1. Éramos muchos. Seguramente, no un millón. Yo no sé cuántos exactamente y eso no es lo importante. Es la mayor manifestación que ha habido en Cataluña, junto con el No a la Guerra. He participado en ambas y sé que las calles estaban inundadas por las voces ciudadanas, que pedían una vía alternativa en los dos casos, una reclamación coral de otro mundo posible.
2. Éramos diversos. Agnósticos, ópticos, prácticos, épicos, aritméticos, místicos, analíticos y unas cuantas esdrújulas más. De la misma forma que el Estatut es un punto de encuentro de sensibilidades diversas, el rechazo a la sentencia es también compartido por la mayoría de la sociedad catalana. La manifestación fue un rotundo éxito y logró reunir a ideas muy diferentes bajo un grito común.
3. A pesar de la diversidad, destacó por encima del resto el grito de "Adéu Espanya". Es una evidencia que la opción de No a España crece cada día. Y se ha instalado en una parte de la población el sentimiento de que no hay acuerdo posible y que lo mejor es un divorcio amistoso y civilizado. Ésta es una curiosa paradoja: Los más acérrimos defensores de la España indivisible, los apóstoles del "España se rompe" consiguen con su actitud crear más adeptos a la causa independentista.
4. La causa independentista ya no es una opción marginal de jóvenes idealistas y ancianos nostálgicos. Ahora ya mueve a intelectuales, pensadores, empresarios, asociaciones, periodistas, grupos de presión o científicos. La vía del Adéu Espanya tiene guionistas brillantes y acumula adeptos y propuestas concretas. Una parte de la sociedad catalana entiende el estado catalán no como una salida de emergencia, sino como una vía tranquila y plausible.
5. Lo que más duele no es la enmienda al artículo tal o cual. Lo que más molesta no es el redactado de algunos votos particulares, que parecen rodados en blanco y negro. Lo peor es que el pacto de mínimos entre España y Cataluña, refrendado en el Parlament, en las Cortes, en el Senado y en las urnas, puede ser modificado a posteriori por un Tribunal. Lo peor de todo es que da la impresión de que el pacto no es posible.
6. El Estatut de Cataluña ha sido la locomotora que ha arrastrado a unos cuantos vagones más. Como en el primer Estatut, al día siguiente de la aprobación ya se estaban redactando réplicas que ahora son plenamente vigentes. Cuesta explicar porqué un partido eleva al TC artículos que vota a favor en la comunidad vecina. Pero más allá del agravio, lo relevante es que la apuesta federal de Cataluña es compartida hoy por muchos otros territorios. La sentencia contra Cataluña lo es también contra la nueva arquitectura del Estado, cuando aún están instalados los andamios.
7. ¿Y ahora qué?. En primer lugar, hay que reparar el daño. Hay que recomponer el pacto de nuevo, con el fin de recuperar lo perdido. Eso no evitará las cicatrices, pero las heridas abiertas deben cerrarse.
8. En segundo lugar, ha llegado el momento de mostrar las cartas. Como las parejas en crisis en las que un miembro se anticipa: "Cariño, tenemos que hablar". Debemos confesar qué queremos, qué estamos dispuestos a hacer y qué futuro dibujamos. Trazar un cuaderno de ruta serio, que no eluda ni uno solo de los problemas. Si hay un obstáculo llamado Constitución, hablemos. Primero, pensemos qué queremos. Y luego hagamos las leyes que lo hagan posible. No al revés.
9. Si otras comunidades quieren participar del debate, mejor. Si la nueva arquitectura es compartida, adelante. Pero si es un debate en el que otros vecinos no quieren entrar, no pasa nada. Los modelos pueden ser simétricos o asimétricos. No se trata de imponer la "vía catalana" al resto.
10. Aún hoy, la mayoría de la sociedad catalana quiere participar del proyecto de España. Quiere formar parte del proyecto cultural, económico, social o territorial del Estado. Quieren construir un país mejor: reforzar los aciertos y reparar los errores. Desean una Cataluña mejor en una España diferente. Yo, entre ellos. ¿Nos ponemos a trabajar?
