Las relaciones entre Convergència y Unió no han sido nunca sencillas, pero en estas últimas semanas son enfermizas. A la propuesta de convocar a la militancia de Unió Democràtica a un referéndum interno para responder a una pregunta, que no por enrevesada dejaba de ser una negación de la hoja de ruta pactada por CDC y ERC, el president Mas afirmaba en el Parlament que la pregunta planteada por Durán Lleida no contradecía el “full de ruta”. Tras escuchar a Mas, la estupefacción y el desconcierto fueron generalizados. A las pocas horas de conocerse la pírrica victoria alcanzada por los defensores del “si”, el secretario general de Convergència, Josep Rull, les lanza un órdago alertando a los del si de Unió que la apuesta independentista es innegociable. Posición la de Rull más creíble que la expresada por Mas en el Parlament. Los perdedores del referéndum de Unió, por poco pero han perdido, ya han manifestado que van abrir conversaciones con los impulsores del “full de ruta”, con lo que estamos a puertas de la implosión de UDC.
El sistema de partidos catalán está sufriendo el efecto de dos tsunamis. Uno, compartido con el resto del estado, es el cuestionamiento de los políticos existentes y la irrupción de los nuevos partidos emergentes. Otro propio de nuestro ecosistema catalán es el tsunami provocado por “el procés” que está polarizando no solo el escenario político sino también el social.