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José Antonio Donaire Carta a un español cualquiera
José Antonio Donaire



Señor 

Lo sé. La verdad es un espejo que se rompió en muchos trozos y cada uno de nosotros solo ve un pedazo de la realidad. Y en los temas sensibles, es fácil caer en las visiones parciales y en el acaloramiento del fuego cruzado. Entiendo que, en la distancia, algunos de los temas puedan deformarse y es muy difícil discernir qué es real y qué es mera propaganda.

Me gustaría explicarle mi versión de los hechos. No tengo más credibilidad que cualquiera de las otras interpretaciones que habrá escuchado y entiendo que dude de mi versión. No le pido que me crea. Tan solo, que me lea. Y que luego contraste lo que digo. Como decía áquel, "busque, compare...".

Cataluña es una tierra hospitalaria. Cuando se inicia una obra, aparece siempre una necrópolis, o una villa romana o un antiguo poblamiento íbero o los restos de un asentamiento militar. No es extraño: Está situada en un corredor histórico, por el que han desfilado casi todas las civilizaciones que aprendimos de pequeño y otras muchas que hemos ido olvidando con el tiempo. Antes de la oleada de inmigrantes andaluces, murcianos o extremeños, y mucho antes de la reciente llegada de trabajadores subsaharianos, norteafricanos o americanos, Cataluña ya había recibido contingentes de todos los confines. Hoy Cataluña es, de lejos, el mayor centro de atracción turístico de España. La hospitalidad forma parte de la génesis histórica de esta tierra.

Sé de lo que hablo. Como el humorista Corbacho, mi madre es castellana y mi padre era extremeño; yo llegué a esta tierra cuando ya se acababa mi niñez. Y tengo que decir que nunca, en ninguna ocasión, me he sentido alguien extraño. Como la mayoría de las personas que han llegado a Cataluña, desde el inicio me he sentido acogido. En Cataluña casi todo el mundo procede de otro lugar. Aquí el origen no es relevante, porque en un ambiente de convivencia lo que realmente se valora es el destino colectivo.

En Cataluña, casi todos dominamos el catalán y el castellano. Aquí no existe ningún problema lingüístico. Hay, como en todos los sitios, muchos problemas. Económicos, sociales, ambientales, culturales, geográficos, personales, sexuales... Pero jamás, en toda mi existencia, me he topado con una situación que se parezca a eso que algunos llaman "el conflicto lingüístico". No sé a qué conflicto se puede referir, ni qué bandos se enfrentan, ni qué efectos colaterales genera. Como los unicornios o El Dorado es un concepto que no puedo concretar en ninguna realidad, en nada de lo que me rodea.

Conozco bien los centros de educación catalanes. Mis padres fueron profesores, lo son varios de mis hermanos y yo mismo. Tengo un hijo que va a una escuela pública, donde por cierto casi la mitad de la clase son inmigrantes. A pesar de las dificultades, el nivel docente es muy elevado y solo puedo decir buenas cosas de la escuela. No dudo que habrá mejores y peores centros. Que existirán mejores o peores profesores en otros lugares. Pero no tengo constancia de ningún caso donde el problema del centro sea la lengua. Mi hijo, con once años, domina sin ninguna dificultad las dos lenguas y empieza a entender algo de inglés. Sabe escribir almohada, vacío, vulgar o hiena sin cometer ninguna falta.

Pactamos las reglas del juego hace mucho tiempo, de forma casi intuitiva. Consideramos que una persona puede pedir a la administración en qué lengua quiere que se dirija a él. Tengo que decir que no es infrecuente que el prestador público no domine el catalán: El caso inverso no lo conozco aún. Con las escuelas, eso no es tan fácil. No podemos adaptar la lengua del profesor a la lengua de cada estudiante. Por eso, consideramos que debíamos optar por una de ellas, que es el catalán. El catalán es la lengua más comúnmente hablada en Cataluña y es la lengua habitual de relación entre los estudiantes. Este modelo ha permitido que las nuevas generaciones dominen el catalán y el castellano sin ningún problema, y ha evitado que el desconocimiento de la lengua sea una barrera de entrada para los inmigrantes.

Me podría decir usted que puestos a escoger, se podría haber optado por el castellano. El resultado sería, con toda probabilidad, que en ese caso la habilidad lingüística en catalán de una parte de los estudiantes se resentiría notablemente. Cualquier persona que hable catalán habitualmente, también los niños por supuesto, recibe diariamente mucha información en castellano. En Cataluña son habituales los periódicos, las revistas, las películas, los programas de televisión, la radio o las conversaciones callejeras en esta lengua. No es como el Liceo Francés, que utiliza la lengua vehicular como única forma de aprendizaje de un idioma. En Cataluña, el castellano forma parte del paisaje cotidiano y un niño no necesita que la asignatura de naturales se dé en  esta lengua para aprender a la vez naturales y castellano. Eso sí, los niños asisten a las clases de castellano en el aula. Y en las diversas pruebas objetivas (como la selectividad) obtienen unos resultados similares a los murcianos o los canarios. El resultado de esta opción es el siguiente: Todos los niños dominan las dos lenguas. 

Disculpe usted por la extensión. Quería expresarle que desde hace mucho tiempo, en Cataluña hemos pactado entre todos un modelo que funciona, que nos gusta y que no genera ningún conflicto. Quería decirle que desde mi experiencia cotidiana, no hay nada que se parezca a un problema lingüístico. Y que cambiar ahora el modelo es tan innecesario como peligroso. Es fácil que una nueva organización del sistema educativo genera muchos más problemas de los que realmente cree resolver. 

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