He recibido diferentes críticas por defender a Juan Carlos Monedero en un artículo publicado ayer en el diario digital Público.es. Todo el mundo está en su derecho de hacerlo y, la verdad, ya me lo esperaba cuando lo escribía. En algunas de ellas, me afean que lo defiendo por ser amigos. En esto, se equivocan; mi relación con Juan Carlos es lo que me permite afirmar, con conocimiento, su honestidad. Si no lo tuviera claro, nunca me habría comprometido en público, y seguiríamos siendo amigos. Las dos razones que me motivaron a escribirlo son:
La primera, que me asquean estos linchamientos orquestados. Creo en la política exigente, en la asunción de responsabilidades sobre los actos que realizamos y en la transparencia. Creo también que, durante demasiados años, hemos bajado la guardia y entre todas y todos, por activa o por pasiva, hemos dejado que la política en España se convierta en un lodazal. Y por ser nuestra política un amplio y abierto muestrario de ruindad y sordidez, se pueden organizar estos linchamientos. ¿Cómo no iba a defender de esta caza de brujas a una persona que sé que es inocente?
La segunda razón es mi preocupación por la fragilidad de la política hoy. El malestar ciudadano, su desconfianza –cuando no rechazo abierto– hacia la política y quien la gestiona, solo podrá superarse con una profunda regeneración de la misma. Regenerar, para poder reivindicar el sentido y la utilidad de la política democrática como el mejor instrumento de articulación de nuestra sociedad. Negarla, es reaccionario. Cuanta mayor sea la desafección entre ella y la ciudadanía, peor será la calidad de nuestra democracia. Los nuevos actores y las viejas fuerzas políticas comprometidas en la regeneración, solo podrán triunfar desde maneras diferentes de entenderla y hacerla, que sean realistas y razonables. Y con firmeza y convicción. Me preocupa esta fragilidad, esta obsesiva preocupación por el “que dirán”. Hoy por hoy, quien quiera hacer política debe saber que, de entrada, es casi culpable. Regenerar exige acabar también con los privilegios y con el enquistamiento en las instituciones, y para conseguirlo no son necesarias estas subastas insensatas sobre quién reduce más los salarios o limita los mandatos. Es pura estética. ¿Qué tiene que ver esta reflexión con el artículo de defensa de Monedero? Pues que expresa firmeza respecto a los ataques malintencionados y a los “que dirán” que provocan estos ataques personales.