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Àngels Martínez i Castells. ¿También en casa estás todo el día tumbada?
Àngels Martínez i Castells.

perpetuum mobileAcabo de salir de otro ingreso en el Hospital Clínic. Eso explica que tarde en actualizar el blog cuando Cospedales, Crespos, Bárcenas, duques-viagra, pro-hombres de CiU y otras hediondeces, en otras circunstancias, me habrían asomado a la red. Ahora, de vuelta a casa y después de compatibilizar anestesias y calmantes con perfusiones de información heparinizada (pendiente de La Ser desde Hoy por Hoy hasta Hora25) me enfrento a la confusión de elegir entre las nuevas remesas de corrupción. Y me rindo. Opto por lo pequeño y cotidiano, por destacar la irritación que me produjo la pregunta repetida de diferentes auxiliares de enfermería sobre si yo en casa también estaba tumbada todo el tiempo. Al parecer, desconocían el gran cansancio que suministran pródigamente los Lupus que andaba cazando House en todos los episodios de su serie, y más después de una intervención en la que te cortan y pegan, y mucho más todavía cuando el mundo que se asoma a tus oídos se come el oxígeno vital para que cada uno de nosotros (por separado pero sobre todo como sociedad) sigamos respirando. La corrupión y la mentira, la repetida burla democrática, no son buenas para la salud. Ni para recuperar fuerzas.

La pregunta me deprimió por todo lo que contiene de sesgo de género especialmente afilado contra las mujeres pobres que deben transmutarse en un perpetuum mobile para mantener algún atisbo de equilibrio en su entorno precario que desmoronan a diario los corruptos, los mediocres y los que medran en lo público. Por eso mi respuesta sonó a pequeña reivindicación: SI, les dije, en casa estoy todo lo que puedo y quiero tumbada porque no sólo tengo derecho a mi cuerpo sino a la postura. SI, porque trabajé, cotizé y pago impuestos para que lo que queda de mis derechos a la sanidad pública no se amargue con heroicidades inútiles a las que no se obliga a las Koplowitz de turno cuando las ingresan en los Barnaclínic privados que vampirizan el Hospital Clínic, todavía orgullo (en franca amenaza de recesión) de la sanidad pública. Y porque tengo derecho, por lo menos cuando acabo de salir de quirófano, a ejercer mi derecho a la pereza como pequeña y única insumisión a una lógica hospitalaria de talla única.

Y porque si no entendemos que humanizar las relaciones interpersonales es fundamental para regenerar la vida política, nunca acertaremos a salir y superar este inmenso lodazal donde los desalmados se sienten, impunes y prepotentes, a sus anchas.


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