Titular notícies
Àngels Martínez i Castells. Alejandro Nadal: Washington declara la guerra a su pueblo
Àngels Martínez i Castells.

Me parece oportuno reproducir hoy este escrito del amigo Alejandro Nadal, siempre lúcido y especialmente dotado para dar las pinceladas necesarias –en economía y en historia–  que ayudan a una mejor compresión de la realidad. Esta vez, su apunte es especialmente indicado después de la fallida comparecencia de ayer de Obama para calmar a las Bolsas nada parece haber mejorado (ni siquiera la cohesión del partido demócrata, donde son cada vez más las personas que lamentan una cierta debilidad de Obama frente a  la mayor “dureza” que podría ofrecer Hillaty Clinton en situaciones parecidas… ) Incluso en su editorial, el NYT muestra su poco entusiasmo por el discurso de Obama y teme que caiga preso de la discusión sobre el techo de la deuda y poco más en la que le quieren encerrar, con alevosía e irresponsabilidad, los republicandos. Así, el NYT llega incluso a justificar a S&P porque si uno de los dos grandes partidos de los USA (el republicano), obsesionado en un estado de mínimos y en derrotar a Obama, no duda en poner el país al borde de la suspensión de pagos, poca credibilidad puede tener para los inversores-especuladores, llamados también “los mercados”.  Obama ayer no rompió ningún nudo gordiano, no concretó medidas, intentó poner la política por encima de la economía pero le falto convicción. Las personas que esperaban (sobre todo la gente de a pie) una declaración clara y contundente, se quedó con las ganas. Habló de subir salarios, de crear empleo, pero sin especificar cómo, de qué manera… Su llamada final al patriotismo recordando los 30 marines muertos en Afganistán tuvo más de desesperación que de recurso habitual a un mecanismo que suele funcionar para cohesionar a los estadounidenses. Políticamente, después de su discurso, parece evidente que los Estados Unidos ya no son un país de Triple A, diga lo que diga su Presidente. Parece quedar definitivamente enterrado el “Yes, we can”. Otros están demostrando que tienen mucho más poder. Y lo ejercen contra los estadounidenses. Por eso es especialmente acertado el título del texto de Alejandro Nadal:  “Washington declara la guerra a su pueblo”.

En 1961 el presidente saliente Dwight Eisenhower pronunció un discurso de despedida y una famosa advertencia. En aquella ocasión previno sobre el poder desmedido del complejo militar-industrial. Según uno de sus más importantes biógrafos, Geoffrey Perret, el borrador del discurso preparado por Eisenhower contenía la frase complejo militar-industrial-congresional para marcar el papel negativo que desempeñaba el Congreso como correa de transmisión del poder de la industria militar. En el último momento, el presidente prefirió eliminar la referencia al Poder Legislativo para no irritar demasiado.

Hoy Eisenhower habría dejado la referencia al Congreso en su discurso. Y es que por fin el Congreso estadunidense ha declarado abiertamente una guerra contra el pueblo de ese país, obedeciendo los designios del 5 por ciento más rico de su población. Aunque, pensándolo bien, la guerra comenzó hace mucho.

El fetichismo reaccionario ha logrado imponer como verdad la idea de que la causa del descalabro fiscal en Estados Unidos está en los programas sociales, en especial el sistema de seguridad social. Ha conseguido que el pueblo estadunidense considere que los derechohabientes del seguro social sean considerados parásitos sociales, a pesar de que una parte importante de sus prestaciones está cubierta con sus contribuciones a lo largo de su vida laboral. Eso no importa: la ideología reaccionaria insiste en que los pensionados son como sanguijuelas que consumieron más de lo que podían pagar y dejaron de ahorrar para enfrentar su vejez. Ésa es la más grande mentira que el pueblo estadunidense ha terminado por aceptar.

La realidad es que el sistema de seguridad social en Estados Unidos siempre se ha mantenido con superávit. El seguro social se alimenta con recursos provenientes del impuesto FICA que es pagado directamente por los trabajadores estadunidenses. Si se consultan las cifras oficiales (www.socialsecurity.gov) se puede comprobar que entre 1984 y 2009 los derechohabientes pagaron dos billones (castellanos) de dólares al seguro social y al programa Medicare por arriba de lo que recibieron como prestaciones. Dependiendo de los supuestos sobre evolución demográfica, empleo y crecimiento del PIB, así como el nivel del impuesto sobre nómina (15.3 por ciento en la actualidad), el seguro social estadunidense permanecerá con números negros hasta 2025 o 2035.

¿De dónde provenían esos recursos? En 1983 Reagan nombró a Greenspan presidente de una comisión para la reforma del seguro social. Esa comisión recomendó un incremento del impuesto sobre nómina que generó enorme superávit. Pero esos recursos no se mantuvieron en el fideicomiso especial del seguro social, sino que fueron desviados al fondo de ingresos generales. A cambio sólo quedaron pagarés inservibles del tesoro. Atención: no son bonos del Tesoro, son simples pagarés carentes de valor.

Es decir, el seguro social no contribuye al déficit, sino que ha subsidiado constantemente al gobierno federal y ese subsidio ha sido superior a los dos billones de dólares antes mencionados. Si el gobierno no hubiera usado esos recursos habría tenido que aumentar su endeudamiento, lo que habría implicado mayor carga financiera. El cálculo oficial indica que se habrían erogado otros 800 mil millones de dólares por el peso de la deuda si el gobierno no hubiera usado los recursos del fondo del seguro social.

En pleno debate sobre el techo de endeudamiento, el presidente Obama indicó que si no se llegaba a un acuerdo sería imposible garantizar que los cheques del seguro social fueran pagados a los derechohabientes. ¿Cómo es que no había dinero para pagar esos cheques si el seguro social tiene en teoría un superávit? La realidad es que ese fondo sólo contiene los pagarés que el Tesoro estadunidense ha entregado al seguro social a cambio de los recursos que se han captado por las cotizaciones individuales retenidas como impuesto.

En otras palabras, el superávit del fondo del seguro social ha sido saqueado para cubrir el costo de mantener bajos los impuestos a los ricos, para pagar el costo creciente de las aventuras militares imperiales y, más recientemente, para pagar los astronómicos rescates para el sector financiero.

En otras palabras, los recursos del seguro social fueron objeto de un desfalco, de una gigantesca malversación de fondos mientras el pueblo de Estados Unidos veía televisión y rendía homenaje a sus héroes caídos en guerras sobre las provincias más lejanas del imperio. A Obama le tocó la explosión de esta bomba de tiempo sembrada en 1983. En lugar de denunciarla, ha preferido abrazarla. La reacción en el congreso no ha titubeado y aprovechó bien la oportunidad para comenzar a desmantelar el seguro social. Es una forma de enterrar el problema.

Dicen que las guerras tienen la ventaja de quitar las máscaras. Así se conoce al enemigo, porque en la batalla lo que importa son las acciones, no las palabras. Ahora el saqueo del siglo ha quedado al descubierto.

Alejandro Nadal es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso y publicó originalmente este artículo en La Jornada.

votar


Més sobre...: Economia , crítica
Últimes Notícies