Hace pocos días leía en Contropiano una contraposición que me interesó particularmente en la medida que relacionaba la visión nacionalista que sigue vigente en algunos sectores de Europa, con la desigualdad que se libra, sin piedad, en el interior de las propias naciones. El artículo razonaba que a pesar que se acusa a Alemania de dictar al resto de países de la U.E. las políticas monetarias y de defensa del euro en clave nacionalista, la lógica se quiebra porque no se puede interpretar desde esta óptica lo que está sucediendo en realidad, precisamente porque lo que sucede en la UE (y en Alemania) no responde a supuestas ventajas “nacionales”, en el sentido que no beneficia al conjunto de la población forma la “nación”. Según datos publicados, no es precisamente la mayoría de la población alemana (la “nación”) la que se enriquece con las políticas dictadas desde Berlín a Burselas, ni tiene empleos mejor pagados, ni una seguridad social más rica y protectora… ni el país presenta mejores ratios en la distribución de la renta y al riqueza.
Los datos más recientes que nos da Eurostat para Alemania indican un aumento de las desigualdades (entre regiones y clases sociales) y un rápido crecimiento del número de “pobres” (entendiendo por tales las persones con un ingreso de menos de 848 euros al mes o 1.278 euros en el caso de parejas). Estos umbrales equivalen al 60% de la renta mediana. Según las estadísticas, el múmero de personas “necesitadas” ha pasado oficialmente en seis años (a partir del 2006) del 14% al 15,2 %. En la capital, Berlín, que todavía se considera una ciudad con buenas condiciones de vida, el porcentaje se eleva al 21,2 %, 2,5 puntos más que en el 2008.
Cierto es que no son precisamente los alemanes de nacimiento los que en mayor medida padecen las desigualdades, pero tampoco dejan de ser sus víctimas: la alta tasa de inmigración de los países de Europa del Este contribuye a reducir drásticamente el “sueldo base” para todos: un clásico para los que conocen los mecanismos por los que se crea un gran “ejército salarial de reserva”. Pero este ejército industrial, científico, de servicios, etc… perso siempre “de reserva”, no viene sólo del frío: muchos italianos, griegos, españoles y portugueses contribuyen a formarlo, aportando además títulos universitarios, formación técnica superior y especialización avalada en másters y doctorados.
Otra buena razón para que no pueda hablarse de que las políticas “nacionales” han favorecido a la población nacional es la existencia estructural de los mini-trabajos (mini-jobs) a tiempo parcial, para los que los empleadores disponen de subsidios del Estado (un “invento” que tiene ya cierto tiempo, procedente del programa de “reformas” diseñadas por el socialdemócrata Gerhard Schroeder, el predecesor de Merkel). La disminución de los salarios que se ha producido en Alemania en el transcurso de una década, es de tal magnitud que al imponer sus condiciones a Merkel para formatr parte de la “grosseKoalition”, los socialdemócratas han condicionado su acuerdo a la creación de un “salario mínimo” de 8,5 euros la hora… Merkel ha accedido, aunque simplemente lo difiere hasta el año 2016.
En compensación, las personas jubiladas en Alemania lo están pasando realmente mal: más del 30% recibe una pensión mínima de 688 euros por mes. En conjunto, por tanto, los ingresos totales de todos los sectores de la población no permiten que Alemania pueda convertirse en la locomotora que necesitarían otros países de la UE -especialmente los PIIGS- para que pueda crecer su PIB. Y ésta es también una diferencia importante en relación a los años 30, cuando para lograr un cierto consenso nacional -incluso bajo los nazis- los trabajadores fueron “protegidos” en términos de remuneración (no puede decirse lo mismo, naturalmente, de los derechos). Las políticas actuales de la UE y la troika están muy lejos del “nacionalismo” del siglo XX y la retórica que aún pueden utilizar, cuando se traduce en hechos, desmiente la falacia de que “todos estamos en el mismo barco”. con la ayuda de inversión pública, salarios decentes y una supuesta neutralidad (por lo menos, sin esa inmisericorde agresión de clase) de las políticas del Estado que priman los intereses de las finanzas privada y la industria orientada a la exportación, y que se han rediseñado con el BCE las prioridades de las cadenas de comercialización y suministro financieros, apartando con violencia a los sectores y los países más débiles.
En resumen: La Unión Europea se está construyendo en cualquier país que la forma sin que se preocupe un ápice de conseguir un “consenso popular positivo” en base a la mejora de las condiciones de vida , incluso a costa de los de las poblaciones de otros países . Incluso a costa de las poblaciones de terceros países. Y ni siquiera en Alemania. Al contrario, se ha lanzado de cabeza a un programa de empobrecimiento general de la población, creando prácticamente (no se sabe hasta que punto de manera expresa) las condiciones económicas y sociales que siguen un conflicto bélido, pero sin pasar por un conflicto interimperialistico cuyo resultado sería impredecible e incontrolable.
Por tanto, no se sabe en absoluto de dónde los poderes supranacionales pueden conseguir una cierta “legitimidad democrática” para sus programas. Y en ausencia de dicha legitimidad, toda la construcción europea puede derrumbarse como un castillo de naipes. Anticipar este resultado y crear las condiciones políticas, sociales y culturales para liberarse de esta camisa de fuerza que es la UE en la actualidad, se ha conertido, a juivio de Contropiano, en el único plan creíble para aquellos que -en clave internacionalista- quieran cambiar el mundo.