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Miquel Iceta La previsió econòmica d’Alfred Pastor
Miquel Iceta

Recuperación más lenta

ALFREDO PASTOR
LA VANGUARDIA, DINERO, 15.08.10

El verano empezó con una buena noticia: las pruebas de esfuerzo a que fueron sometidas las entidades financieras europeas dieron, casi sin excepción, un buen resultado. El sector bancario europeo parece capaz de resistir tensiones bastante más fuertes de lo que, por ahora, uno puede prever. Después de dos años de incertidumbre, parece razonable pensar que el riesgo de una hecatombe financiera mundial se ha alejado, y que los flujos de crédito se irán normalizando. No volverán a las cifras de 2006, que eran excesivas, pero habrá bastante para financiar la expansión normal de nuestras empresas. Ésta es, naturalmente, una gran noticia para nuestro sector privado, muy endeudado con el exterior y necesitado, por consiguiente, de la confianza de nuestros prestamistas.

Pero no es exagerado decir que ésta ha sido la única buena noticia del verano. Durante las últimas semanas, las perspectivas de la economía mundial han ido empeorando. En EE. UU., la probabilidad de una recaída (una W) ha ido aumentando. El Banco de Inglaterra acaba de revisar a la baja las previsiones de crecimiento de la economía británica. Francia e Italia languidecen. En la zona euro, sólo Alemania parece mantener su crecimiento, aunque lo más probable es que se trate de una recuperación efímera, porque son las exportaciones las que tiran de la demanda, y tal como están sus principales clientes (el resto de la Unión Europea, EE. UU. y Asia) es de prever que la alegría compradora no les dure mucho. Y, por primera vez en algunos años, el crecimiento de la economía china está disminuyendo, a la vez que aumenta la inflación. Las autoridades chinas se debaten entre la necesidad de crecer, de mantener la estabilidad de precios y de ir cumpliendo con algunas exigencias relativas al medio ambiente. Ante estas circunstancias es poco probable que las importaciones chinas vayan a crecer (las de petróleo disminuyeron casi un 20% en julio).

Bruscamente, el cuadro que entre muchos habíamos venido pintando se ha visto sustituido por otro, bastante más negro. Ya no imaginamos una recuperación encabezada por EE. UU., a la que se irían incorporando las demás economías avanzadas durante el resto de este año (con algún retraso en la periferia de la zona euro). La economía mundial parece estar abocada a un periodo de crecimiento lento, de cuya duración nada sabemos. Las últimas noticias sobre creación de empleo en EE. UU. y el hecho que la Reserva Federal haya anunciado medidas adicionales de estímulo llevan a pensar que la situación es aún crítica. Hay que recordar que, desde el principio de la crisis, hubo quien, aquí y fuera de aquí, sostuvo que la cosa iba para largo, y que lo peor estaba por venir; pero esas opiniones fueron tildadas de catastrofistas, y no se les hizo mucho caso (recuerdo haber escrito que tocaríamos fondo… ¡en el otoño del 2008!). Los creadores de opinión -organismos internacionales, Gobiernos, Bancos Centrales y medios de comunicación- debieron pensar que, para animar a la gente, lo mejor era subrayar las luces y no insistir en las sombras. Por desgracia, la realidad no se ha amoldado a nuestros deseos. ¿Dónde están aquellos brotes verdes tan traídos y llevados no hace mucho? Hay quien sugiere, no sin razón, que puede que tanto optimismo, seguido de tantas decepciones, haya producido un efecto contrario al esperado: que terminemos todos más desorientados y más desanimados que si desde el principio se hubiera dicho la verdad; y que estemos aún menos dispuestos que antes a creer lo que nos digan expertos, políticos y otras voces autorizadas.

Y ¿dónde estamos nosotros en ese panorama? Si comparamos nuestras perspectivas con las que imaginábamos hace seis meses, cuando empezó la alarma sobre la deuda de algunos Estados de la Unión Europea, podríamos decir que -al revés de lo que ocurre en EE. UU.- las actuales son mejores. La desconfianza que inspiraba nuestra posición financiera parece haber remitido por lo que se refiere a la deuda pública, que se va colocando sin más problemas que el coste. Los resultados de las pruebas de esfuerzo han sido favorables. Y la caída de la actividad se ha suavizado, hasta permitir pensar que en 2011 ya tendremos un crecimiento positivo. Sólo queda esperar que un empeoramiento de la situación no nos obligue a adoptar medidas adicionales de contención del gasto que vuelvan a frenar la recuperación.

Esta mejora es un motivo de satisfacción pero, al mismo tiempo, nos enfrenta a nuestro verdadero problema. En cierto modo, la economía española sólo ha sufrido las consecuencias de la crisis financiera indirectamente: los compradores de los llamados activos tóxicos han sido las principales víctimas: los bancos europeos, los que nos prestan el dinero; nosotros hemos sufrido la contracción del crédito derivada de sus dificultades. Pero aquí estamos haciendo frente a la liquidación de la burbuja inmobiliaria, y ésta tiene consecuencias reales, que son mucho peores.

La quiebra de una entidad financiera supone una pérdida para sus accionistas y, seguramente, el despido de sus empleados. Pero el final de una burbuja inmobiliaria del tamaño de la nuestra implica una reasignación de recursos de una magnitud muy superior. Y la dificultad no es tanto la de los recursos financieros -aunque ésta ha puesto en apuros a más de una entidad- como la reasignación de recursos humanos. Crear trabajos alternativos para los cientos de miles de trabajadores que hoy sobran en la construcción y en todas las actividades que se nutren de ella es nuestro verdadero problema, y, una vez más o menos despejadas las incertidumbres financieras, el problema sigue presente.

La única situación de una gravedad parecida se dio durante la reconversión industrial de la primera mitad de los ochenta. Un proceso que hubo que abordar para sanear industrias anticuadas a veces, y lastradas otras por las necesidades de la transición política. El mayor coste del proceso fue seguramente una pérdida enorme de capital humano. La crisis actual no tiene raíces tan profundas, pero el riesgo de malgastar una generación de trabajadores es comparable. Este es un problema tan grave, que todos los demás palidecen a su lado, y ahora debemos concentrar todos nuestros esfuerzos en resolverlo.


Font: Miquel Iceta
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