durante la Transición

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la revista digital SISTEMA, 21 de febrero de 2014

Este artículo señala los cambios que ocurrieron en el PSOE durante la Transición y los costes que estos cambios han supuesto para España.

En España siempre ha habido, a lo largo de su historia, dos concepciones de España. Una, la España de siempre, continuadora de la España imperial, basada en la Corona de Castilla (lo que explica que la lengua oficial de España sea el castellano), con una visión jacobina del Estado, dominado este por la Monarquía, el Ejército, la Iglesia y los poderes fácticos –económicos y financieros– que dominan la vida económica y política del país. Esta España, centrada en Madrid, la capital del reino, es la que tiene como himno la Marcha Real, y como bandera la bandera borbónica. Su jefatura ha ido variando de monarcas a dictadores, y de dictadores a monarcas. Su Estado nunca ha respetado la plurinacionalidad de España. Un indicador de esta visión de España se conserva todavía en su sistema de transporte ferroviario, de claro carácter radial. Ir de Barcelona a Madrid lleva dos horas y media en AVE. Ir de Barcelona a Bilbao, la misma distancia, lleva algo más de seis horas.

La otra visión de España es la republicana y pluricéntrica, que apareció (sin nunca poder desarrollarse), en sus inicios, durante las dos repúblicas, y que ofrecía el potencial de posibilitar otra España, una España más democrática, poliédrica y policéntrica y no radial, laica, plurinacional y federal. Ni que decir tiene que la II República no fue la máxima expresión de esta otra España. Pero sí que permitía poder desarrollar otra vía. Esta otra visión apareció en los programas de la futura España democrática de la mayoría de los partidos de izquierda, incluido el PSOE, en la clandestinidad. Así, el PSOE tenía en su programa el establecer una España federal, en la que cada nación tendría el derecho de autodeterminación (lo que ahora se llama derecho a decidir), definiendo el tipo de articulación con el Estado español que desearan. Este respeto a la plurinacionalidad de los Estados era una característica de las izquierdas.

De ahí que el PSOE, en una fecha tan reciente como octubre de 1974, subrayara en el Congreso de Suresnes que “la definitiva solución del problema de las nacionalidades y regiones que integran el Estado español parte indefectiblemente del pleno reconocimiento del derecho de autodeterminación de las mismas, que comporta la facultad de que cada nacionalidad y región pueda determinar libremente las relaciones que va a mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español” (Resolución sobre nacionalidades y regiones). Y más tarde, en el 27 Congreso del PSOE en diciembre de 1976, se aprobó que “el Partido Socialista propugnará el ejercicio libre del derecho a la autodeterminación por la totalidad de las nacionalidades y regionalidades que compondrán en pie de igualdad el Estado federal que preconizamos… La Constitución garantizará el derecho de autodeterminación”, manteniendo que “el análisis histórico nos dice que en la actual coyuntura la lucha por la liberación de las nacionalidades… no es opuesta, sino complementaria con el internacionalismo de la clase trabajadora”.

¿Qué pasó durante la Transición?

Pero este compromiso desapareció durante la Transición, y ello como resultado en gran parte de las presiones de la Monarquía y del Ejército. De ahí que la Constitución hable de España como la única nación, asignando al Ejército (que era sucesor en aquel momento del Ejército golpista que había realizado el golpe de militar en parte para evitar el establecimiento de la plurinacionalidad de España) la misión de garantizar su unidad. Creer que la Transición fue modélica y que fue el producto del pacto entre iguales es de una inmensa frivolidad. Las derechas, herederas de los vencedores de la Guerra Civil, controlaban todas las ramas del Estado y la gran mayoría de los medios de información, mientras que las izquierdas acababan de salir de la clandestinidad. No era posible que fuera un pacto consumado entre iguales. Y no lo fue. Las derechas dominaron el proceso y el producto que este determinó: una democracia muy limitada que no resolvió el enorme retraso social de España ni tampoco resolvió su problema nacional. Ni que decir tiene que la democracia, sobre todo en la época de gobierno del PSOE, significó un adelanto de gran valor e intensidad en la historia de España, donde la democracia ha sido una experiencia muy limitada. Y a pesar de los grandes avances desarrollados, el hecho es que el dominio del Estado por parte de las fuerzas conservadoras explica que el gasto público social por habitante sea todavía de los más bajos de la UE-15. Y el tema nacional continúa sin resolverse. Es cierto que el Estado ha sido descentralizado en las CCAA, estableciéndose el Estado de las Autonomías, pero este Estado no ha resuelto el tema nacional. Su “café para todos” no es, como a veces se afirma, una forma de federalismo. Todo lo contrario, diluye, cuando no niega, la plurinacionalidad del Estado. Es más, aun cuando las CCAA significaron una descentralización, el Estado continuó siendo de una normativización muy centralizada. Referirse al Estado español como un Estado federal no se corresponde con la realidad. He vivido en varios países federales y España no es como uno de ellos.

La situación en Catalunya: separatismo o redefinición de España

Por extraño que parezca, en Catalunya el separatismo, en cuanto al deseo de establecer una Catalunya independiente de España, ha sido siempre un sentimiento minoritario. ERC, por raro que parezca, no fue un partido independentista hasta hace poco. Y el President Companys, que fue ministro del gobierno republicano español, quería establecer un Estado catalán dentro de una federación española. La casi totalidad de las izquierdas catalanas (y las españolas) eran federalistas, no separatistas. Fueron las derechas y algunas voces de las izquierdas nacionalistas españolistas las que, intolerantes frente a cualquier otra visión de España que no fuera la suya, definieron a esas fuerzas políticas como separatistas o incluso anti España. Muchos de estos supuestos separatistas tienen banderas españolas republicanas y banderas catalanas en su tumba. Lo sé porque tengo familiares entre ellos. Murieron por Catalunya y por otra España distinta de la que tenemos.

De ahí que la gran mayoría de las izquierdas catalanas fueran siempre auténticamente y sinceramente federalistas. Y así lo habían sido las españolas hasta que vino la Transición. Ello creó claras tensiones entre el socialismo catalán y el español. El primero quería una España y policéntrica y no radial, que respetara el carácter nacional –es decir, que se la considerase como nación– de Catalunya. El tripartito claramente reflejó esta postura. Y ello no fue debido a la alianza con ERC (que había dejado de ser federalista y que se opuso al Estatuto de Catalunya), sino a la presión del PSC y de los herederos del PSUC (esta última siendo la fuerza política que mejor conjugó la lucha de clases con la lucha nacional). Fue el President Maragall (que siempre tuvo muy mala prensa en el establishment basado en la capital del Reino) el que introdujo el Estatuto que representaba, en su versión original, la postura alternativa y distinta a la España radial. La respuesta de la dirección del PSOE fue decepcionante. Incluso se insultó al President Montilla y a una de las dirigentes socialistas más populares (Manuela de Madre), presentándolos como contaminados por el nacionalismo catalán. Tras esta respuesta estaba la defensa acérrima del nacionalismo españolista, que es el más fuerte, dominante y asfixiante de todos los nacionalismos existentes en España, y que incluso niega ser nacionalista. Los “cepillados” para adaptar el Estatuto a la sacrosanta Constitución y el veto de sus elementos clave por el Tribunal Constitucional del Estado español, eran el indicador para muchos catalanes de que Catalunya nunca alcanzaría a tener la personalidad deseada dentro del Estado español. El enorme crecimiento del independentismo en Catalunya explica el redescubrimiento del federalismo por parte del PSOE, proponiéndose un tipo de federalismo tardío e insuficiente.

Añádase a ello el sinnúmero de artículos en los medios del establishment español, centrado en Madrid, que constantemente insultan a las fuerzas soberanistas, algunas independentistas y otras no, definiéndolas como “insolidarias”, “victimistas”, “egoístas” y una larga retahíla de epítetos que muestran su grado de insensibilidad. Por lo visto, el quejarse del enorme centralismo del sistema de transporte, o que todas las instituciones del Estado central español estén en Madrid, o que el permiso del ministerio se necesite para aprobar asignaturas en un programa docente, se presentan, predeciblemente, como características del “victimismo”. Y así un largo etcétera.

El hecho más llamativo de lo que ocurre en Catalunya

De ahí el creciente hartazgo en Catalunya. El fenómeno más llamativo hoy en Catalunya es el número creciente de personas que se sienten españolas y de izquierdas que no creen que el Estado español tenga la capacidad de transformarse en un Estado auténticamente democrático y federal, con una democracia auténticamente representativa y participativa, con amplias formas de democracia directa, como referéndums, con una política fiscal progresiva, y con un Estado social más desarrollado que el que tiene. Y de ahí que muchos de ellos votarían hoy por la independencia de Catalunya.

Por cierto, que este rechazo y hastío se da también en España, donde el 82% de la población no cree que el Estado los represente. El famoso eslogan “no nos representan” del movimiento 15-M está ampliamente asumido por la mayoría de la población española. De ahí que haya una gran simpatía y afinidad a los dos lados del Ebro en su lucha para cambiar profundamente Catalunya y España. Ayuda a ello el hecho de que la gran mayoría de catalanes no son antiespañoles. El grupo mayor de los distintos grupos que se definen por su identidad son los catalanes que se sienten también españoles. Pero desear (como lo desea la gran mayoría de la población que vive en Catalunya) el derecho a decidir para Catalunya no es ser antiespañol, como maliciosamente se presenta en gran parte de los medios.

Una última observación. Creerse que el movimiento popular demandando el derecho a decidir es resultado de una campaña de la derecha catalana para ocultar sus políticas regresivas es no entender lo que ha estado ocurriendo en Catalunya y en España. No hay duda de que el gobierno catalán así lo intenta. Pero el movimiento surgió mucho antes, precisamente durante el tripartito, y continuará mucho después. En realidad, el sentimiento de empoderamiento que le ha dado a la población el éxito de las manifestaciones explica que en caso de que el President de la Generalitat cediera y no convocara la consulta, quedaría desbordado por este movimiento, un movimiento que se está radicalizando pues lo que le mueve cada vez más es cambiar Catalunya también. Y es ahí donde las izquierdas catalanas debieran presentarse como lo que son, como las auténticas defensoras de Catalunya, es decir, de las clases populares de Catalunya, mostrando la falta de credibilidad de las derechas catalanas cuando se presentan como las grandes defensoras de Catalunya, llevando a cabo políticas sumamente dañinas para aquellas clases populares. Pero esta labor constantemente se ve dificultada cuando las izquierdas españolas continúan estancadas en su visión españolista de España (habiendo abandonado sus raíces), dificultando la redefinición del Estado español para representar mejor la España real. Dejar a las derechas la defensa de la soberanía de Catalunya es, llámese como se llame, un enorme error político y una renuncia a sus antepasados, pues fueron las izquierdas las que siempre lucharon en Catalunya y en España para que todas las naciones y regiones pudieran estar juntas voluntariamente y no por imposición. Si las izquierdas en España no dejan que la ciudadanía vote en una consulta, se disparará más y más el separatismo independentista, alejándose del socialismo.

Y una última petición. Los ánimos en España y en Catalunya están muy agitados y es casi imposible tener una conversación sin sarcasmos, insultos o notas ofensivas. Creo que, a lo largo de mi vida, he mostrado mi compromiso con Catalunya y con la España republicana, que heredé de mis antepasados. Presentar esta postura, distinta a la ortodoxia, me ha significado una enorme avalancha de ofensas. La clara falta de cultura democrática en nuestro país hace difícil sostener puntos de vista distintos a los que se suponen oficiales. Pero invito a mis compañeros socialistas del resto de España a que consideren que hay muchas maneras de entender España, y creo que la que han sostenido los equipos dirigentes del PSOE por muchos años dificulta el desarrollo del socialismo en aquellas partes del país que siempre fueron su granero.

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16/01/2014 - La desconocida historia del problema español

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 16 de enero de 2014

Este artículo critica las consecuencias de una transición inmodélica que creó una democracia sumamente limitada, y que ha reproducido una visión de España que dificulta y obstaculiza el reconocimiento de su carácter plurinacional, impidiendo la expresión democrática, lo que está creando enormes tensiones que se hubieran podido prevenir en otro tipo de transición y en otro tipo de Estado. Las fuerzas progresistas de España debieran apoyar y reconocer el derecho a decidir de Catalunya, no solo por mera coherencia democrática, sino también por el impacto que la realización de tal derecho podría tener en la redefinición de España.

Existe un problema grave en España, que los establishments políticos y mediáticos españoles, radicados en su mayoría en Madrid, definen como el “problema catalán”, que es, en realidad, el “problema español”, problema que se agudizó como consecuencia de la enorme influencia que la derecha española (en realidad, ultraderecha en el espectro político europeo) tuvo durante el mal llamado “proceso modélico” de la Transición de la dictadura a la democracia. Como he escrito en varias ocasiones, aquel proceso tuvo muy poco de modélico, pues se hizo en condiciones sumamente favorables para las derechas (que controlaban el aparato del Estado y la mayoría de los medios de información y persuasión), y muy desfavorables para las izquierdas, que habían liderado las fuerzas democráticas durante la resistencia frente a la Dictadura (que fue una de las más represivas existentes en Europa) y que acababan de salir de la clandestinidad. La Transición fue un proceso enormemente desequilibrado, que determinó un producto –la Constitución- que reflejaba, en muchos de sus componentes, esta falta de equilibrio de fuerzas, con dominio de las ultraderechas. Fue este desequilibrio lo que explica la visión de España que se desprende de este documento. España –según la Constitución- es una nación (sin reconocer que haya varias naciones), y el Ejército tiene que garantizar que ello sea así, recordando que el Ejército golpista (del cual el Ejército en aquel momento era su continuador) realizó un golpe de Estado precisamente para evitar una redefinición de España que se expresara a través de un Estado plurinacional. La famosa llamada a la unidad de España era una llamada al mantenimiento de un Estado uninacional.

No debería olvidarse que aquel golpe militar se realizó para defender la permanencia de un orden social y territorial injusto. Sus dirigentes llamaron “separatistas” a aquellos que deseaban no separarse de España, sino redefinirla. El Estado catalán, tanto el propuesto por Lluís Companys como el propuesto por Francesc Macià, era un Estado que se consideraba parte de una federación española, o incluso ibérica, que debía reconocer su plurinacionalidad. En contra de la versión oficial de la Historia de España, el objetivo de las fuerzas progresistas en Catalunya durante la República no fue el separatismo, sino el establecimiento de un federalismo que permitiera la convivencia entre iguales, compartiendo voluntariamente su existencia dentro de un amplio colectivo, con un Estado federal plurinacional. Por cierto, el que sintetizó mejor este sentimiento no fueron las figuras tradicionales del establishment mediático y político nacionalista catalán, sino el dirigente del movimiento obrero catalán El Noi del Sucre, autor prácticamente desconocido en los medios de información de ese establishment.

Parece ahora haberse olvidado que fueron todas las izquierdas, tanto las españolas como las catalanas, las que siempre habían compartido esta visión, que mantuvieron también durante la clandestinidad. Esta visión federalista implicaba la autodeterminación de sus componentes. Tan recientemente como en el Congreso de Octubre de 1974 de Suresnes, el PSOE subrayaba que  “la definitiva solución del problema de las nacionalidades y regiones que integran el Estado español parte indefectiblemente del pleno reconocimiento del derecho de autodeterminación de las mismas, que comporta la facultad de que cada nacionalidad y región pueda determinar libremente las relaciones que va a mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español” (Resolución sobre nacionalidades y regiones). Y más tarde, en el 27 Congreso del PSOE en diciembre de 1976, se aprobó que “el Partido Socialista propugnará el ejercicio libre del derecho a la autodeterminación por la totalidad de las nacionalidades y regionalidades que compondrán en pie de igualdad el Estado federal que preconizamos… La Constitución garantizará el derecho de autodeterminación”, manteniendo que “el análisis histórico nos dice que en la actual coyuntura la lucha por la liberación de las nacionalidades… no es opuesta, sino complementaria con el internacionalismo de la clase trabajadora”. “Autodeterminación” era la versión de entonces del “derecho a decidir” de ahora. Este derecho a decidir –que permitía, si así se deseaba, la separación- aseguraba que la permanencia –deseada por la mayoría- era en condiciones de igualdad y voluntaria, no forzada o impuesta.

El cambio de las izquierdas españolas gobernantes

Este compromiso desapareció en la mal llamada “modélica” Transición. El cambio se debió a las presiones (en realidad, imposiciones) del Ejército y del Monarca, que impusieron estas cláusulas de España como la única nación, indivisible y salvaguardada por el Ejército, que garantizaría la permanencia de este Estado uninacional. Esta fue la condición de la Monarquía y del Ejército para permitir el establecimiento de una democracia muy limitada. Varios protagonistas de aquella Transición así lo han reconocido. Esta fue la causa de que las izquierdas españolas cambiaran tan radicalmente. Y ahí se encuentran las raíces de la falta de resolución del problema español. Su oposición a la redefinición de España, todo ello bajo la argumentación de defender su unidad (la misma justificación que habían utilizado las derechas para realizar el golpe militar del 1936), impidió que se resolviera este problema. Las fuerzas conservadoras ganaron la batalla otra vez. Y presentaron la aprobación de la Constitución por parte de la población española en un referéndum como signo de una aprobación a un supuesto consenso entre iguales que distó mucho de ser entre iguales y de que fuera consenso. Las izquierdas, muy débiles y recién salidas de la cárcel o del exilio, estaban ansiosas por tener democracia, por muy limitada que fuera. Ahora bien, como me dijo en una ocasión Santiago Carrillo, lo que las izquierdas consideraron como su gran éxito fue la admisión del principio de que la soberanía procedía y derivaba de la ciudadanía, sin ser plenamente conscientes, sin embargo, de que la misma Constitución dificultaba que dicha soberanía se ejerciera en las distintas naciones que ocupan el territorio del Estado español. El derecho a decidir (formas de democracia directa como referéndums) apenas se permitió, desarrollando unas instituciones democráticas muy poco representativas (el 72% de la población española está de acuerdo con el eslogan del 15-M “no nos representan”) y muy poco participativas. Este fue el resultado de aquella Transición claramente inmodélica, que no permite ni siquiera referéndums de carácter consultivo, como es el que ahora se propone en Catalunya.

Ahora bien, el abandono por parte de las izquierdas españolas, tanto socialistas como comunistas, de sus raíces y compromisos federalistas, dejó el problema español sin resolver, agudizándose todavía más las tensiones cuando el Tribunal Constitucional, controlado por los dos partidos mayoritarios, eliminó elementos claves del Estatuto (el intento de recuperar la plurinacionalidad del Estado español) después de ser refrendado por la población catalana, argumentando que la Constitución no lo permitía. Por lo demás, la dirección del PSOE se convirtió en la gran defensora, junto con las derechas, de esta versión uninacional de España. Y cuando el intento de golpe militar de 1981 ocurrió, la Monarquía acentuó la importancia de la unidad de España. En consecuencia, el PSOE decidió que el Partido de los Socialistas de Catalunya dejara de tener su propio grupo parlamentario, convirtiéndose en una rama del PSOE.

La situación actual

Y ahora, el comportamiento insultante del gobierno del PP (con la ayuda de los sectores jacobinos dentro del PSOE), con su arrogancia y falta de sensibilidad hacia las reivindicaciones de la mayoría de la población en Catalunya, que favorece el derecho a decidir, está llevando a una situación de hartazgo que explica el enorme crecimiento del sentimiento de separación respecto al Estado español, creyendo imposible que esta España pueda cambiar. Y ahí está el problema español, acentuado por las fuerzas conservadoras de ambas partes del Ebro, que utilizan las banderas, una vez más, para ocultar su alianza de clases.

Pero se está cometiendo un gran error por parte de sectores de las izquierdas españolas, al creerse que este movimiento pro “derecho a decidir” es un movimiento de derechas, liderado por el gobierno catalán. Y también es un gran error (que se repite maliciosamente y desvergonzadamente por parte de las derechas, tanto el PP como UPyD) creerse que este movimiento es un movimiento anti España. Es un movimiento anti Estado español (ver mi artículo “La Sagrera: la Catalunya real”, Público, 26.11.13), lo cual es diferente a ser un movimiento anti español. Naturalmente que hay de todo, pero la mayoría no se siente anti española. En realidad, la mayoría o la minoría mayor, son catalanes que se sienten españoles pero que quieren que se reconozca a Catalunya como nación, con su derecho a decidir su articulación o separación con el Estado español. Los insultos que se están promoviendo (acusando a este movimiento de victimista, insolidario, y una larga retahíla de insultos predecibles), incluso por personalidades de izquierda, están haciendo un gran daño, estimulado el separatismo. En realidad, el fenómeno mas novedoso que está ocurriendo en Catalunya es el sentir mayoritario de la población (el 81%) de que la población en Catalunya tiene el derecho a decidir (es decir, a ser soberana) y que un número cada vez mayor de personas que se sienten españolas, además de catalanas, votaría, dentro del proceso de decisión, por la independencia, como rechazo a un Estado cuya máxima expresión es el establishment político y mediático radicado en Madrid, caracterizado por una extraordinaria arrogancia, que cree que la única España posible es la que ellos están imponiendo cada día al resto del país, incluyendo Catalunya.

Esto, el establishment españolista, político y mediático, radicado en la capital del Reino, nunca lo reconocerá. Pero el Estado español (del cual son portavoces) ha alcanzado tal nivel de descrédito entre la población de las distintas naciones y regiones de España que existe hoy una agitación constante a lo largo del territorio español, también de rechazo hacia este Estado. Las encuestas muestran como la población española es de las que está más distanciada de las instituciones del Estado en la Unión Europea. Y están surgiendo elementos y movimientos contestatarios (que se iniciaron con el movimiento 15-M) que son radicales, en el sentido de que van a las raíces de los problemas, pidiendo y exigiendo una segunda Transición, que permita el desarrollo de la España republicana, alternativa a la que hoy existe, y que hermanada con los movimientos soberanistas en Catalunya, consiga una España soberana, democrática y justa. La alianza de los soberanistas catalanes y de los soberanistas españoles que rechazan este Estado tan escasamente democrático es la condición para conseguir, no solo lo que las izquierdas históricamente desearon, sino lo que cualquier persona democrática debería desear.

La importancia del derecho a decidir

Este sentimiento por parte de la mayoría de la población que vive en Catalunya de que el pueblo catalán tiene que tener el derecho a decidir no variará. Es un sentimiento de una enorme importancia, pues equivale al reconocimiento de Catalunya como una nación soberana.

Ahora bien, en contra de lo que constantemente se presenta en círculos nacionalistas, tanto españoles como catalanes, la demanda de este derecho no es lo mismo que el deseo de que Catalunya sea independiente. Naturalmente que el derecho a decidir implica la posibilidad de independizarse. Pero el derecho a decidir debe tener, por mera coherencia democrática, otras alternativas para que sea el pueblo catalán el que decida. Ofrecerle solo una alternativa limita este derecho. De ahí el error de creerse que el derecho a decidir es lo mismo que pedir la independencia. La famosa fiesta en el campo del Barça, erróneamente definida como la fiesta del “derecho a decidir”, era en realidad una fiesta independentista. Detrás de las declaraciones de la persona anfitriona que leyó el manifiesto de la fiesta (que lo podría haber firmado la mayoría del 81% que está a favor del derecho a decidir), había una bandera independentista (mostrando un intento de instrumentalización de aquel sentimiento).

Pero mientras que el 81% quiere que la población vote sobre su futuro, el porcentaje de votantes a favor de la independencia, según las encuestas, sería menor (52%), porcentaje que probablemente aumente más y rápidamente si el establishment españolista radicado en Madrid continúa su oposición al derecho a decidir, de lo cual los independentistas son conscientes, pues se están beneficiando de este comportamiento.

Ahora bien, aunque comprensible en su comportamiento, esta captación del derecho a decidir por los independentistas puede dañar este derecho, pues, en caso de que hubiera tal voto y la mayoría no votara a favor de la independencia, el establishment españolista concluiría que el pueblo catalán no desea ser soberano. Y será un flaco favor para aquellos que sostienen que Catalunya tiene que ser una nación soberana.

Y es esta misma visión del derecho a decidir que lleva a presentar por partidos nacionalistas (tanto catalanes como españoles) los hechos heroicos de la población catalana del 1714 como un movimiento del pueblo catalán contra España, cuando en realidad fue contra el Estado borbónico español, que anuló las instituciones catalanas. Su derrota fue también la derrota de las fuerzas progresistas españolas (lo cual nunca se dice) que defendieron la visión de otra España, como bien indicaron los propios dirigentes de la revuelta catalana. Aquella guerra la perdieron, además de Catalunya, todas las fuerzas progresistas de toda España. La clarividencia de los dirigentes catalanes de aquel momento fue extraordinaria, pues ya entonces indicaron que la derrota de Catalunya significaría también “la derrota de aquellos españoles engañados por el Estado borbónico”. Ni que decir tiene que los paralelismos entre dos momentos históricos tan distantes son muy limitados, pues incluso las categorías Catalunya y España tienen diferentes significados. Pero debe, sin embargo, señalarse que ya entonces hubo dos visiones distintas de España, y que la victoria de una –de la cual la España actual es heredera- se hizo a costa de Catalunya y de la España progresista. Y de ello nunca se habla. Si se conociera, habría un movimiento generalizado de las fuerzas progresistas en España a favor del derecho a decidir en Catalunya y en el resto de España.

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03/12/2013 - El resurgimiento del fascismo en España

Artículo publicado por Vicenç Navarro en el diario digital EL PLURAL, 2 de diciembre de 2013, y en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 3 de diciembre de 2013

Este artículo señala los componentes de la ideología totalizante existente durante la dictadura fascista en España que se están reproduciendo en amplios sectores de las derechas españolas, incluyendo medidas represivas semejantes a las que llevó a cabo el régimen dictatorial.

Uno de los mitos que ha promovido la estructura de poder centrado en el estado español es que la dictadura que existió en España desde 1939 a 1978 fue un régimen autoritario pero no totalitario, distinción desarrollada por el politólogo Juan Linz, que ha tenido una gran influencia en la cultura politológica del mundo académico español, desde el que se ha extendido a los establishments políticos y mediáticos del país. Este autor dividió los regímenes dictatoriales en regímenes totalitarios, que promovían una ideología totalizante que intentaba cambiar la sociedad y a los individuos que vivían en ella, tal como -según Linz- lo hacían los regímenes comunistas, y en regímenes autoritarios, que eran regímenes que utilizaban el poder del estado para defender una estructura de poder mediante medios autoritarios, no democráticos, pero sin intentar cambiar la sociedad, careciendo de una ideología que la cohesionara y que intentara cambiarla. Según Linz, un ejemplo de ello fue el régimen liderado por el General Franco. Ni que decir tiene que los defensores y apologistas del régimen dictatorial español promovieron esta versión de lo que fue aquella dictadura, negando su carácter totalitario, portador y promotor de ideologías totalizantes.

Encuentro esta versión de lo que fue la dictadura profundamente apologética y propagandística, carente de credibilidad científica. Es importante señalar que España es uno de los pocos países en el que se conoce a aquella dictadura con el nombre de dictadura franquista. En la mayoría de países democráticos a esa dictadura, sin embargo, se la conocía y definía como fascista. Cuando, por ejemplo, el Sr. Samaranch fue a Atlanta, EEUU, para preparar los Juegos Olímpicos en aquella ciudad, el The New York Times se refirió a él como “el delegado de deportes del régimen fascista liderado por el General Franco”.

El término franquista, utilizado en España, conlleva la asunción de que aquella dictadura fue un régimen caudillista, es decir un régimen liderado por un caudillo cuyo objetivo era mantener el orden social del país, lo cual hacía utilizando medios autoritarios. En este esquema, desaparecido el dictador, desaparece la dictadura. Ahora bien, el régimen era mucho más que caudillista. La ideología que sostenía aquella dictadura era una ideología totalizante, que se reproducía predominantemente a través del estado y que sobrevivió al dictador y a la dictadura. Esta ideología fue el nacional-catolicismo, promovido por los aparatos ideológicos del estado, que afectaba a la totalidad de la sociedad y a los individuos que vivían en ella, invadiendo incluso las esferas más íntimas de la personalidad de los españoles, que incluían desde el comportamiento sexual, al idioma y cultura mediante los que el individuo debía expresarse. El régimen imponía toda una serie de normas de comportamiento y de pensamiento. En realidad, fue uno de los regímenes con una ideología más totalizante que hayan existido en Europa.

El nacionalismo españolista era un nacionalismo extremo, de carácter racista (el día nacional se llamaba el día de la raza), sumamente excluyente, que estaba basado en una visión imperial del Reino de España y con una concepción radial del estado, centrado en Madrid, la capital del Reino. España era la única nación del país y la más antigua de Europa y tenía una misión civilizadora. Otras concepciones de España eran reprimidas y eliminadas, definiéndoselas como anti España. Este nacionalismo españolista estaba intrínsecamente ligado al catolicismo clerical jerárquico español, que era parte del Estado español. No es que la Iglesia apoyara la dictadura; la Iglesia fue un componente claro de la dictadura, hecho que la jerarquía católica todavía hoy niega a pesar de la enorme evidencia de lo contrario. Los sacerdotes estaban pagados por el Estado y el dictador nombraba a sus obispos. La hipocresía de la Iglesia, negando esta realidad, alcanzaba niveles hiperbólicos.

Los aparatos apologéticos del Estado –incluso ahora, los existentes en la llamada época democrática- negaron las características de aquel estado, siendo la máxima expresión de este aparato el Diccionario Biográfico Español  promovido por nada menos que la Real Academia de la Historia, que une a su ausencia de rigor científico una desvergüenza antidemocrática. Un gran número de sus capítulos solo pueden definirse como meros panfletos ultraderechistas que en muchos países democráticos estarían prohibidos o serían ampliamente rechazados.

Aunque estos volúmenes alcanzan niveles extremos de reproducción de esa visión nacional-católica españolista, el hecho es que esa ideología impregna a grandes sectores de la sociedad española. Cuarenta años de dictadura, seguidos de treinta y cinco años de una democracia enormemente limitada y supervisada por la Monarquía y por el Ejército, han imposibilitado el cambio profundo de esta ideología, que la derecha española (que, en el abanico de opciones políticas europeo, encaja en la ultraderecha) y personalidades de la socialdemocracia española como José Bono y compañía (entre otros) sostienen.

Declaraciones recientes de dirigentes españolistas reproducen esta ideología. Ejemplos: El Sr. Aznar sostiene que “España es la nación más antigua de Europa”, el cardenal Rouco que “cuestionar la unidad de España es inmoral”, el Sr. Bono que “la grandeza de España se basa en su unidad” y un largo etcétera. En estas declaraciones, la unidad implica una visión excluyente de España que no admite otro tipo de Estado plurinacional que no sea el actual mononacional.

Esta visión está alcanzando un nivel asfixiante con las medidas represivas que el actual gobierno del PP está imponiendo como la de multar con 30.000 euros a lo que un policía –la mayoría de mentalidad de derechas- defina como un insulto a España, medida altamente represiva que recuerda a la dictadura. Es el reavivamiento del fascismo que nunca nos dejó.

Una última observación. Este sistema totalizante se reproduce también a través de los medios. Existe hoy una dictadura mediática –sí, una dictadura mediática- que no permite la diversidad ideológica que debería estar presente en una democracia. Un ejemplo de ello es que este artículo no sería aceptado para su publicación en ninguno de los cinco rotativos más importantes de España. De ahí que tenga que pedirle al lector que, independientemente de su acuerdo o desacuerdo con su contenido, lo distribuya ampliamente, por mera coherencia con su sensibilidad democrática.

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