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Àngels Martínez i Castells. Un año después del vertido de BP en el Golfo de México
Àngels Martínez i Castells.

Anteayer charlé con unos jóvenes del 15-M sobre un montón de problemas relacionados con la economía, la política, la democracia…  Sus preguntas eran pertinentes y espero que de su trabajo (seguirán entrevistando mucha más gente) salga un resultado muy positivo para seguir aportando a la indignación toda la fundamentación científica que merece. Pero no se trata sólo de argumentos, también cuenta el enfoque. En un determinado momento pareció como si  la gravísima contradicción ecológica estuviera tan en primer plano que podia considerarse la principal protagonista de nuestras preocupaciones. Les respondí que era importante abrir el campo de visión y darse cuenta –a mi modo de ver– que para la construcción de una alternativa real de ambio, es preciso darse cuenta de que el problema está en el propio funcionamiento y razón de ser del capitalismo, que poco ve más allá del beneficio que obtiene en la globalizada cuenta de resultados (o mejor de explotación, en sentido amplio). A esos “mercados” que se imponen sobre la política no les importan para nada las tensiones o el desastre al que abocan tanto a las personas, sus derechos y las relaciones sociales de las que se nutren, como a la naturaleza que es su soporte.  Sin embargo,  centrarnos en las criminales barbaridades ecológicas que ponen en peligro la misma subsistencia de nuestro planeta sin ver que sigue una  línea de continuidad que parte de la explotación de los seres humanos que las condena a una creciente y asfixiante desigualdad, a la mala salud, a la falta de perspectivas de vida para tantas y tantas mujeres y a la imposibilidad de poder estudiar, trabajar, y desarrollarse para tantas y tantas personas jóvenes, a la tremenda dificultad ya física de sobrevivir para hombres y mujeres que se quedan sin empleo, o sin casa,  en una sociedad que quieren cada vez más inhumana y en la que nos quieren más y más inermes y aislados, es un regalo inmerecido que le hacemos al capitalismo a costa de nuestra lucidez y posibilidades de emancipación.   Este sistema  puede –si quiere– hallar soluciones incluso rentables para determinados problemas ecológicos (hace muchos años Hans Magnus Enzensberger escribió  sobre eso– pero dificilmente los puede encontrar para paliar esa desenfrenada explotación social de un neoliberalismo miope y suicida. Hoy, al leer en el RSN el artículo de Lily Hough, de Inter Press Service  sobre el desastre de la British Petroleum un año después y las duras consecuencias que tiene para la salud de las personas que residen –e intentan trabajar y sobrevivir — en las costas de Louisiana, me ha parecido encontrar un buen tema para seguir la conversación con mis amigos del viernes por la noche. Resumiendo el artículo:

Un año después de que BP lograra cerrar la brecha del pozo responsable del vertido en el Golfo de México – una fuga estimada de unos cinco millones de barriles de petróleo–  la mayoría de las personas de la región  están enfermas, aunque no se ha descubierto la causa exacta de su enfermedad.  Dado que se trataba de personas saludables antes del desastre, y todas participaron en las tareas de limpieza,  los indicios apuntan a las toxinas del vertido.

Según Anne Rolfes, directora de la brigada Louisiana – un grupo de justicia ambiental vinculado con la Universidad para llevar a cabo un control sobre el terreno de los residentes que viven en las comunidades afectadas – cerca del 75 por ciento de las personas que fueron expuestas al petróleo crudo vertido o el dispersante usado informaron  que padecían tos, irritación de las vías respiratorias y de los ojos, como síntomas más comunes  relacionados con la exposición química, a pesar de que  los médicos locales no se atreven a vincular los síntomas de sus pacientes con el vertido de petróleo. Según Rolfes, “el personal sanitario carece de  experiencia para hacer un diagnóstico en materia de toxicología pero, además, no sabrían cómo actuar si llegaran a ese diagnóstico, y si se arriesgan a perder sus licencias médicas”, dijo.

La zona del desastre es predominantemente rural,  la mayoría de los pacientes son trabajadores por cuenta propia y carecen de seguro médico, y los centros de salud  están demasiado lejos. Además,  el acceso a expertos en toxicología es casi imposible. Pero es que además, pocos se pueden permitir unas pruebas tan caras como las que serías precisas, ni los medicamentos necesarios si se confirmara que deben tratarse por envenenamiento tóxico.

La sesión informativa en el Congreso en la que se podría proponer la financiación de centros de investigación para los síntomas y tratamiento coincide con la histeria de los congresistas del Tea Party para recortar los fondos de  programas como Medicare, absolutamente  cruciales para la subsistencia de las víctimas del derrames de petróleo con serios problemas de salud y bajos ingresos desde el vertido.

A pesar de que se conoce y discute la discrecionalidad con que se distribuyeron los fondos acordados para paliar desastres anteriores (pagados con dinero de los contribuyentes en su mayor parte), ahora ha aparecido un nuevo escollo para acceder a la compensación:  los residentes del Golfo de México ven cómo se niega su reclamación si no pueden aportar pruebas de que el vertido de  BP y los dispersantes utilizados en el mismo son la causa exacta de su enfermedad… Sin embargo, no tienen acceso a los centros y especialistas de salud que podrían demostrarlo: una violación clara y directa de los derechos humanos que permite ahorrar millones de dólares a costa de una población enferma… y sin compensación ni tratamiento.

Anne Rolfes acaba dándonos su impresión sobre la zona afectada: “Miras a tu alrededor y  no se ven centros de salud.  Todo lo que ves son anuncios patrocinados por BP, en  las calles y en los periódicos, diciendo que todo está  perfectamente. Pero no lo está. Hasta que no se construyan centros de salud en cada una de las localidades donde hubo consecuencias de los vertidos para la salud, no se habrá dado la respuesta adecuada.”


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